La mala educación


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JOSÉ Mª MARTÍNEZ DE HARO

La estrategia del Gobierno quedó otra vez al descubierto en vísperas de elecciones al Parlamento de la UE: crear un enemigo identificable y repudiable e iniciar una campaña política y mediática que acapare la opinión pública. Habrá que decir que esta artimaña no es invento de Sánchez, ni de Iván Redondo, ni de Félix Bolaños. Tampoco provocar polémicas con los enemigos o adversarios. Esto ya lo practicaban con exquisita crueldad los emperadores romanos, los reyes absolutos, gobernantes despóticos y dictadores de ideologías aberrantes a lo largo de los siglos. Los países gobernados democráticamente, tal que Suecia, Holanda, Finlandia, Alemania, etc., no tienen necesidad de inventar tebeos para almas cándidas.

Así que el aprendiz de brujo contratado para hacer gracietas al personal ha mostrado su incapacidad para asuntos de gobierno; menos aún para asuntos de Estado.

No es concebible en la Europa democrática que un miembro del Gobierno señale públicamente a un jefe de Estado de un país amigo como un loco y drogadicto. En España tampoco era concebible hasta hace unos días. Y ocurrió que la torpeza y mala educación de un ministro de España ha provocado una crisis con Argentina, un país hermanado por lazos fraternos imposibles de borrar. Y tras esa ráfaga de viento, llegó la tormenta aquí en Madrid, en una plaza de toros, para ser más castizos. Un dirigente político exaltado, con ojos de inquietante fulgor metálico, ha arremetido sin mencionar nombres contra la conducta pública de la esposa del presidente del Gobierno, asunto que se instruye en sede judicial, y contra el propio presidente. Son reprobables unas palabras contrarias a las normas del respeto y la elemental prudencia. Pero la cuestión va más allá de los reproches o alteraciones del ritmo cardíaco, y requiere plantear algunas objeciones preliminares: ¿cómo ha surgido este clima de desafíos e insultos? ¿A quién beneficia este conflicto? A dos protagonistas. Pedro Sánchez, ahora en el papel de víctima, y a Javier Milei, ambos populistas extremos que por distintos senderos de la política han descubierto en la polémica y el barullo un sostén del poder. Lo que debiera haber sopesado el gobierno de España y su zopenco ministro es que atacar a Milei significaba abrir la caja de los truenos, y así ha ocurrido.

Habrá que matizar que la primera ráfaga de agravios llegó desde España, de manera irresponsable y gratuita, con feroces insultos a un dignatario extranjero. Cuando el daño se hizo evidente las técnicas de agitación y propaganda recomiendan la escenificación del victimismo. La versión oficial a cargo del ministro de Exteriores ha sido caótica. En lugar de ejercer de diplomático ha atizado aún más la discordia afirmando que Javier Milei, en su lenguaraz réplica, ha ofendido al Estado y a España, tal que Sánchez y su esposa fueran las esencias patrias. Y por ello habrá que responder con medidas extremas.

Debiera conocer el ministro José Manuel Albares lo irresponsable de su decisión retirando la embajadora de España en Argentina sine die, la manera más ostentosa de mostrar enemistad a cualquier país. Catedráticos de Derecho Internacional y diplomáticos experimentados califican de absoluto disparate esta medida extrema. Tan extrema que es la primera vez que esto ocurre desde que Argentina y España establecieron relaciones diplomáticas en 1.860.

En cualquier país democrático con un gobierno atento al interés general, estos errores tienen una inmediata corrección, la dimisión o cese de Óscar Puente y de José Manuel Albares, dos torpes sin ilustración que han iniciado una crisis que no responde al interés general de España ni de los españoles. Y aclarar que no es cierto que Milei haya ofendido a ningún interés o prestigio del Estado, ni de España, ni de los españoles, puesto que se refirió concisamente a la esposa de Pedro Sánchez y a Sánchez, que no es el jefe del Estado español, porque lo es el rey Felipe VI.

El objetivo parece evidente: contentar a un presidente ofendido por la mención culposa de su esposa sobre asuntos que se investigan en sede judicial. Error de Milei como réplica a otro error de Puente.

Y ahora queda en escena un reto de chulánganos ensoberbecidos. ¿Hasta dónde llegara la espuma? La reacción del Gobierno de Argentina ha sido ofrecer a Pedro Sánchez una lección de “templanza”: Argentina no va a retirar su embajador en España y, además, señala que no habrá medidas contra intereses españoles en aquel país. Pero a continuación, aprovechando un espectáculo musical, Milei ha enfervorecido a decenas de miles de seguidores, que voz en grito coreaban insultos soeces contra Pedro Sánchez y su esposa. Las televisiones de habla hispana, las europeas, incluida España, han reproducido el espectáculo feroz y denigrante. Era lo previsible al agitar el avispero del populismo, la expansión mundial de la noticia es posible que haya hecho lamentar su falta de educación y civismo al ministro Óscar Puente, que a esta fecha no ha dimitido ni va a dimitir, porque los posibles perjuicios a causa de este culebrón que afectan al prestigio de España, de Sánchez y de su esposa, no van a mermar su nómina ni sus prebendas. Así se camina derecho y sin pausa hacia la degradación más absoluta.

La excitada sobreactuación del Gobierno de España pone en evidencia las diferencias de criterio cuando los insultos se centraban en el rey de España, vejado e insultado en actos oficiales por los presidentes de México, Venezuela, Nicaragua, Colombia y otros países del club de amigos de Pedro Sánchez y sus socios de Gobierno, quienes, además, añadieron improperios contra España y los españoles por aquello del Descubrimiento y la Conquista. Al parecer, entonces no hubo motivos suficientes para retirar los embajadores de aquellos países. Más aún, Pedro Sánchez, como muestra de solidaridad y amistad, recibió y agasajó con honores y boato al actual presidente de Colombia, Gustavo Petro, en su visita a España fechas después de sus ataques furibundos contra España y su rey.

Habremos de añorar aquellos ministros de Asuntos Exteriores que prestigiaron la diplomacia y el Reino de España en el mundo: Fernando Morán (PSOE), Marcelino Oreja (UCD), García Margallo (PP) y tantos otros que supieron resolver las diferencias y los conflictos entre países sin recurrir al dramatismo. En estas fechas, el prestigio de España decae sin que parezca posible un retorno a eso tan aburrido como la “normalidad institucional”. El gobierno ha hecho de la anormalidad una norma de conducta y en la necesidad no ha sabido encontrar la virtud tan imprescindible en asuntos públicos, sino el histrionismo. Se trata de algo elemental en sociedades desarrolladas, la buena educación y el grado de preparación de los gestores políticos. Olvidan quienes gobiernan que más allá de la política y de la democracia habrían de prevalecer actitudes y principios pre-democráticos: la educación y el civismo, la utilidad pública y el concepto de sociedad. Todo ello al servicio del interés general, bases ineludibles de cualquier democracia.