Terremotos de la Navidad de 1.884. Episodios que Cuevas notó pero casi no padeció

Un gran seísmo causó 1.200 muertes y devastó 4.500 casas en el occidente granadino y el interior oriental de Málaga. Fue sentido en el Levante almeriense, y El Minero de Almagrera dejó constancia de cómo se percibió en Cuevas del Almanzora


Panorámica de Cuevas desde la Era Alta hacia 1885. [Anónimo / Col. Enrique F. Bolea]

ENRIQUE FERNÁNDEZ BOLEA* / ALMERÍA HOY / 13·01·2023

Cuevas ha sido sitio donde el suelo ha temblado con frecuencia. Situada sobre una zona sísmica donde friccionan permanentemente las placas tectónicas africana y euroasiática, abundan los testimonios orales y escritos que refieren terremotos de mayor o menor magnitud, de mayor o menor intensidad, aunque nunca han tenido ese carácter devastador y catastrófico que en otros lugares, algunos muy próximos, han mostrado.

Fue 1884 uno de esos años en que este tipo de fenómenos se prodigaron por nuestra geografía, lo que alarmó a un vecindario que, no por habituado, dejó de manifestar ese pavor, esa irreprimible inquietud, que inevitablemente se desata cuando todo se mueve bajo nuestros pies.

En los primeros días del mes de junio de aquel año, varios sismos agitaron el subsuelo cuevano causando temor e intranquilidad entre sus habitantes: el primero se produjo a la una y cuarto de la tarde del día 3, y si bien no se prolongó demasiado, presentó una sucesión de sacudidas bastante violentas; a las 5 de la madrugada del día siguiente la tierra volvió a estremecerse con notable intensidad, lo que condujo a casi todos los habitantes de la ciudad a abandonar sus camas y echarse a la calle en busca de seguridad; el tercero de esta serie aconteció a las dos y media de la tarde del día 5 y, aunque de menor virulencia que los anteriores, sembró el miedo entre unos habitantes muy afectados por el sobresalto y el desasosiego acumulados.

No obstante, El Minero de Almagrera, que recoge puntualmente los efectos de esta sucesión de sacudidas sísmicas, atestigua: “Afortunadamente no hay que lamentar daños de ninguna clase, pues los edificios están construidos ad hoc. Los sustos han sido generales y algunas personas los han recibido mayúsculos” [8 de junio de 1884].

Hubo quien, tras vivir lo que después acaeció, consideró los pasados arrebatos telúricos como un aviso. El día de Navidad de aquel año, a las 9 de su noche, la población se sobrecogió y el espanto cundió entre los vecinos por cómo se manifestó el terremoto. En este caso, su duración pareció eterna, aunque no hubo quien la calculase con exactitud “porque en tales momentos –afirmaba el redactor de El Minero de Almagrera– nadie tiene calma ni se acuerda de sacar el reloj para medirlo” [3 de enero de 1885]. Y añadía luego, deteniéndose en los efectos más notables de aquel fenómeno natural: “Su movimiento fue de trepidación y balanceo; los péndulos de los relojes que miraban al noreste y suroeste chocaban sobre los cristales de las cajas y cesaron de funcionar. Varios edificios se resintieron, pero lo que más llamó la atención fue el raro fenómeno de apercibirse del terremoto por el desvanecimiento, angustias y mareos que de todos se apoderó, hasta el punto de producir en muchas personas náuseas, como si hubiesen tomado el más activo vomitivo. Este mareo fue sin duda ocasionado por el marcado y largo balanceo de la tierra y el continuo movimiento de los edificios y muebles de las habitaciones. Afortunadamente no han ocurrido desgracias personales”.

En definitiva, pese a lo aparatoso y alarmante, pese al susto que se llevaron los cuevanos aquella jornada, el terremoto del día de Navidad de 1884 quedó en una inolvidable anécdota. No pudieron imaginar entonces la verdadera tragedia que se había cernido sobre gran parte de Andalucía oriental, especialmente sobre algunas localidades del occidente granadino y el interior oriental de Málaga. Sólo cuando en los días siguientes la estación telegráfica de Cuevas comenzó a recibir las primeras noticias acerca del desastre, se apercibieron de la proporción de lo sucedido.

El seísmo había tenido su epicentro en Arenas del Rey, en la comarca de Alhama de Granada, con una magnitud de entre 6,2 y 6,5 grados en la escala de Richter y una duración de uno 10 segundos. Bastó tan corto intervalo –aunque eterno para quienes lo padecieron– para causar unos 1.200 fallecidos y aproximadamente el doble de heridos. Provocó la destrucción de unas 4.500 casas y otras 13.000 resultaron de algún modo afectadas.

Los temblores, algunos de consideración, se sucedieron en las jornadas posteriores atemorizando a una población inicialmente desasistida, que prefirió abandonar el cobijo de cualquier construcción aún en pie y hasta pernoctar a la intemperie, y todo ello a pesar del intenso frío, ya que en las jornadas posteriores al seísmo se produjo en la zona una de las mayores nevadas que se recordaban, agravando la deplorable situación humanitaria de quienes se vieron golpeados por aquella calamidad.

La catástrofe ha pasado a la historia como el terremoto de Andalucía, y no ha habido en España, en estos 135 años que han transcurrido desde entonces, episodio sísmico tan violento y devastador como aquel. ¿Hasta cuándo?

* Enrique Fernández Bolea es cronista oficial de la ciudad de Cuevas del Almanzora.