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PASEO ABAJO/Juan Torrijos
PASEO ABAJO/Juan Torrijos
Si de algo nos hemos venido quejando es de lo lenta que es la puñetera justicia. Ahora están juzgando a Miguel Rifá, cuando algunos ya nos habíamos olvidado de él y de sus andanzas económicas en Almería. La justicia de los hombres no funciona. Es algo que tenemos que asumir, mientras no sea algo que le interese a Pedro Sánchez y su gobierno, que entonces pondrá a sus Pumpidos a trabajar, y estos correrán como galgos tras la liebre para satisfacer a su señor.
A la hora de ver otras justicias, caso de la llamada la de Dios y su Iglesia, tenemos que pensar lo mismo que la de los hombres: Tampoco funciona con la necesaria y obligada celeridad. Un año para juzgar unos mensajes, un año para dar una sentencia, un año de agravio nos parece un tiempo excesivo en la vida de un sacerdote que solo intentó dar un consejo, que solo quiso ayudar a un joven. Un año en el que ha pensado y se ha sentido tremendamente herido, humillado por aquellos que con tanta dureza le juzgaban.
A Francisco José lo conocemos muchos almerienses. Sabemos de su entrega y su bondad de cara a los jóvenes dentro y fuera de la Iglesia. Han sido años de entrega a las cofradías de la Semana Santa, a las pequeñas parroquias de unos cuantos pueblos de la provincia, de sentarse a hablar con unos jóvenes ansiosos de saber y de preguntar. Y él, un cura joven, casi tan joven como ellos, intentaba con todos los medios que tenía a su alcance mantener viva la ilusión en los chavales y chavalas de esos municipios.
Corría el mes de septiembre del año 22, hace ahora un año justo, cuando se dieron a conocer unos mensajes entre el cura Francisco José y un joven de un pueblo del río. El obispo Cantero lo apartó, a todos nos pareció razonable que lo hiciera, hasta que se investigaran los mensajes y se pronunciara una sentencia.
Unos mensajes en la red, solo había que leer e interpretar unos mensajes, y se ha tardado un año completo en darle la tranquilidad que tanto esperaba este joven sacerdote. En este tiempo en más de una ocasión me han contado la situación que estaba viviendo, la decisión de dejar el sacerdocio, medida que muchos de sus amigos le quitaban una y otra vez de la cabeza, la crisis por la que estaba atravesando su vida.
Pero han tardado un año, un año desde el lejano Vaticano de Francisco y el obispado de Cantero en decirle que aquellos mensajes no suponían problema alguno, que no afectaban a su sacerdocio, un año en el que han mantenido a este hombre en una situación de crisis de difícil superación. No ha tirado la toalla, era consciente de que no había culpa alguna en lo hecho, pero los jefes de esa Iglesia han tardado en verlo un año, en el que la incertidumbre ha sido la vida de Francisco José.
A veces uno cree que estos señores de Dios no se merecen tan fieles vasallos.
A la hora de ver otras justicias, caso de la llamada la de Dios y su Iglesia, tenemos que pensar lo mismo que la de los hombres: Tampoco funciona con la necesaria y obligada celeridad. Un año para juzgar unos mensajes, un año para dar una sentencia, un año de agravio nos parece un tiempo excesivo en la vida de un sacerdote que solo intentó dar un consejo, que solo quiso ayudar a un joven. Un año en el que ha pensado y se ha sentido tremendamente herido, humillado por aquellos que con tanta dureza le juzgaban.
A Francisco José lo conocemos muchos almerienses. Sabemos de su entrega y su bondad de cara a los jóvenes dentro y fuera de la Iglesia. Han sido años de entrega a las cofradías de la Semana Santa, a las pequeñas parroquias de unos cuantos pueblos de la provincia, de sentarse a hablar con unos jóvenes ansiosos de saber y de preguntar. Y él, un cura joven, casi tan joven como ellos, intentaba con todos los medios que tenía a su alcance mantener viva la ilusión en los chavales y chavalas de esos municipios.
Corría el mes de septiembre del año 22, hace ahora un año justo, cuando se dieron a conocer unos mensajes entre el cura Francisco José y un joven de un pueblo del río. El obispo Cantero lo apartó, a todos nos pareció razonable que lo hiciera, hasta que se investigaran los mensajes y se pronunciara una sentencia.
Unos mensajes en la red, solo había que leer e interpretar unos mensajes, y se ha tardado un año completo en darle la tranquilidad que tanto esperaba este joven sacerdote. En este tiempo en más de una ocasión me han contado la situación que estaba viviendo, la decisión de dejar el sacerdocio, medida que muchos de sus amigos le quitaban una y otra vez de la cabeza, la crisis por la que estaba atravesando su vida.
Pero han tardado un año, un año desde el lejano Vaticano de Francisco y el obispado de Cantero en decirle que aquellos mensajes no suponían problema alguno, que no afectaban a su sacerdocio, un año en el que han mantenido a este hombre en una situación de crisis de difícil superación. No ha tirado la toalla, era consciente de que no había culpa alguna en lo hecho, pero los jefes de esa Iglesia han tardado en verlo un año, en el que la incertidumbre ha sido la vida de Francisco José.
A veces uno cree que estos señores de Dios no se merecen tan fieles vasallos.