Confesiones y despedida de un ochentón (VII)


..

AMANDO DE MIGUEL

SIGO APASIONADO SOBRE la significación de los usos lingüísticos en la España actual. Sobre la cuestión de los devaneos del lenguaje cotidiano he publicado dos libros más: La magia de las palabras (Madrid: Infova, 2009) y Hablando pronto y mal (Madrid: Espasa, 2013). La veta literaria de mi producción se completa con algunos otros libros de ensayo sobre la vida cotidiana y varias novelas.

Debo señalar que, como continuación del ejemplo de Linz, con el que compartí la autoría de un par de docenas de largos artículos y un libro, he firmado muchos libros con otros colaboradores. Esta es la lista de los que han sido coautores conmigo: Juan J. Linz, Manuel Gómez Reino, Francisco Andrés Orizo, José Luis Romero, Amparo Almarcha, Juan Salcedo, Jaime Martín Moreno, Félix Moral, Antonio Izquierdo, José Luis Gutiérrez, Marta Escuín, Roberto-Luciano Barbeito, Isabel París, Guillermo Sánchez, Iñaki de Miguel. Jesús I. Matínez Paricio, Francisco Marcos-Marín, Miguel S. Valles. Dejo aparte los varios libros en los que los autores éramos realmente un equipo más o menos nutrido. Selecciono solo uno de ellos. Por iniciativa de SECOT (Seniors Españoles para la Cooperación Técnica) y sus mentores, Lucila Gómez-Baeza y Virgilio Oñate, coordiné un libro colectivo muy original. (Los mayores activos, Madrid: Caja Madrid, 2001). Colaboraron en la empresa algunos colegas como Benjamín García Sanz, Juan E. Iranzo, Antonio Izquierdo, Jaime Martín Moreno, Jesús I. Martínez Paricio, Alberto Moncada, Pedro Schwartz, Miguel S. Valles y Juan Velarde, entre otros. Fue una experiencia única de la que aprendí mucho.

A estas alturas de mi vida me planteo un enigma de difícil averiguación. Insisto en que no me considero un radical o un revolucionario. Sin embargo, he ido incubando una especie de complejo del apache Gerónimo o de miembro de los Proscritos (la banda de Guillermo Brown). Los poderes de una sociedad organizada (políticos, económicos, ideológicos) toleran, e incluso auspician, una Sociología especulativa, esencialista, crítica e incluso marxista. Al menos es lo que se lleva en España. Mi experiencia me dice que esas mismas fuerzas consideran con suspicacia una Sociología empírica o aplicada, que descubre la realidad de lo que piensa la gente. El sociólogo que razona con datos y sobre todo establece conexiones se convierte en una especie de “enemigo del pueblo”, para acogerme al personaje de Ibsen.

Desciendo otra vez a mi caso particular y constato que me han expulsado de muchos medios de comunicación donde antes había colaborado con artículos de opinión. Puedo citar estos: El País, ABC, El Periódico de Cataluña, Interviu, Radio Nacional de España, COPE, Onda cero, entre otros varios. Como compensación diré que he permanecido como comentarista habitual en Libertad Digital, desde su fundación hace 20 años. Sigo escribiendo con ganas en un periódico local, Actualidad Almanzora. Colaboré en muchos otros medios que han desaparecido o de los que me fui bonitamente. Mi inestabilidad como articulista podría ser que la idea que yo tengo de mí mismo dista mucho de la que me colocan los demás. En los manicomios de antaño eran frecuentes las personas con tal suerte de contradicción.

Después de la acumulación de tantos empeños profesionales (unos exitosos, otros fallidos), hago un paréntesis para sintetizar mi particular visión sobre el fundamento de la sociedad en la que me desenvuelvo. A primera vista, parece una intrincada floresta de especies muy variadas. Cada uno de los componentes de tal conjunto (personas, grupos, instituciones) parece ser de su padre y de su madre. Es decir, no hay forma de comprender un todo ordenado. Sin embargo, es posible alcanzar una cierta estructura en el aparente revoltijo de formas de pensar o de relacionarse que tienen los humanos. Me refiero expresamente a los españoles, porque esa es mi tribu.

La primera generalización es bien sencilla. Parto de una distinción fundamental: unas pocas personas merecen que el sujeto les tenga amor, afecto o simpatía. Todas las demás resultan más bien indiferentes. Incluso algunos individuos podrían pasar por antipáticos, o incluso odiosos, hostiles. Las principales actitudes y conductas de un sujeto son las que resultan consonantes con el círculo cercano de los otros individuos a los que dispensa afecto y normalmente se lo devuelven. También puede verse la dependencia en la otra dirección. El círculo inmediato de las personas que a uno les resultan atractivas son las que manifiestan actitudes y conductas que se consideran interesantes. Una simplificación tan nimia explica luego los entresijos de muchas instituciones, grupos y conflictos sociales. Como se verá, caigo en la herejía de mi gremio de considerar que la realidad social es, ante todo, de naturaleza psicológica, en la que cuenta mucho la herencia, los genes, la personalidad de cada uno.

En esta vida uno mantiene una dedicación central, sea estudio, trabajo, ocio o intereses varios, pero siempre personales e intransferibles. Al final, pensando en el círculo cercano, todos nos movemos por estos tres objetivos, que mantenemos más o menos discretos:

Para “justificarnos” a nosotros mismos y también al resto de nuestro clan inmediato, bien sea para atenuar culpas o para resaltar merecimientos. Debe haber un equilibrio entre esas dos dedicaciones. De otra forma, podemos caer en la degradación de estos dos extremos: (a) el que se considera “humilde”, poca cosa, uno del montón, y (b) el “engreído” que se siente pletórico al envanecerse de sus méritos. Sin llegar a tales polos, todos participamos de una mezcla de ambos. Las conversaciones cotidianas incluyen muchos elementos para presumir. Por ejemplo, los niños y los viejos suelen manifestar la edad que tienen como un motivo de orgullo. Es algo que recuerdan todos en la celebración del cumpleaños. Hay personas que, además de otros merecimientos, se jactan de lo bien que les ha ido en el matrimonio, de las carreras de los hijos, de sus vacaciones; hacen bien. El segundo objetivo mira de sentirnos “reconocidos” por las personas que nos interesan, que no suelen ser muchas. Aunque también aquí se presenta un extremo patológico, el de quien nunca se siente reconocido como se merece. El reconocimiento por parte de los demás viene a ser la certificación de que se tienen en cuenta nuestras justificaciones. No hace falta llegar a la exhibición del currículum, algo que caracteriza a una minúscula proporción de profesionales. Es mucho más general la satisfacción que recibimos muchos adultos porque aparentamos menos años de los que tenemos. También cuenta que nos digan que nuestra apariencia resulta saludable. El reconocimiento más general es que se sepan nuestros datos del DNI. Nadie quiere ser del todo anónimo.

Un tercer objetivo, que culmina los dos anteriores, es el de la persecución del “afecto”. No es solo el que transmite la familia de origen o el de la pareja y familia de fundación. El convento para una monja puede suplir muy bien la lejanía de la familia. En la cultura española cuenta mucho el afecto de los amigos. Ni siquiera el anacoreta más riguroso prescinde de tal deseo; simplemente lo sublima con la figura interna de Dios. Todos los demás persiguen afectos concretos terrenales.

Si se prueba que, efectivamente, tales objetivos son generales, entonces hay que concluir que existe la “condición humana”, matizada solo por algunas variaciones culturales. En cuyo caso no resulta tan difícil conocerla. Para un propósito tan sencillo no hace falta acumular estudios universitarios. Desde luego, la Sociología tampoco añade mucho a los otros saberes.

Una advertencia. Los tres nobles objetivos dichos (autojustificación, reconocimiento y afecto) llevan al peligro, si se exageran, de tallar una personalidad odiosa: el “narciso”. Es la tentación de todo el que se dedica a una tarea intelectual, artística o de comunicación. De acuerdo con el mito clásico, el narciso no es solo el que se contempla en el espejo y desarrolla un exceso de autoestima. Lo malo es que tal valoración le puede llevar a un sistemático desprecio del prójimo. El narciso requiere tantas demostraciones de afecto por parte de los demás que, a pesar de su derroche de simpatía, se convierte en odioso. Eso es así porque pierde la sensación de que algunas veces puede hacer daño a los demás. En la vida de cada uno hay que procurar rodearse de personas “queribles”, pero tanto o más necesaria es la táctica de evitar los tipos narcisistas. Mucho cuidado; suelen ser atractivos, simpáticos, y serviciales, pero también pueden hacer mucho mal sin percatarse de ello.

El esquema anterior me sirve para seguir calibrando mis méritos y mis fracasos.