Serpientes en la costa cuevana: Galerías de humos y chimeneas

Las antiguas fundiciones de Sierra Almagrera tuvieron que construir túneles para evacuar los gases que provocaban crueles enfermedades en los trabajadores



ENRIQUE FERNÁNDEZ BOLEA* / ALMERÍA HOY / 29·07·2023

Quien circule por la carretera que une Villaricos con el Pozo del Esparto, nada más dejar atrás una fábrica de productos químicos, verá de inmediato un conjunto de ruinas que evocan una actividad de otro tiempo, unos procesos industriales que cesaron hace bastante más de un siglo. A la derecha nos sorprenden restos de fundiciones y escoriales, vestigios de una segunda época de la metalurgia local cuyos inicios habría que situar de 1870 en adelante, coincidiendo con una nueva –e inesperada– etapa de apogeo y revitalización de la minería del distrito como consecuencia del hallazgo de la plata nativa de Herrerías en 1869. Entre estos establecimientos cabría mencionar Dolores, Santa Ana, Purísima Concepción, Invencible y Esperanza II o Fábrica Nueva, así como el taller de desplatación de Don Juan Núñez y otras edificaciones semiderruidas de interpretación más compleja.

Sin embargo, es a la izquierda de la carretera donde, si miramos con cierto detenimiento –de otro modo, al tener un color semejante al del terreno, podrían pasar desapercibidas–, descubriremos unas extrañas construcciones que asemejan gigantescas serpientes de cuerpo interminable reptando por las laderas en busca de las chimeneas que las culminan. Y hay quien se pregunta qué son y con qué objeto fueron construidas. Se trata de galerías de humos o de condensación, y formaban parte de las infraestructuras esenciales de las mencionadas fábricas que, ubicadas en esta estrecha franja litoral, se dedicaban a la transformación de las galenas argentíferas en galápagos y lingotes de plomo y plata.

Al poco de producirse el hallazgo del rico filón del Jaroso en 1838 surgirán los primeros establecimientos de beneficio en las inmediaciones de la sierra, sobre todo a partir de la entrada en vigor de la legislación que prohibía la exportación de los minerales en bruto. Pero en aquellas fábricas primitivas los humos altamente tóxicos generados por los hornos en los procesos de calcinación y copelación, invadían el espacio donde trabajaban los obreros, que los inhalaban directamente y se exponían a un permanente contacto cutáneo.

CÓLICO SATURNINO

La consecuencia inmediata era el riesgo de padecer el cólico saturnino o “emplomamiento”, una enfermedad que comenzaba con trastornos gastrointestinales y la aparición de dolores violentos de vientre, vómitos de bilis y estreñimiento agudo. Más adelante, la solidificación del plomo en el estómago y el intestino provocaba dolores abdominales tan agudos que los compañeros llegaban a pisar la barriga del afectado para aliviar su intensidad. El contacto prolongado con las causas que originaban el mal alteraba el funcionamiento del hígado y el riñón, para derivar en su estadio final en la llamada encefalopatía saturnina: temblores, cefalalgia, insomnio, delirio y una pérdida de sensibilidad y movilidad corporal que, más pronto que tarde, acababa con la muerte del enfermo.

Ante la frecuencia de estos estragos, a los dueños de las instalaciones metalúrgicas no les quedó otra opción que buscar remedio a unas condiciones laborales que, por letales, ahuyentaban la mano de obra poniendo en riesgo la propia continuidad de esta actividad industrial. Se pensó entonces, como medida más efectiva, en alejar el factor desencadenante de la enfermedad para que el contacto de los trabajadores se redujese a su mínima expresión. Fue entonces cuando se generalizó la construcción de estas galerías de humos que conducían los gases venenosos desde los hornos hasta las chimeneas, expulsándolos a la atmósfera a una distancia y altura que impidiesen la directa inhalación de los mismos o el contacto a través de la piel, la otra vía por la que penetraba el plomo en el organismo. A la definitiva dispersión de los nocivos humos contribuía la propia ubicación de las chimeneas y los vientos y brisas casi permanentes que entonces y ahora azotan el litoral.

CONDENSAR GASES

Pero estas construcciones que contemplamos desde la carretera también fueron denominadas galerías de condensación por la otra utilidad que desempeñaban. Los gases que circulaban por su interior eran tan densos en metales que, al contacto con la superficie de paredes y bóvedas, se enfriaban y se solidificaban. Que serpenteasen por la falda de los cerros en lugar de seguir una trayectoria completamente recta tenía una finalidad práctica, ya que, al ampliarse el recorrido y convertirlo en más irregular, el humo que por ellas pasaba ralentizaba su velocidad de circulación favoreciendo de este modo la condensación y un depósito más abundante de los metales transportados en la superficie interior de las galerías. Luego, brigadas de obreros con experiencia en estas labores las recorrían, arrancaban de las paredes el metal y finalmente lo conducían en espuertas a la fundición para su tratamiento.

Para estas labores de recolección los trabajadores accedían a través de unas aberturas o trampillas laterales, distribuidas a tramos casi equidistantes –visibles aún–, que, una vez concluidas estas operaciones, se volvían a cerrar mediante el concurso de una especie de compuertas de madera o metal. Ni que decir tiene que era un trabajo sometido a posiciones prolongadamente incómodas y forzadas, puesto que la escasa altura de la galería exigía realizar el arranque en cuclillas, sin apoyo alguno, o tendidos sobre el suelo, que producía dolor y entumecimiento en las extremidades, y todo ello en un espacio reducido, sin ventilación, sin protección de ningún tipo, en el que aquellos desafortunados respiraban durante horas una atmósfera saturada de los gases y el polvo que se deprendían cuando retiraban los metales solidificados de las bóvedas y paredes. En definitiva, aunque el alejamiento del humo que provocaba el emplomamiento menguó su incidencia, las afecciones respiratorias, oftalmológicas y cutáneas derivadas de estas labores hicieron mella entre estos recolectores de metales pesados.

*Enrique Fernández Bolea es cronista oficial de Cuevas del Almanzora.