Se cumplen 506 años del terremoto que sepultó Vera

Fue a las 9 de la noche del 9 de noviembre de 1518. Las autoridades elaboraron un informe que nos permite conocer lo que ocurrió



MANUEL CAPARRÓS* / ALMERÍA HOY / 09·11·2024

Según el investigador César de Olivera, el recuerdo del gran terremoto de Vera de 9 de noviembre de 1518 ha quedado ligado a un hecho insólito en la historia de España: el cambio de emplazamiento de un núcleo urbano debido a un temblor devastador.

La Ciudad de Vera, tras las capitulaciones musulmanas de 10 de junio de 1488, estaba poblada y defendida por cristianos viejos, administrada mediante leyes e instituciones castellanas y mantenida económicamente tanto por los fondos y privilegios estatales como por la labor agrícola e industrial de los mudéjares y de los moriscos.

La ‘Taha’ o ‘Tierra de Vera’ era el territorio jurisdiccional y militar que controlaba Vera, comprendiendo núcleos poblacionales como Cuevas y Portilla, Sorbas y Lubrín, Huércal y Overa, Sierra Cabrera, Antas, Zurgena, Bédar y Serena, Garrucha y Pulpí.

Contaba la ‘Tierra de Vera’ con un pasado sísmico muy denso. Las sesiones de pleno de Murcia registran que en noviembre de 1406 se produjeron movimientos de las placas tectónicas del Mar de Alborán, causando 72 muertos en el cerro, además de quedar destruidos un lienzo de la muralla y la mitad de su mezquita. Destacadas fueron también las sacudidas de 1487 en la costa del Obispado de Málaga, las ocurridas en 1494 en la ciudad de Almería, las de 1522 en Almería y las Alpujarras, y las de 1531 en Baza.

El destacado miembro del Instituto Geográfico Nacional, José Manuel Martínez Solares, indica que, aun no conociendo exactamente el grado de intensidad del gran terremoto de Vera, podemos deducir, por los daños causados, que bien pudo ser de grado 8 o 9.

Lo que afirman los testigos es que, aproximadamente a las once o doce horas de la noche del día 9, se sintieron dos fuertes sacudidas sísmicas. La primera, más potente, causó la mayor destrucción, pues terminó con “las peñas de los cimientos” y con las edificaciones mismas. La segunda derribó lo poco que quedaba en pie. Como es lógico, dada la hora de la noche, los habitantes del poblado estaban descansando en sus casas, motivo por el que, sin tiempo para reaccionar, hubo más víctimas.

PENDIENTE MORTAL

Los sismólogos del Instituto Geográfico Nacional certifican que “el problema con el que se encontraron los habitantes durante esa noche fue la elevada pendiente del Cerro del Espíritu Santo, de tal modo que las sacudidas provocaron un doble daño: por un lado, las cimentaciones en ladera aguantaron mal el temblor y, por otro, el colapso o desplome de las construcciones de las partes más altas provocó una especie de alud de piedras, tierra y cascotes que afectó al caserío que había en las partes más bajas del cerro, cosa que no sucedió en Mojácar”, población que también se vio afectada.

El día 26 de noviembre de 1518, el Muy Magnífico Señor don Francisco de Castilla y Zúñiga, corregidor de Vera, Baza, Guadix y Almería, redactaba un informe junto a los regidores de Vera Bernaldino de Çeva, Pedro de Guevara, el jurado Ginés de Çéspedes y el Alcalde Mayor de la Ciudad, el Bachiller Íñigo de Guevara, supervivientes de la catástrofe.

Gracias a ellos conocemos los detalles de esa noche fatídica por medio de los testimonios de algunos veratenses que quedaron con vida. El documento, que hoy es custodiado en el Archivo General de Simancas, fue entonces enviado a La Corona solicitando ayuda para recuperar cuanto antes la normalidad.

LOS DAÑOS

El valioso informe recoge la declaración de cinco testigos: Pedro Pérez, Alonso de Sepúlveda, Andrés Perpiñán, Pedro de Campoy y Juan Navarro. Gracias a ellos sabemos de primera mano cómo se desarrollaron los hechos y qué sintieron en esos momentos. A las 150 víctimas mortales que mencionaron, de una población de unos 500-600 habitantes (no hay un listado detallado de los fallecidos), se sumaron innumerables heridos que a duras penas los supervivientes pudieron desenterrar bajo los escombros.

Todos oyeron “un bramido muy recio que sonaba debajo de la tierra (...) muy grandísimo y espantable”, y “se hendieron las peñas de los cimientos sobre que estaba fundada e todas las torres e muros (...) que casi no hay memoria dellos (...) e se esperan de la mar los moros que a ella suelen venir (...)”, rogando que “se pueble e fortalezca porque de otra manera es imposible guardarse de la costa (...)”.

Concluyendo: hubo un colapso completo de la fortaleza de la cima, asentada en unas grandes peñas que quedaron abiertas. La muralla o cincho que rodeaba el cerro a media altura no se arruinó del todo, pero quedó con tan serios daños que hacía inviable su reconstrucción. La ruina del caserío fue prácticamente total (animales, enseres, alimentos y vasijas), y a eso se le sumaron los hurtos de lo que había quedado. La fuente de agua principal, “muy buena”, se secó y lo único que sobrevivió fue la capilla que custodiaba el Corpus Domini, justificación sobrenatural que se añadirá en la carta de Carlos I dirigida al papa León X con el fin de que reconstruyera la ciudad, lo que finalmente no ocurrió, pues se consideró más viable la creación de una ciudad amurallada de nueva planta, en el llano, localizada a una distancia de “menos de un tiro de ballesta” desde el antiguo emplazamiento, que sería la Vera Nueva.

*Manuel Caparrós es el archivero municipal de Vera