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PASEO ABAJO/Juan Torrijos
Es una mujer que ya ha cumplido los setenta años, de hablar educado y sereno, casi dulce, de mirada tranquila. Ni muy alta ni muy baja, de estatura normal, media diríamos hoy en día. No cree que le sobre un gramo de su cuerpo, tampoco le falta, según ella. Lleva viviendo cuarenta años en el entorno de la Plaza Pavía, me indica el nombre de la calle, pero prefiero que se quede entre las teclas del ordenador, no me apetece que se tomen represalias contra ella. Mejor la dejamos en el anonimato, en estos tiempos que vivimos, con los políticos que tenemos, la justicia que nos juzga, la policía que nos defiende y los cacos que nos acosan, más vale pasar desapercibido, que nadie note que te quejas de lo que te rodea, o te pueden quitar de la foto.
Es triste pero el miedo nos acobarda, incluso a la hora de hacer una crítica política, los partidos andan con la escopeta montada, se pueden imaginar cuando se habla de delincuentes que mandan en las calles.
Esta mujer, está cansada, como la gran mayoría de sus vecinas, pero ella está dispuesta a dejar la casa donde ha vivido más de la mitad de su existencia, abandonar a sus amigos y buscar en otro lugar de la capital donde su vida sea algo más segura. Otras no pueden o no se atreven a abandonar el barrio donde viven desde que nacieron. Ella quiere vender su vivienda, aunque es consciente de que no le van a dar el valor de mercado que tiene, las mismas se están vendiendo por debajo del costo, debido a la situación de desamparo que tiene el entorno de la Plaza de Pavía.
No es que la zona haya sido un dechado de perfecciones, nos sigue diciendo con su voz suave y serena, había un poco de todo, sabe usted, pero entre los vecinos nos llevábamos bien, no había temor, sabías que no te iban a entrar en la casa a robar o a quedarse de okupa en ella. Hoy ya no estamos seguros. Tenemos miedo a salir de compras o ir a ver en mi caso a mi hija y a mis nietos, y no saber si al volver voy a poder entrar en mi casa o me habrán cambiado la cerradura y tengo unos okupas dentro.
Las drogas han sido una constante en el barrio, era algo sabido entre los vecinos, pero lo que está pasando en estos últimos años se ha vuelto muy preocupante, con peleas, navajas. La policía, cuando interviene, que no son demasiadas ocasiones, cuando para y detiene a alguien es a los cuatro jóvenes que vienen a comprar al barrio, estudiantes o veinteañeros, no parecen que estén preocupados por los que la venden, los camellos que comercian con ella, los que están haciendo la vida imposible a los vecinos.
Como no parece que nadie, ayuntamiento o empresa de la luz, lo estén por los cortes que se vienen produciendo debido a los huertos y plantaciones de maría que hay en las casas del barrio. Eso, me cuenta, sin contar la suciedad entre la que viven, la inseguridad y el miedo a la oscuridad que trae la noche. Y cuando alguien ha levantado la voz, cuando la queja social ha salido a la calle, dos días en los medios, un par de redadas en esa semana, y a seguir con lo nuestro: El miedo y la inseguridad, la puerta bien cerrada y procurar dejar alguien dentro cuando sales de compras o vas a visitar a un familiar.
Esto no es vivir. Me voy de la casa donde he pasado los últimos cuarenta años de vida, no puedo aguantar más. No llora, ni siquiera levanta excesivamente la voz, es como si las esperanzas en los políticos, la policía y los jueces las hubiera perdido hace mucho tiempo, demasiado.
Dejo de oír su voz, se pierde su pequeña y valiente figura, y me queda la sensación de que hemos abandonado a estos vecinos de Almería en manos de chorizos y delincuentes, los hemos dejado a su suerte, no hay quien se preocupe de ellos, empezando por los políticos, siguiendo por la policía y acabando con la justicia. Están solos, alcaldesa, los hemos abandonado, claro que no creo que te preocupe en exceso. Es el triste sino de estos tiempos que vivimos.
Es triste pero el miedo nos acobarda, incluso a la hora de hacer una crítica política, los partidos andan con la escopeta montada, se pueden imaginar cuando se habla de delincuentes que mandan en las calles.
Esta mujer, está cansada, como la gran mayoría de sus vecinas, pero ella está dispuesta a dejar la casa donde ha vivido más de la mitad de su existencia, abandonar a sus amigos y buscar en otro lugar de la capital donde su vida sea algo más segura. Otras no pueden o no se atreven a abandonar el barrio donde viven desde que nacieron. Ella quiere vender su vivienda, aunque es consciente de que no le van a dar el valor de mercado que tiene, las mismas se están vendiendo por debajo del costo, debido a la situación de desamparo que tiene el entorno de la Plaza de Pavía.
No es que la zona haya sido un dechado de perfecciones, nos sigue diciendo con su voz suave y serena, había un poco de todo, sabe usted, pero entre los vecinos nos llevábamos bien, no había temor, sabías que no te iban a entrar en la casa a robar o a quedarse de okupa en ella. Hoy ya no estamos seguros. Tenemos miedo a salir de compras o ir a ver en mi caso a mi hija y a mis nietos, y no saber si al volver voy a poder entrar en mi casa o me habrán cambiado la cerradura y tengo unos okupas dentro.
Las drogas han sido una constante en el barrio, era algo sabido entre los vecinos, pero lo que está pasando en estos últimos años se ha vuelto muy preocupante, con peleas, navajas. La policía, cuando interviene, que no son demasiadas ocasiones, cuando para y detiene a alguien es a los cuatro jóvenes que vienen a comprar al barrio, estudiantes o veinteañeros, no parecen que estén preocupados por los que la venden, los camellos que comercian con ella, los que están haciendo la vida imposible a los vecinos.
Como no parece que nadie, ayuntamiento o empresa de la luz, lo estén por los cortes que se vienen produciendo debido a los huertos y plantaciones de maría que hay en las casas del barrio. Eso, me cuenta, sin contar la suciedad entre la que viven, la inseguridad y el miedo a la oscuridad que trae la noche. Y cuando alguien ha levantado la voz, cuando la queja social ha salido a la calle, dos días en los medios, un par de redadas en esa semana, y a seguir con lo nuestro: El miedo y la inseguridad, la puerta bien cerrada y procurar dejar alguien dentro cuando sales de compras o vas a visitar a un familiar.
Esto no es vivir. Me voy de la casa donde he pasado los últimos cuarenta años de vida, no puedo aguantar más. No llora, ni siquiera levanta excesivamente la voz, es como si las esperanzas en los políticos, la policía y los jueces las hubiera perdido hace mucho tiempo, demasiado.
Dejo de oír su voz, se pierde su pequeña y valiente figura, y me queda la sensación de que hemos abandonado a estos vecinos de Almería en manos de chorizos y delincuentes, los hemos dejado a su suerte, no hay quien se preocupe de ellos, empezando por los políticos, siguiendo por la policía y acabando con la justicia. Están solos, alcaldesa, los hemos abandonado, claro que no creo que te preocupe en exceso. Es el triste sino de estos tiempos que vivimos.