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SAVONAROLA
Los romanos otorgaron a Venus, diosa protectora de la Ciudad Eterna, entre otros sobrenombres el de ‘Cloacina’, que en la lengua de los etruscos quiere decir ‘la que purifica’, y, entre otros atributos, le otorgaron el de ‘protectora de los desagües.
Queridos hermanos, harto ha demostrado este anciano y ajado monje que jamás añora cualquier tiempo pasado ni comulga con que fuese siempre mejor que el de hogaño. El hombre avanza y evoluciona en continuo. Empuja perpetuamente, como aquel rey de Corinto, la pesada piedra de la Historia, empero parva y escasa parece haber resultado la enseñanza que della ha asimilado. Aquesto os digo porque no poco de lo que hoy acontece brama por doquiera que no hemos aprendido nada de lo hicieron nuestros mayores, no digo antier, sino hace más de dos mil quinientos años.
Os diré que los hijos de Rómulo y Remo tenían muy claro, antes de fundar una ciudad, provisionar dos asuntos fundamentales: El suministro de agua, fuente de vida, y la evacuación de todas las inmundicias, una cuestión básica para la salud.
Proporcionaron a Roma once acueductos para garantizar el abastecimiento de toda la ciudadanía. Los clasificaron según la calidad de sus fuentes. Unos aportaban agua para el consumo, otros apta para el baño y la limpieza.
Y, al mismo nivel de importancia, dotaron a la ciudad de un sistema de saneamiento capaz de evacuar las aguas residuales. Lo llamaron ‘cloaca’, que en árabe significa ‘alcantarilla’ y en etrusco ‘purificación’.
Purificación, amadísimos míos. Comenzaron a construir la red de evacuación en el siglo octavo antes de Nuestro Señor, y la culminaron al cabo de cien años con una gran arteria: La Cloaca Máxima, de la que aún se utilizan algunos tramos para transferir al Tíber el agua de lluvia. Según Dión Casio, la guardia pretoriana se deshizo en ella de los restos del excéntrico emperador Heliogábalo tras asesinarlo y decapitarlo. También fue a parar a ella el cadáver de San Sebastián en tiempos de Diocleciano. Creyó el mandatario que, evacuando el cadáver del mártir, evitaría que sus seguidores le rindieran culto.
Mas cayó el Imperio y pueblos bárbaros profanaron la civilización que alumbró el mundo moderno. Con el tiempo, las cloacas fueron sustituidas por el grito de “¡Agua va!” seguido de un chaparrón de orines y heces. En nuestra España, los ayuntamientos no empezaron a prohibir tal práctica hasta entrado el siglo XIX, tras regar con aguas sucias a millones de vecinos despistados a lo largo de los tiempos.
Después, la evacuación romana fue reemplazada por la depuración. Ya no son los mismos tiempos. Si antes orinaban y excretaban 80 millones de humanos en todo el orbe, ahora lo hacemos 8 mil millones.
Empero, ¡ay, hermanos!, esa industriosa fórmula de purificación de inmundicias urbanas tardó en llegar a muchos rincones de nuestra carísima madre Tierra.
En ocasiones lo hacía resultando obsoleta su puesta en marcha pocos años después de ser inaugurada. Otras veces, la lentísima burocracia provocaba que, cuando terminaba el expediente de construcción y se erigía la planta diseñada para solventar las necesidades de un pueblo de cinco mil vecinos, el municipio ya había duplicado sus habitantes.
Ese fue el caso de una comarca como la vuestra, también la de este anciano fraile, que tanto ha crecido en los últimos 30 años. Hubo un tiempo, no tan lejano, en que aquí nadie purificaba sus aguas residuales. Al menos, no con la adecuada diligencia. La situación se complicó aún más con la riada de san Wenceslao, allá por el 2012. Pueblos había, y aún los hay, que empujaban sus fecales Mediterráneo adentro.
La falta de una correcta depuración trascendía la salud de los lugareños, que no es poco. En una zona eminentemente turística, trocó en peligro para el sustento: ¿A quién le apetecería bañarse y holgar en un mar de mierda envuelto en nubes de mosquitos?
En tanto, mis más dilectos discípulos, los próceres metieron mano en nuestras faltriqueras para recaudar unos óbolos con los que construir las depuradoras que no hicieron.
Tardaron décadas en cumplir lo prometido y, cuando lo han hecho, concluyen plantas más propias del pasado siglo. Hoy no basta con depurar, hermanos. Cada segundo somos más sobre aquesta Tierra anciana exprimida durante generaciones. Hace años que el hombre es capaz de regenerar las residuales y dar una segunda oportunidad, no al agua, sino a sí mismo, al recuperar un bien cada vez más escaso. De momento, hijos míos, aquí sólo se aplican el cuento en Pulpí y en Vera. Ya es tiempo de que espabilen las almas dormidas, aviven el seso y despierten. En tanto, vale.
Queridos hermanos, harto ha demostrado este anciano y ajado monje que jamás añora cualquier tiempo pasado ni comulga con que fuese siempre mejor que el de hogaño. El hombre avanza y evoluciona en continuo. Empuja perpetuamente, como aquel rey de Corinto, la pesada piedra de la Historia, empero parva y escasa parece haber resultado la enseñanza que della ha asimilado. Aquesto os digo porque no poco de lo que hoy acontece brama por doquiera que no hemos aprendido nada de lo hicieron nuestros mayores, no digo antier, sino hace más de dos mil quinientos años.
Os diré que los hijos de Rómulo y Remo tenían muy claro, antes de fundar una ciudad, provisionar dos asuntos fundamentales: El suministro de agua, fuente de vida, y la evacuación de todas las inmundicias, una cuestión básica para la salud.
Proporcionaron a Roma once acueductos para garantizar el abastecimiento de toda la ciudadanía. Los clasificaron según la calidad de sus fuentes. Unos aportaban agua para el consumo, otros apta para el baño y la limpieza.
Y, al mismo nivel de importancia, dotaron a la ciudad de un sistema de saneamiento capaz de evacuar las aguas residuales. Lo llamaron ‘cloaca’, que en árabe significa ‘alcantarilla’ y en etrusco ‘purificación’.
Purificación, amadísimos míos. Comenzaron a construir la red de evacuación en el siglo octavo antes de Nuestro Señor, y la culminaron al cabo de cien años con una gran arteria: La Cloaca Máxima, de la que aún se utilizan algunos tramos para transferir al Tíber el agua de lluvia. Según Dión Casio, la guardia pretoriana se deshizo en ella de los restos del excéntrico emperador Heliogábalo tras asesinarlo y decapitarlo. También fue a parar a ella el cadáver de San Sebastián en tiempos de Diocleciano. Creyó el mandatario que, evacuando el cadáver del mártir, evitaría que sus seguidores le rindieran culto.
Mas cayó el Imperio y pueblos bárbaros profanaron la civilización que alumbró el mundo moderno. Con el tiempo, las cloacas fueron sustituidas por el grito de “¡Agua va!” seguido de un chaparrón de orines y heces. En nuestra España, los ayuntamientos no empezaron a prohibir tal práctica hasta entrado el siglo XIX, tras regar con aguas sucias a millones de vecinos despistados a lo largo de los tiempos.
Después, la evacuación romana fue reemplazada por la depuración. Ya no son los mismos tiempos. Si antes orinaban y excretaban 80 millones de humanos en todo el orbe, ahora lo hacemos 8 mil millones.
Empero, ¡ay, hermanos!, esa industriosa fórmula de purificación de inmundicias urbanas tardó en llegar a muchos rincones de nuestra carísima madre Tierra.
En ocasiones lo hacía resultando obsoleta su puesta en marcha pocos años después de ser inaugurada. Otras veces, la lentísima burocracia provocaba que, cuando terminaba el expediente de construcción y se erigía la planta diseñada para solventar las necesidades de un pueblo de cinco mil vecinos, el municipio ya había duplicado sus habitantes.
Ese fue el caso de una comarca como la vuestra, también la de este anciano fraile, que tanto ha crecido en los últimos 30 años. Hubo un tiempo, no tan lejano, en que aquí nadie purificaba sus aguas residuales. Al menos, no con la adecuada diligencia. La situación se complicó aún más con la riada de san Wenceslao, allá por el 2012. Pueblos había, y aún los hay, que empujaban sus fecales Mediterráneo adentro.
La falta de una correcta depuración trascendía la salud de los lugareños, que no es poco. En una zona eminentemente turística, trocó en peligro para el sustento: ¿A quién le apetecería bañarse y holgar en un mar de mierda envuelto en nubes de mosquitos?
En tanto, mis más dilectos discípulos, los próceres metieron mano en nuestras faltriqueras para recaudar unos óbolos con los que construir las depuradoras que no hicieron.
Tardaron décadas en cumplir lo prometido y, cuando lo han hecho, concluyen plantas más propias del pasado siglo. Hoy no basta con depurar, hermanos. Cada segundo somos más sobre aquesta Tierra anciana exprimida durante generaciones. Hace años que el hombre es capaz de regenerar las residuales y dar una segunda oportunidad, no al agua, sino a sí mismo, al recuperar un bien cada vez más escaso. De momento, hijos míos, aquí sólo se aplican el cuento en Pulpí y en Vera. Ya es tiempo de que espabilen las almas dormidas, aviven el seso y despierten. En tanto, vale.