La momia del patrón de Cuevas y el príncipe de Asturias

El marqués de los Vélez refiere cómo la presunta intercesión de San Diego de Alcalá volvió a la vida al infante don Carlos tras haber sido desahuciado por los médicos


El cuerpo incorrupto de San Diego se expone cada 13 de noviembre en la Catedral de Alcalá de Henares.

PEDRO PERALES / ALMERÍA HOY / 11·11·2023

Las fiestas patronales de Cuevas del Almanzora son un buen pretexto para recordar un curioso episodio acaecido al príncipe Carlos, hijo de Felipe II, cuando aquel era aún Príncipe de Asturias. Este lance relaciona al heredero del rey con Cuevas, al ser parte vital y protagonista del mismo la intervención post mortem de San Diego de Alcalá, patrón de la ciudad.

El hecho lo cuenta el escritor velezano Emilio Martínez Lentisco en su novela histórica ‘El manuscrito de Vélez el Blanco. Confesiones del III Marqués de Los Vélez en la corte de Felipe II’, publicada en 2019.

Entre las muchas noticias, vivencias y anécdotas vividas tanto en su vida pública como privada por don Pedro Fajardo Fernández de Córdova, el autor trae a colación un acontecimiento considerada por él y otros historiadores como realmente sucedido.

A la razón de tal veracidad se suma otra no de menos interés para los cuevanos: el suceso o curiosidad histórica la transmitió el propio don Pedro Fajardo, tercer señor del Marquesado al que durante tantos años perteneció el Cuevas del Almanzora, y que es el protagonista de la citada novela.

Así, don Pedro relata cómo Felipe II decidió que el Príncipe de Asturias, su hijo Carlos, joven de carácter conflictivo y de complexión enfermiza y débil, en compañía de su primo Alejandro Farnesio y de su tío don Juan de Austria, todos de edades comprendidas entre los 15 y 16 años, marcharan a cursar estudios a la Universidad de Alcalá de Henares, donde se hospedaron en el Palacio Arzobispal.

Como tutor de los estudios de los jóvenes los acompañaba el citado III Marqués de Los Vélez, quien, según él mismo manifiesta, sugirió al Rey la idea de enviar a los jóvenes a la citada Universidad por diversas razones. Entre éstas, no eran de menor importancia "las muestras del despertar a la vida de las ardorosas naturalezas" de los tres pupilos mediante la demostración de una "escandalosa afición" hacia las damas de la corte de la reina.

Acomodados ya en el nuevo ambiente estudiantil y sin dejar caer en el pozo del olvido la natural tendencia de la edad al ocio y a la diversión, cada uno dedicó su atención a aquellas actividades formativas que más centraban sus intereses y vocaciones particulares y que, con el paso del tiempo, les llevarían a convertirse en hombres destacados en sus respectivos campos, el de las armas para el infante don Juan, y el de las letras y la diplomacia para el futuro Duque de Parma, Alejandro Farnesio.

Por el contrario, "los cursos académicos se sucedían y los progresos del príncipe eran mínimos o inexistentes". Y mientras tanto, la imparable evolución de la ardiente sexualidad seguía por sus naturales e impetuosos derroteros, y lo que antes era simple admiración y atracción por las jóvenes damas de la corte no tardó en trasmutar en irreprimibles deseos de relación carnal. Así, sintiendo el joven Príncipe que esta ocupación era más placentera que las académicas, acorde a sus deseos y fácil de acoplar a su privilegiada condición de heredero de la Corona, dio en dedicarle todo el tiempo y los recursos que ésta precisara.

DESCALABRADO

Ensimismado en estos menesteres del arte amatorio –y, en este caso, nocturno y clandestino debido a la plebeyez de la amante–, sucedió que, bajando presurosamente unas sinuosas y empinadas escaleras mientras se dirigía a uno de sus habituales y secretos encuentros amorosos, dio un traspiés que le hizo quedar "inconsciente en el suelo con la cabeza descalabrada y la cara cubierta de sangre".

Como quiera que ni el poder de su padre el Rey ni la ciencia y pericia de los galenos sirvieron en esta ocasión para aliviar el grave estado del joven, quien, a medida que avanzaba el tiempo, iba cayendo en una crisis cada vez más grave, llegó el momento en el que la ciencia médica aconsejó acudir al socorro de la religión, siempre tan poderosa y esperanzadora en aquella corte, la más creyente y defensora de la fe católica de cuantas hayan existido, y, ante la impotencia de los remedios humanos, fue el propio rey aconsejado por los médicos quien pidió que se le administrara "a su alteza el sacramento de la extremaunción”, porque, en su opinión, a don Carlos le quedaban “sólo unas horas de vida".

Y es precisamente aquí cuando surge la intervención de san Diego de Alcalá, el patrón de Cuevas del Almanzora. Lo cuenta don Pedro Fajardo: "En un intento desesperado, motivado por su profunda fe, el Duque de Alba ordenó que se trasladase el cuerpo momificado de fray Diego de Alcalá desde su sepulcro [...] y que fuese depositado junto al príncipe en su lecho [...], pues éste, en uno de sus momentos de lucidez antes de perder la conciencia, le había pedido [a su tío Don Juan de Austria] que lo hiciera, ya que era un cenobita muy milagroso al que él le profesaba mucha devoción. Ejecutado el traslado en solemne procesión, el cuerpo momificado de fray Diego fue depositado en el lecho del príncipe, haciendo que una de sus manos reposara sobre el pecho del enfermo".

Continúa el III Marqués de Los Vélez que, "aunque mi fe lo acepta, mi reglada formación filosófica me hace dudar de toda manifestación que no pueda ser explicada con la lógica de la razón. Ignoro cuánto de sobrenatural pudo haber en los hechos que describo, pero doy fe y juro por mi honor que estos ocurrieron tal y como los relato: al día siguiente, el estado del enfermo se estacionó y dio origen, a los pocos días, a una leve mejoría que los doctores Vesalio y Vallés no sabían a qué atribuir; ya lo habían desahuciado, dándole apenas unas horas de vida, y unos días después yacía en el lecho sosegado y con la respiración acompasada tal si estuviera sumido en un plácido sueño. Al quinto día abrió los ojos y recobró el conocimiento; al sexto, comenzó a hablar y a reconocernos a cuantos, rebosantes de alegría, nos acercábamos a su lecho a besar su mano. Si fue su naturaleza o hubo algo de sobrenatural en su curación sólo Dios lo sabe".
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