La influencia del cine americano


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CLEMENTE FLORES MONTOYA

Sin el éxito comercial en la distribución de las películas cuyos protagonistas son animales que muestran inteligencia, forma de pensar y sentimientos similares a la de los seres humanos, sería imposible justificar la redacción y contenido de muchos artículos de la Ley de Bienestar Animal.

Vamos a avanzar en este “barrido” histórico sobre el trato a los animales, recogiendo los cambios producidos a partir de los años cincuenta en que dejé de ser niño. Dado que estamos viviendo una situación en muchos aspectos extraña y novedosa en cuanto a las ideas y valores que nos marca la legislación en boga, hemos recurrido al pasado porque tradicionalmente el pasado nos servía, y servía a los legisladores, como fuente de ideas y de modelo de referencia y de principio de acción. Ahora, existe la impresión de que esta ley de Protección y Bienestar Animal no se ha elaborado en base a los usos, costumbres y experiencias reales del pasado, y he llegado a la conclusión de que, entre otras cosas, está influida por el relato imaginativo e irreal que, como séptimo arte, nos ha proporcionado el cine. Su lectura, la de la ley, curiosamente me produce vértigo y tribulación y me preocupa pensar el ánimo y espíritu con que vamos a cumplir todo lo que nos marca y obliga.

Cuando oigo que una serie de nuevas leyes, como la que tratamos del mal trato animal, y la del cambio de sexo y otras, están promovidas y dictadas por un gobierno que se autodenomina “progresista”, me parece que habría que ser más cauto con los adjetivos, porque entiendo que el único ámbito de la actividad humana del que se puede hablar de progreso acumulativo es el de la ciencia y que el proceso científico que hace progresar las ciencias exige, como mínimo, seguir un procedimiento que comienza por la formación de hipótesis, sigue con su verificación y acaba con la revisión de la hipótesis, si procede.

No se está procediendo así y tenemos ejemplos, como la “Ley del Sí es Sí”, que cuando produce manifiestamente efectos no deseados, lejos de revisarla o corregirla con prontitud, se justifica culpando a los jueces o al primero que pasa por allí. Creo que, pese al progreso real de las ciencias y las investigaciones científicas actuales, frecuentemente las ignoramos y no nos cuesta mucho dejarlas “aparcadas” y basar nuestras leyes en nuestras emociones y no en nuestras razones o investigaciones. Volvamos a los animales y a los cambios legales sobre cómo hemos de tratarlos.

Justamente, en los años cincuenta en que retomamos el relato, muy lejos de aquí, nació un cambio de mentalidad sobre la relación y consideración para con los animales. Esta nueva mentalidad condenatoria del mal trato animal no ha dejado de crecer y de propagarse por todo el mundo, especialmente en los años del presente siglo dominados por el fenómeno de la globalización.

La nueva visión y mentalidad se ha ido expandiendo y ha dado lugar a un cambio de la cultura sobre la relación con los animales, cuyo cénit se alcanza con la promulgación de la Ley de Bienestar Animal. ¿Cómo y por qué se ha evolucionado así?

Para entender la nueva ideología, nada mejor que estudiar la influencia de la industria cinematográfica americana, el séptimo arte, en el pensamiento y la expansión de la cultura estadunidense en el mundo, que está muy ligada con la distribución de las películas producidas allí. Sin el éxito comercial en la distribución de las películas cuyos protagonistas son animales que muestran una inteligencia, forma de pensar y expresión de sentimientos similar a la de los seres humanos, sería imposible justificar la redacción y contenido de muchos artículos de la ley.

El cine ha fantaseado sobre la conducta, la inteligencia y la conciencia animal yendo mucho más allá de lo que la ciencia no ha podido ni podrá demostrar. En forma resumida, el camino ha sido así.

En 1950 apareció la primera película de una serie de siete con la mula Francis de protagonista, que cuentan cómo se transformó en la mejor espía del ejército americano en la II Guerra Mundial.

Más conocido y popular fue el perro pastor alemán Rin Tin Tin, cuyas series de películas, con más de 166 episodios, se repitieron durante años en las cadenas ABC y CBS. Las televisiones americanas estuvieron más de veinte años repitiendo las aventuras de Rusty, un niño huérfano, y su perro Rin Tin Tin más inteligente que la mayoría de los soldados a los que ayudaban.

Sin embargo, ninguna campaña sobre la humanización de los animales, fue superior ni más influyente en la vida de millones de personas, que la que inició la factoría Disney en 1941 con el lanzamiento de Dumbo y su amigo el ratón Timothy, convertidos en personajes fascinantes que sufren, piensan y razonan como los seres humanos. Tras Dumbo no dejaron de aparecer películas protagonizadas por animales humanizados. En La Dama y el Vagabundo, un perro al que le encanta un dueño protector suelta frases impactantes que ya las quisiera para sí el mejor filósofo. ¿Qué no admirar del grupo de compañeros discretos, elegantes y astutos de Los Aristogatos? Cuando se encaró la leyenda de Tarzán, pudimos recrearnos con una serie de animales que nos dejaron boquiabiertos por su ejemplo de respeto y compasión. 101 dálmatas, El Rey León, La Sirenita, Buscando a Nemo, Bambi y tantos otros títulos con que millones de niños de todos los países se emocionaron y aprendieron una imagen y una naturaleza de los animales que era totalmente novelesca e irreal. Millones de niños nutrieron su cerebro con estas imágenes y fantasías sobre la forma de ser de los animales.

Los padres de todo el mundo civilizado regalaron e hicieron leer a sus hijos cuentos fantásticos e historias sensibleras sobre animales humanizados que hablaban, sentían y pensaban, y siempre ha sido mucho más fácil esto que encontrar un solo libro de ciencias dedicado a enseñar la naturaleza real de los animales a niños de corta edad.

Hoy, cuando no conocemos dónde está exactamente el origen de los valores que han inspirado la nueva ley, no se me ocurre mejor justificación de que dichos valores son el fruto de esa serie de ideas y fantasías sobre los animales y sobre su naturaleza con los que llevamos más de medio siglo bombardeando el cerebro de los niños.

Allí es donde únicamente podemos encontrar la base de la que se nutren los nuevos legisladores del maltrato animal y los despectivamente llamados “ecologistas de salón” que redactan muchas de las normativas ambientales vigentes.

La naturaleza está regida por leyes maravillosas que ningún relato inventado puede superar, y sólo su desconocimiento justifica el que pretendamos dirigirla a nuestro modo y manera, y que es peligroso valerse de consideraciones ecológicas superficiales para organizar procesos de protección que la propia naturaleza resuelve por sí misma.

Voy a contar una anécdota personal en relación con nuestra paisana, la tortuga mora.

Hace un par de años, pese a mis problemas coronarios, subí andando hacia Sierra Cabrera hasta el nacimiento de aguas de Saetías que tanto tiempo sirvió de suministro a Garrucha. Era un día espléndido y algo cansado ascendí como pude, unos cuarenta metros más, hasta la cima de un cerrillo, ligeramente aislado, para descansar y disfrutar del paisaje. En la cúspide, en el silencio de la soledad, percibí un pequeño ruido a ras de suelo y cuando busqué la causa descubrí una cría de tortuga mora moviéndose sobre las hierbas que crecían entre las piedras. Con algo más de atención descubrí otro ejemplar similar.

¿Para qué habrían ascendido ambos a la cúspide de un cerro a la cota de 380 metros? ¿Llevarían cientos de años reproduciéndose en aquel lugar, en una sierra donde siempre estuvieron, sin visitar un veterinario ni tomar los alimentos preparados que aconsejan los “especialistas” que escriben sobre tortugas? El hecho cierto es que no han necesitado para perdurarse y sobrevivir cientos de años, ninguna ley ni ningún organismo que se ocupe de ellas.

Me produce un hilarante asombro leer los problemas para construir el AVE porque hay que dejar una zona de reserva en Cuevas para estas tortugas, o que hagan un puente sobre la vía para facilitar su paso sobre ella. Me sorprende leer que el mayor y casi único problema para definir el futuro uso de los terrenos en el PGOU de Mojácar sea el terreno que hay que reservar en exclusiva a la simpática tortuga. Nunca mejor que ahora para recordar que entre lo sublime y lo ridículo casi no hay espacio. No es todo un sinsentido en la ley que comentamos y es bueno y racional que nos obliguen a no hacer sufrir inútilmente a los animales o a sacrificar sin necesidad sus vidas.

Sabemos que en el reino animal hay otras formas de inteligencia distintas a la humana, que las bacterias aprenden, que las aves toman decisiones complejas, o que los elefantes lloran a sus pacientes muertos. Quizás estas “inteligencias” sean comparables a la inteligencia de los homínidos de hace más de un millón de años, pero sus derechos, su dignidad y sobre todo su conciencia no son comparables a las del ser humano actual. No entender esta evidencia a la hora de promulgar una ley conduce a que la ley pueda ser considerada una imposición arbitraria.