«Almería es el culo del mundo». La frase se lleva escuchando por calles, plazas y bares de la provincia desde que dicho mundo es mundo —ano incluido—, ya que puede emplearse en multitud de situaciones diferentes. Pero, a lo mejor, no somos el último mono; quizás, simplemente padecemos a unos políticos, por lo general y salvo honrosas excepciones, que podrían confundirse con lo mismo que sale de ese culo donde vivimos instalados con aparente desidia
Imagen de archivo de las obras del Mesón Gitano, junto a la Alcazaba. |
PABLO REQUENA
«Almería es el culo del mundo». La frase se lleva escuchando por calles, plazas y bares de la provincia desde que dicho mundo es mundo —ano incluido—, ya que puede emplearse en multitud de situaciones diferentes. Pero, a lo mejor, no somos el último mono; quizás, simplemente padecemos a unos políticos, por lo general y salvo honrosas excepciones, que podrían confundirse con lo mismo que sale de ese culo donde vivimos instalados con aparente desidia.
Si la provincia de Almería es la «cenicienta ferroviaria» no sólo de España, sino también de Europa, no se queda atrás en otras materias que son, como mínimo, igual de importantes que el tren, si no más. Me refiero a la situación de la sanidad pública, donde todos —sindicatos médicos, enfermeros, técnicos sanitarios, partidos políticos excepto el PSOE, el Defensor del Paciente, la marea blanca...— critican que seamos la provincia con menos camas hospitalarias, o que padezcamos los servicios de urgencias más saturados, la falta de sustituciones de profesionales, o que se prometa un hospital para 2011 y que en 2017 estemos echando hormigón para levantar los cimientos.
En materia educativa, la cosa no mejora especialmente. Almería sigue siendo la provincia andaluza con más 'barracones', a lo que hay que sumar otras situaciones como el cierre del colegio de Albox, la negativa a abrir un aula específica en El Toyo para el niño con síndrome de Angelman, el Conservatorio de Música, ratios de alumnos por encima de la media establecida, externalización de servicios como comedores públicos, trabas a la contratación de nuevo profesorado...
Eso, por lo que respecta a dos pilares como sanidad y educación, fundamentales para el bienestar de cualquier sociedad. No menos importante es el buen funcionamiento de la Administración de Justicia que, en esta provincia, padece los juzgados de los más sobrecargados de todo el país, al tiempo que el caso Poniente —la causa judicial por corrupción más importante de la provincia— está cerca de cumplir ocho años, que ahí es nada, esperando que se celebre el correspondiente juicio.
¿Y qué decir del déficit crónico de infraestructuras? No olvidamos que la autovía A-92, que debía unir las ocho provincias andaluzas, llegó a Almería una década después que a Granada; que la A-7 a Málaga se acabó con veinte años de retraso; que la autovía del Almanzora sigue parada, acumulando treinta años —prometida por la Junta en los años ochenta— de incumplimientos. A eso, súmenle el tercermundista tren a Madrid, la suspensión temporal de la línea Almería-Granada, la inexistente conexión ferroviaria con Murcia, un aeropuerto donde volar sale más caro que un hijo tonto...
Una provincia eminentemente agrícola, pero con problemas endémicos de falta de agua a pesar de los cientos de millones de euros dilapidados en construir desaladoras que no funcionan, y con decenas de pueblos donde el abastecimiento de algo tan básico como el agua potable se convierte en una auténtica odisea cada verano, donde se llega a recurrir a las cubas de agua para poder subsistir. Sin olvidar la treintena de pueblos que, en pleno siglo XXI, siguen vertiendo sus aguas fecales a ríos y ramblas por falta de depuradoras.
Almería, el culo del mundo, un lugar donde el patrimonio histórico y cultural importa un bledo; un sitio donde nos endiñan acero corten en murallas de más de mil años de antigüedad, nos plantan el mamotreto del Mesón Gitano —con las obras en los tribunales—, nos cierran enclaves arqueológicos como Puerta de Almería, o donde se ningunean o incluso se destruyen otros yacimientos de enorme valor, como El Chuche o el Argar. Esa provincia en la que dejamos que se caigan a trozos tesoros como el Hospital Provincial, el Cortijo del Fraile, el castillo de San Pedro, el Palacio del Almanzora, las canteras califales, la vieja estación de tren...
Me imagino que cada provincia tendrá sus propios avatares, aunque dudo muchísimo que se acerquen, cualitativa y cuantitativamente, a lo que sufrimos en Almería.
Si la provincia de Almería es la «cenicienta ferroviaria» no sólo de España, sino también de Europa, no se queda atrás en otras materias que son, como mínimo, igual de importantes que el tren, si no más. Me refiero a la situación de la sanidad pública, donde todos —sindicatos médicos, enfermeros, técnicos sanitarios, partidos políticos excepto el PSOE, el Defensor del Paciente, la marea blanca...— critican que seamos la provincia con menos camas hospitalarias, o que padezcamos los servicios de urgencias más saturados, la falta de sustituciones de profesionales, o que se prometa un hospital para 2011 y que en 2017 estemos echando hormigón para levantar los cimientos.
En materia educativa, la cosa no mejora especialmente. Almería sigue siendo la provincia andaluza con más 'barracones', a lo que hay que sumar otras situaciones como el cierre del colegio de Albox, la negativa a abrir un aula específica en El Toyo para el niño con síndrome de Angelman, el Conservatorio de Música, ratios de alumnos por encima de la media establecida, externalización de servicios como comedores públicos, trabas a la contratación de nuevo profesorado...
Eso, por lo que respecta a dos pilares como sanidad y educación, fundamentales para el bienestar de cualquier sociedad. No menos importante es el buen funcionamiento de la Administración de Justicia que, en esta provincia, padece los juzgados de los más sobrecargados de todo el país, al tiempo que el caso Poniente —la causa judicial por corrupción más importante de la provincia— está cerca de cumplir ocho años, que ahí es nada, esperando que se celebre el correspondiente juicio.
¿Y qué decir del déficit crónico de infraestructuras? No olvidamos que la autovía A-92, que debía unir las ocho provincias andaluzas, llegó a Almería una década después que a Granada; que la A-7 a Málaga se acabó con veinte años de retraso; que la autovía del Almanzora sigue parada, acumulando treinta años —prometida por la Junta en los años ochenta— de incumplimientos. A eso, súmenle el tercermundista tren a Madrid, la suspensión temporal de la línea Almería-Granada, la inexistente conexión ferroviaria con Murcia, un aeropuerto donde volar sale más caro que un hijo tonto...
Una provincia eminentemente agrícola, pero con problemas endémicos de falta de agua a pesar de los cientos de millones de euros dilapidados en construir desaladoras que no funcionan, y con decenas de pueblos donde el abastecimiento de algo tan básico como el agua potable se convierte en una auténtica odisea cada verano, donde se llega a recurrir a las cubas de agua para poder subsistir. Sin olvidar la treintena de pueblos que, en pleno siglo XXI, siguen vertiendo sus aguas fecales a ríos y ramblas por falta de depuradoras.
Almería, el culo del mundo, un lugar donde el patrimonio histórico y cultural importa un bledo; un sitio donde nos endiñan acero corten en murallas de más de mil años de antigüedad, nos plantan el mamotreto del Mesón Gitano —con las obras en los tribunales—, nos cierran enclaves arqueológicos como Puerta de Almería, o donde se ningunean o incluso se destruyen otros yacimientos de enorme valor, como El Chuche o el Argar. Esa provincia en la que dejamos que se caigan a trozos tesoros como el Hospital Provincial, el Cortijo del Fraile, el castillo de San Pedro, el Palacio del Almanzora, las canteras califales, la vieja estación de tren...
Me imagino que cada provincia tendrá sus propios avatares, aunque dudo muchísimo que se acerquen, cualitativa y cuantitativamente, a lo que sufrimos en Almería.