Escudo de Oro de la provincia para el corazón de Terraza Carmona: Manola Baraza

La máxima distinción provincial ha reconocido el “coraje” de una mujer que, junto al inolvidable Antonio Carmona, su marido, contribuyó a convertir un cine de verano en referente gastronómico de la provincia


Manola y su gran familia tras recibir el  Escudo de Oro de la provincia.


ALMERÍA HOY / 8·06·2024

2 Menuda y con la sonrisa perenne en los labios, Manola Baraza recibió el 3 de junio, a los 77 años, la máxima distinción provincial. Con el Escudo de Oro, Almería reconocía oficialmente el “empuje, coraje y entrega” de esta mujer, del número 15 de la calle Ancha de Vera, que es, casi desde niña, el corazón, el motor silencioso que, junto a su marido, el inolvidable Antonio Carmona, transformó un sencillo bar de un cine de verano en referente gastronómico internacional. El cronista oficial de Cuevas del Almanzora, Enrique Fernández Bolea, la eleva a “matriarca de una institución provincial”, y el mayor de los Carmona, Ginés, dice que es el “faro que proporciona tranquilidad a toda la familia”.

Hablando de faros, Manola tuvo la fortuna de compartir vida y trabajo con Antonio Carmona, un hombre que irradió una potente luz. Estuvo siempre junto a él. Luchando a su lado -no en la retaguardia- para salvar unidos todos los problemas que les salían al paso. Como dice Santiago Alfonso, director de Marketing e Imagen Corporativa de Cosentino, ha sido siempre la “muñidora que está en todo pero no se ve, la mujer que inspira y acoge”.

Antonio Carmona era seis años mayor y formaba parte de la pandilla de una hermana de Manola. Ella le conoció desde que tuvo uso de razón porque los padres de ambos eran muy amigos, “casi hermanos”. Y el amor llegó con el roce. Prendió a partir de una travesura.

"El amor llegó con el roce", dice Manola.


Cuando Antonio cumplía el servicio militar, Manola –apenas tenía 12 años-, le escribió “una canción” y se la envió “sin remite”. El mozo quiso saber quién le había dirigido aquella carta y urdió un ardid: consiguió que todas las amigas escribieran la palabra ‘Madrid’, porque en la dirección aparecía terminada en ‘z’. Identificó rápidamente a la remitente, que no tardó en confesar.

Aún era una chiquilla que, para ver al Antonio mozo, iba a comprarle un polo que él siempre acababa regalándole. Después empezó a mirarla “de otra manera”.

Para Manola, Antonio era una persona nacida “con algo especial”, capaz de convencer a quien fuera “con apenas dos palabras”. “Tenía una personalidad que a mí me faltaba. Me infundía seguridad hablar con él”. Manola es hoy reconocida institucionalmente, pero sus pensamientos, sus palabras, giran en torno a sus hijos, nietos y esposo. Antonio pertenecía a la tercera generación de una familia que “empezó en el siglo XIX vendiendo vinos y aguardientes de Jumilla. En 1905 fundó la tasca La Alegría”, según cuenta el historiador Juan Grima. Al hacerse Antonio cargo del negocio familiar –por la muerte prematura de su padre-, Terraza Carmona era un cine de verano y un humilde bar que se propuso hacer grande. Albergaba proyectos que contaba a su entorno y recibía una respuesta unánime: “le decían –recuerda Manola- que estaba loco, que sus ideas eran inviables en un pueblo como Vera, que entonces apenas tenía 4.000 habitantes”.

TIEMPO DE VERBENAS

Manola y Antonio en una de las míticas verbenas celebradas en ´Terraza Carmona.


Pero los proyectos de ese ‘loco’ los fueron haciendo Manola y Antonio realidad. Así, llegaron las verbenas amenizadas por los artistas más importantes del momento, como Tony Ronald o Lorenzo Santa María. Las recuerda muy bien José Antonio Flores, presidente del grupo Vera Import, quien se echó novia en una de ellas y “acudía con ropa nueva para disfrutar de las actuaciones”.

Gabriel Flores, cronista de la ciudad, también declara su añoranza por esas verbenas. No olvida que “cuando vino Mari Trini, llovió. La artista volvió una segunda vez y de nuevo llovió, como si hubiera alguna relación entre la cantante y las nubes”.

Más tarde llegaron el hotel y el restaurante que hoy conocemos, donde el cronista reconoce que él y muchos otros han hecho “muy buenos negocios sellados con excelentes vinos y las viandas preparadas por Manola”.

Y, como suele ocurrir, detrás de la fiesta no todo era brillo. Sobre la alfombra roja había escollos que sortear. Según Manola, el peor apareció en época de Adolfo Suárez. Habían pedido un préstamo, pero el dinero no llegaba “por culpa de la crisis de aquellos años. Pero éramos muy persistentes y nunca dimos nada por perdido”.

Él dirigía y compraba y a ella le parecía correcto todo lo que hacía, aunque no siempre. En una ocasión, Manola sugirió a su marido que no podían seguir haciendo cocina tradicional porque los clientes no la pedían en aquellos años. “Yo hacía ollas enormes de olla de trigo o gurullos que quedaban casi enteras. Menos mal que entonces estaba la residencia de ancianos muy cerca y se las enviábamos”, recuerda.

“Eran otros tiempos –abunda- y la gente no pedía lo que solía comer en su casa”. Quien sí supo apreciar la cocina casera de Manola fue Gloria Fuertes. Cuenta el publicista y presidente de Plataforma Publicidad Enrique Martínez Leiva que la poetisa “se comió dos platos de conejo en ajo cabañil y, de vuelta a Madrid, no habíamos llegado a Murcia cuando me pidió regresar a Terraza Carmona”. Pero hoy muy pocos conservan los gurullos, las torticas, el ajo colorao y las pelotas en su carta como platos estrella. En la Terraza Carmona, sí

A finales de los sesenta.



EL RELEVO

Y Antonio dejó de insistir. Un derrame cerebral apresuró el relevo generacional. “Estaba con vosotros en la radio, en Vera Comunicación, cuando empezó a sentirse mal”, evoca Manola. José María Morales, sobrino de Manola y Antonio, cuenta que a partir de entonces Manola “se convirtió literalmente en la muleta” de Antonio. “Y nunca se quejó. Con su sonrisa logró abstraernos a la familia del gran problema que se cernía sobre todos”.

El mayor de los hijos, Ginés, tuvo que hacerse cargo del negocio hace casi 30 años. Aunque lo veía muy joven, Manola nunca dudó de él: “tuvo la valentía de coger la batuta con el apoyo de toda la familia”.

Juntos han continuado superando todas los circunstancias, y las malas les han hecho “más fuertes porque estamos muy unidos”. Como cuando se extendió que habían puesto Terraza Carmona en venta. Sus hijos le advirtieron de que el rumor corría por la calle y tal vez podía escucharlo, pero nunca lo encontró. “Era un bulo molesto al que no dimos más importancia”, apostilla Ginés.

LOS REVESES

Luego vendrían golpes más duros. Primero con la muerte del Antonio Carmona en 2013. Después con la de su hijo José hace seis años. Desde el dolor, Manola dice que con el fallecimiento de Antonio se le fue la vida, pero “no estaba preparada para perder un hijo”. “Es imposible explicar con palabras qué siente una madre ante una situación así”.

A esta altura de la vida, a la matriarca le gusta recordar. Cuenta que le produce “calma” revivir cada momento, todo lo que ha hecho a los largo de 77 años. Piensa que la alegría “dura muy poco” y que la felicidad “no se busca”, llega “por sí sola” y se va “de igual manera”.

Cree que la felicidad está “sobrevalorada”, que andar obstinadamente tras ella “no es lo más importante” de la vida. Ahora, tras recibir el Escudo de Oro de la Provincia, vive un torbellino de reconocimientos que no le despiertan “demasiada emoción”, aunque le alegran y los agradece. No sabe si es por la edad o por “la pena” que guarda en su interior. Porque siempre tiene presentes a su hijo José y a su querido Antonio. Cuando tuvo que subir al escenario para recoger el galardón y dirigir unas palabras, no se encomendó a la Virgen de las Angustias ni a Jesús el Nazareno. Camino del atril, pensó, cerró los ojos para mirar a su esposo, y le dijo “Antonio, ayúdame”.

Retrato infantil de Manola.