Zugzwang


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

El pulso entre Puigdemont y Pedro Sánchez nos va a tener en vilo este mes de septiembre, largo y caluroso. Mientras un dubitativo Feijóo deshoja no se cuántas margaritas, aunque todos le han dicho con claridad que vive en un cordón sanitario y nadie quiere jugar a la pelota con él.

¿A qué tanto meditar y pensar cuando todos los que podían apoyarle le han dicho expresamente que no lo van a apoyar? Presente su candidatura, diga claramente lo que ofrece, como prólogo o primer mitin de unas futuras elecciones y sométase a su condición de leproso con campanilla, a la que este PSOE, sectario y absurdo, le ha condenado.

Un PSOE malvado y astuto y un PP idiotizado y vacilante no tienen nada de qué hablar. Como sus ideologías son similares, unidas en el crisol del populismo, el problema no son sus respectivos planteamientos de lo que vayan, o no, a hacer. No lo saben ni ellos.

"Ya que Dios nos ha dado el papado disfrutémoslo", dijo no sé si León X o Rubiales. Y a fe que lo hicieron.

No son solo negocios: es una cuestión personal. Para esclarecer el panorama político sería bueno que ambos líderes desaparecieran y jugar, por lo menos, con otras cartas, ya que sus respectivos partidos no son tormentas de cerebros precisamente, ni conspiradores ingleses acostumbrados a dar golpes de mano internos, sino más bien sumisos y entusiastas adoradores de los queridos líderes (el caudillismo siempre nos ha fascinado a los españoles. Es nuestra forma favorita de gobierno. Debería decirlo la Constitución).

Lo verdaderamente interesante es la partida de póker entre dos consumados enredadores: Sánchez y Puigdemont. Eso si que es un espectáculo apasionante.

Yo creo que Sánchez es el que más tiene que ganar. Y, al revés de lo que muchos creen, Puigdemont está en una posición desesperada. Necesita, para sobrevivir, erigirse en el único líder del irredentismo catalán.

Ambos saben que lo que pide Puigdemont, amnistía para olvidar un golpe de estado - no para los protagonistas, ya indultados, sino para el hecho en sí–, y subsiguiente proceso de autodeterminación local, son incompatibles con la Constitución de 1978. Pero ambos se necesitan.

A mí me parece que Puigdemont no sabe bien cómo es Pedro Sánchez.

En ajedrez hay una posición que se denomina “zugzwang”: te toca jugar, tienes la obligación de mover, pero cualquier movimiento que hagas perjudica tu posición.

Mi apuesta es que Sánchez lo va a engañar y romperá el acuerdo cuando la cuerda se haya tensado a su conveniencia. Creo que esa ruptura le beneficiará en unas próximas elecciones. Es su última bala: se salvó de la derrota electoral y ahora no está en una posición peor que en junio.

El argumento subliminal está servido al electorado: “Yo lo intenté, pero con estos animales no hay manera de entenderse”…

Volverá a cambiar de opinión. Para alivio de la mayoría de los catalanes. Y recuperará el voto de los nacionalistas que lo considerarán, como siempre lo han hecho, un mal menor, una vaca española a la que seguir ordeñando. Puigdemont seguiría en sus trece, engordando con gofres y patatas fritas, pero ya con la patente exclusiva del independentismo y con la palma del martirio que le falta del líder que nunca se rindió.

Y eso sería lo mejor que nos puede pasar.

Que Pedro Sánchez dijese verdad e hiciera por una vez lo que sugiere, sin decirlo expresamente, abriría las puertas del abismo.