Desmontando bulos: Fraga sí se bañó en Palomares


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JUAN MARTÍNEZ RUIZ

Escribo estas líneas movido por la curiosidad que ha despertado en mí desde niño un hecho histórico, el accidente nuclear de Palomares del 17 de Enero de 1966, y sobre todo, el interés que suscita todavía el tan traído y llevado baño de Manuel Fraga Iribarne. No en vano, este episodio sigue despertando a día de hoy polémica y son muchas las personas que ponen en duda si el chapuzón del entonces joven Ministro de Información y Turismo, que dejó una imagen para la historia, se produjo efectivamente en aguas de Palomares o tuvo lugar en cambio en Mojácar, o cuestionan incluso si realmente se llevó a cabo, de modo que todo ello se vincularía al propósito del régimen de Franco de camuflar unos hechos con unas consecuencias imprevisibles.

No es mi intención ahondar en si la dictadura franquista disfrazó o no muchos aspectos de lo ocurrido en Palomares, no dudo que así fuera, lo cual obedecería al afán de todo régimen totalitario de dibujar la realidad a su antojo, tal como hizo también la antigua URSS con el desastre de Chernóbil, aunque para eso tampoco tenemos que alejarnos tanto en el tiempo y no es predicable sólo de regímenes totalitarios, porque sin ir más lejos los españoles desconocemos a día de hoy las cifras reales de fallecidos por el dichoso coronavirus. En cualquier caso, aquel secretismo en torno al accidente vendría también dado por la posición del Gobierno de Estados Unidos, que en plena Guerra Fría trataba de evitar a toda costa que la URSS accediese a cualquier tipo de información que pusiese en juego el equilibrio de poderes entre ambas potencias.

Pero como decía, quiero centrarme únicamente en determinar dónde se produjo el famoso baño del 7 de Marzo de 1966. En la actualidad, sigue habiendo opiniones encontradas al respecto y de hecho, muchos lugareños, periodistas e investigadores sostienen que lo del remojón en Palomares fue una invención de la propaganda franquista y que Fraga se bañó en realidad en Mojácar. Pues no. Don Manuel pudo haberse zambullido en Mojácar, como pudo haberse bañado también en la Sanxenxo de su querida Galicia o en cualquier otra playa de las costas españolas a lo largo de su vida, tan prolongada que no pareció sufrir los efectos de la supuesta radioactividad (cuando descendió en Palomares de un helicóptero, tocado con un sombrero blanco, en la soleada mañana del 7 de Marzo de 1966 tenía 43 años y cuando falleció en 2012, casi con 90 años, había acumulado tiempo suficiente como haber desarrollado un cáncer que lo hubiese matado mucho antes), pero lo que sí es seguro es que el escenario del famoso baño, o más bien acto propagandístico, es Palomares y en las próximas líneas lo demostraré.

Dos remojones, seguro

La confusión, las versiones contrapuestas o las discusiones sobre este episodio, muy español por cierto y 'berlanguiano' hasta la médula, pueden proceder del hecho de que existieron en realidad por lo menos dos baños e incluso José Herrera Plaza, director y guionista del documental 'Operación Flecha Rota', habla de hasta tres remojones. El primero de ellos tuvo como protagonista al embajador estadounidense, Angier Biddle Duke, y ocurrió frente al Parador Nacional de Turismo de Mojácar, todo lo cual está documentado mediante grabaciones y fotografías en las que se aprecia el recién construido establecimiento.

Hago aquí un inciso porque en mi búsqueda de información leo crónicas que indican que el régimen de Franco construyó el Parador de Mojácar como una de las medidas para resarcir a esta zona de los efectos negativos del incidente nuclear y no fue así: el alcalde Jacinto Alarcón, uno de los principales precursores del turismo en Mojácar, llevaba años peleando por el establecimiento hotelero frente a la oligarquía de la capital almeriense, que pretendía que el Parador se instalase en Aguadulce, y según me cuenta la mojaquera Antoñita Ruiz –gran conocedora de dichas vicisitudes por su amistad con la hija de Jacinto Alarcón y madre a la sazón de quien suscribe, todo hay que decirlo-, el alcalde echó mano de sus contactos con personalidades influyentes –entre ellos, Gabriel Cañadas, subsecretario entonces de Turismo con Manuel Fraga, y Pedro Zaragoza Orts, alcalde de Benidorm entre 1950 y 1967- y consiguió que el destino final del Parador fuese la playa de Mojácar, culminando así una historia que merezca tal vez otro artículo, de modo que el hotel ya estaba abierto cuando el desastre atómico oscureció los cielos de Palomares.

Volviendo a la primera zambullida, existe un vídeo sobre la misma, difundido en medios estadounidenses y que sólo ha visto la luz en España en los últimos años, en el que se puede ver cómo el diplomático estadounidense, con una planta y figura a medio camino entre David Niven y Errol Flynn, ataviado con un albornoz y un gorro de baño, desciende desde el Parador acompañado de una pequeña comitiva –en la que no está Fraga, insisto- hasta la playa de la Piedra Villazar, y se lanza a continuación al mar con decisión, para demostrar que las aguas almerienses no entrañaban peligro. De haber existido radiación, tampoco pareció haberle afectado mucho, porque Duke falleció en 1995 a la edad de 79 años y víctima no precisamente de un cáncer, sino de un atropello.

La casa del médico de Mojácar

El paisaje de esta playa de Mojácar ha cambiado mucho desde entonces, pero como fondo se identifica en las imágenes sin posibilidad de error el pequeño acantilado sobre el que se alza la casa de Don Diego Carrillo, el recordado médico de Mojácar –otra personalidad que merece otro artículo aparte-. Conozco esa playa desde niño, seguramente fue la primera a la que me llevaron mis padres y fue también hace siete años la primera playa a la que llevamos a mi hija, por lo que a pesar de los cambios ese entorno inconfundible es parte imborrable de mi memoria.

Por su parte, el segundo y famoso baño, el protagonizado por Fraga en compañía del embajador Duke y de otras personalidades, aconteció unas horas más tarde en Palomares. Por suerte, existe un amplio archivo fotográfico de esta zambullida, multitudinaria en comparación con la primera, y analizando algunas de estas instantáneas podemos concluir que el emplazamiento de este remojón corresponde sin duda a Palomares. En este sentido, varias de estas fotos muestran a Fraga acompañado del diplomático posando y saludando desde el agua, tienen como marco una lancha de desembarco de la Marina de los Estados Unidos y sobre todo, se divisa de fondo con claridad la curva que la costa dibuja en la playa de Quitapellejos y que finaliza en la Punta de Los Hornicos, muy cerca ya de la desembocadura del Río Almanzora, así como el perfil inconfundible de Sierra Almagrera.

Por lo tanto, del análisis y cotejo de las fotografías se deduce con escaso margen de error que el concurrido baño tuvo que celebrarse en el paraje donde está hoy el Chiringuito El Chumbo y de hecho, el pequeño embarcadero que aparece en las imágenes del NO-DO y en las de Tito del Amo –el recordado empresario hostelero cubrió junto a su hermano el evento para una agencia de noticias estadounidense- se ha convertido con el paso de los años en una pequeña estructura de rocas, que hoy en día permanece más o menos visible según el efecto de los temporales y pasa desapercibida para los bañistas. Si este baño de Fraga se hubiese producido en Mojácar, en las fotos no tendría más remedio que aparecer la piedra Villazar y el acantilado de la casa del médico, cosa que no ocurre.

Periodistas respaldan que sí ocurrió en Palomares

Además del testimonio gráfico, existen numerosas crónicas que así lo aseveran, entre ellas destaco las de Mateo Madridejos, redactor de El Periódico de Barcelona, que viajó entonces a Palomares en una comitiva oficial como enviado del diario Tele-Exprés. Este periodista confirma la existencia de dos zambullidas y sobre todo, alude en sus narraciones a que el baño de Fraga tiene lugar en Palomares ante una multitud de periodistas, españoles y extranjeros, muchos de los cuales se desplazaron desde Madrid en un viaje organizado por el Ministerio de Información y Turismo, con intenciones obviamente propagandísticas, que incluyó una parada en Jaén y pernoctación en el Parador de Puerto Lumbreras, que estaba abierto desde 1946.

Por su parte, Martín Navarrete, un joven de Arboleas que con 24 años de edad cumplía en 1966 el servicio militar en Lorca y que se había iniciado en el periodismo en El Yugo –hoy La Voz de Almería-, estuvo tres meses desplazado en la zona como corresponsal del Diario de Barcelona, siguiendo la búsqueda del cuarto artefacto, que apareció finalmente como es sabido en el mar gracias a las indicaciones del pescador Francisco Simó Orts, 'Paco el de la bomba' para los amigos. Martín Navarrete, seudónimo de Francisco Martínez Navarro y que desarrolló posteriormente una amplia carrera como corresponsal en medios tales como El Noticiero Universal, La Vanguardia y ABC, sostiene también en sus numerosas crónicas del evento, que remitía a Barcelona por vía telefónica desde el cuartel de la Guardia Civil de Vera, la versión de que Manuel Fraga se bañó efectivamente en Palomares, niega igualmente que las famosas fotos del remojón estén tomadas en Mojácar y apunta por último que la idea del baño propagandístico parte de la esposa del embajador Duke, que había trabajado en marketing.

Finalmente, Rafael Moreno Izquierdo, autor del libro 'La Historia secreta de las bombas de Palomares', toca como no podía ser menos el asunto de los baños y habla concretamente de tres, el primero de ellos en solitario por parte del embajador Duke, el segundo lo sitúa en Palomares ya con Fraga de protagonista y alude al igual que José Herrera Plaza a un tercer remojón, dado que se incorpora en última instancia el entonces teniente general de la Zona Aérea del Estrecho, Antonio Llop Lamarca, y tiene que aparecer en las fotos.

Por el contrario, entre las opiniones que niegan que el chapuzón tuviese lugar en Palomares, no consigo encontrar argumentos sólidos que me hagan cambiar de parecer. Algunos vecinos de esta pedanía de Cuevas del Almanzora sostienen que “siempre se ha dicho que no se bañó en Palomares y aquí todo el mundo sabe que es así”, pero nadie ofrece pruebas ni testimonios fiables más allá de ese “siempre se ha dicho que”, lo cual no ha impedido que esta afirmación falsa, a fuerza de repetida, se haya convertido en una verdad para el imaginario colectivo, una verdad como la de la avioneta que acaba con la lluvia.

Por su parte, entre los medios que tratan el baño como una mentira puedo citar El Cierre Digital de Juan Luis Galiacho, Diario 16 haciéndose eco de una denuncia de Ecologistas en Acción (“cualquier taxista de Almería te resume lo que realmente pasó en el año 1966 con el baño de Manuel Fraga Iribarne y el embajador de EEUU en Palomares: que la famosa inmersión en el mar que también popularizó el NO-DO se grabó en otra playa de Almería donde no se encontraban los restos radiactivos de un avión americano”, dice textualmente) y añado una pincelada exótica que viene de “Insurgente.Org.Tu Diario de Izquierdas”, donde en un artículo sin firma se llega a decir que “no cabe duda de que el famoso baño de Fraga y algún otro deleznable individuo, entre los que se encontraba el embajador yanqui, en la playa (supuestamente afectada, para negar que hubiera ningún tipo de problemas para la salud de los habitantes de la zona) era otra de sus muchas mentiras. La playa donde se bañó Fraga era otra que, aunque probablemente cercana, no estaba afectada por el accidente”. No quiero añadir más opiniones contrarias por no cansar al lector, pero todas ellas tienen el denominador común de no ofrecer el menor argumento que respalde tales afirmaciones.

Por lo tanto, esta es mi modesta aportación a este episodio: el régimen de Franco mentiría lo suyo y ocultaría la realidad, pero me atrevo a afirmar que Fraga sí se bañó en Palomares. Este hecho no deja de tener la categoría de anécdota dentro de la historia tan grande en cuyo contexto que se produce, no olvidemos que si llega a detonar la carga nuclear de las cuatro bombas, la historia de España hubiese sido a partir de entonces muy distinta, porque se calcula que los efectos de las explosiones hubiesen borrado Almería, Andalucía y parte de la costa de África de la faz de la tierra y sus efectos devastadores se hubiesen dejado sentir hasta en Francia. Por suerte, las explosiones nucleares no se produjeron, pero son muchas las voces que insisten en que esta zona está afectada por la radiación, dado que parte de la carga atómica de los artefactos se esparció.

No voy a entrar en si existe o no radiación en esta zona, porque no soy experto ni investigador, en todo caso me podría definir como “curioso” que ha heredado de su padre –el citado Martín Navarrete, por si alguien no se había dado cuenta todavía- un poco de habilidad para juntar letras y que además se entienda algo de lo que escribe, pero ni mucho menos tengo autoridad para afirmar si existe o no existe contaminación. Como mucho, me aventuro a decir que de existir radiación en las cantidades que dicen algunas crónicas, los vecinos de Palomares y los de las poblaciones de los alrededores estaríamos todos ahora mismo haciendo cola en la puerta del Área de Oncología de Torrecárdenas.

¿Y por qué no lo damos la vuelta a la historia?

Sí tengo en cambio la impresión de que los habitantes de Palomares viven de espaldas a este acontecimiento histórico. Es perfectamente entendible que sea así, porque muchos de ellos tienen la sensación de que jamás nadie les ha hablado claro o directamente, que les vienen mintiendo desde 1966, y tampoco les gusta comentar mucho el asunto por sus consecuencias negativas, porque hablar de contaminación radiactiva supone de inmediato que se ponga en cuestión la salubridad y seguridad de la agricultura y el turismo de la zona, por todo lo cual es fácil comprender que quieran distanciarse de esta historia, que con el paso de los años y el transcurso de las generaciones sale a la palestra de forma machacona en cada aniversario del accidente.

Pero, ¿por qué los habitantes de Palomares no convierten este incordio en una oportunidad?, ¿por qué no cuentan ellos mismos la historia y se convierten en sus protagonistas? Al fin y al cabo, siempre habrá un periódico en Madrid, en Barcelona o en Sevilla que llegando el mes de Enero o con ocasión del 75 aniversario del lanzamiento de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, mande a Palomares un redactor y éste escriba una crónica la mayoría de ocasiones sesgada o cuanto menos con errores, como una de las últimas de El Mundo, titulada “La última batalla del sargento Victor Skaar, víctima de Palomares” y publicada el pasado 5 de Agosto. Por mucho que no queramos, Palomares estará siempre vinculada a la historia negra de los accidentes atómicos y su nombre aparecerá junto a Chernóbil y Fukushima, tal vez no tanto por lo que pasó, sino por lo que pudo haber ocurrido.

Entonces, ¿por qué Palomares no aprovecha el protagonismo que tiene –muy a su pesar- y lo convierte en un factor de desarrollo? Tal vez parezca descabellado, pero me imagino los beneficios que tendría para la zona la puesta en valor de los lugares donde ocurrió el accidente y de la misma manera que numerosos turistas interesados en la Segunda Guerra Mundial o en la Guerra Fría viajan a Berlín a fotografiarse ante el Checkpoint Charlie, visitan el Puente de los Espías en Postdam o bajan al Búnker 42 en Moscú, si las instituciones desarrollasen una iniciativa para dar a conocer los escenarios del episodio de las bombas de Palomares y se difundiese adecuadamente, atraería probablemente un tipo de turismo que complementaría la oferta de sol y playa actual, añadiendo así un nuevo campo de desarrollo económico para la zona. Probablemente, alguien de Palomares se ofenda por esta aportación tal vez osada, comprendo en cierto modo que pongan en el grito en el cielo porque estarán hartos de las dichosas bombas, pero insisto, siempre habrá alguien de fuera que venga una y otra vez a contar la historia por usted, la contará mal y usted seguirá sentado en la puerta de su casa viendo las oportunidades pasar.

También echo de menos un museo o lo que ahora se llama modernamente “centro de interpretación” sobre el accidente, cuyo mensaje de cara a los visitantes no puede ser otro que poner de manifiesto los peligros que entraña para la humanidad el armamento atómico, de lo cual Palomares es testigo de primera mano. Y por supuesto, echo en falta un homenaje a las personas que fallecieron en el accidente y cómo no, un reconocimiento a los vecinos de Palomares y agentes de la Guardia Civil que pusieron sus vidas en juego colaborando en las tareas de limpieza. Observo en varias fotos a vecinos de Palomares, enjutos y con boinas caladas, que se esfuerzan codo con codo con los soldados americanos, manipulando restos y exponiéndose a sustancias sin saber que las mismas los podían matar. ¿Quiénes eran esos señores? Pocos lo saben, pero opino que merecen cuanto menos un reconocimiento público.