.. |
PASEO ABAJO/Juan Torrijos
He escuchado en algún medio a algún defensor del clima, de la ecología y otros globalismos, que la culpa la tenemos los ciudadanos, que no hemos sido capaces de cuidar nuestro planeta, y que movimientos como estos es la queja, el lamento del mismo ante unos ciudadanos que nos hemos dedicado a vivir de espaldas a las necesidades de nuestro hábitat natural.
Los negacionistas se ríen de estos agoreros que solo ven aquello, dicen, que les indican las altas instancias americanas, las élites globales, con el apoyo de las grandes multinacionales y los grandes líderes de las tecnológicas, dispuestos a todo lo necesario para que el mundo sea como ellos, y solo ellos han diseñado de cara al futuro.
En medio, entre los negacionistas, los ambientalistas, ecologistas y demás istas, andamos como pollos sin cabeza. Y en estos días pasando un calor sin saber a quién le echamos la culpa. En estas horas de duro sol que nos atosiga tenemos cuatro nombres entre los que buscar al culpable. Sánchez, Feijóo, Abascal y Yoli. (Suena extraño que no aparezca en la lista el nombre de Pablo Iglesias. El de su señora se sabía que, sin él en el poder, se acabaría cayendo del pedestal, como hemos visto en estas últimas semanas. Pero no deja de ser raro que desde que se ha dedicado a dar homilías desde la televisión, el nombre de Iglesias se escurre de las manos como el agua que intentamos recoger en un río para saciar la sed).
Mi madre, allá por los sesenta, cuando en plena canícula nos íbamos a las tres de la tarde, con el último “bocao” en la boca en busca del amigo o de la amiga con la que habíamos quedado, siempre nos decía:
¿A dónde vais con la que está cayendo?
¿Le hacíamos caso?
Ni mijica.
Ese calor, que se decía por aquellos años lograba freír un huevo sobre el asfalto de nuestra calles, no amilanaba la sed de estar con los amigos, y más si era una amiga que venía de Madrid a pasar el verano en Almería. Eran años en los que solo teníamos la playa, a veces lejana, a los pueblos no habían llegado todavía las piscinas de Diputación y eran pocas las zonas que disponían de una balsa donde rebajar los calores de aquellos veranos.
Las noches que ahora se anuncian a más de veinticinco grados, las pasábamos en los “terraos” de la calle Almedina y adyacentes, donde subíamos colchones o mantas para intentar dormir algunas horas. No teníamos ventiladores y el aire acondicionado aún no había llegado a los mercados. Las aceras de nuestras calles se llenaban de sillas de anea donde los vecinos le daban a la sin hueso esperando que la noche trajera algo de aire con el que respirar, y el sueño, a veces con algunas copas de más, llegara hasta el personal.
En estos días se anuncian calores como los que nos recordaban nuestras madres en aquellos años. Entonces no teníamos a quién echarle culpa, era verano, y hacía calor. ¡Puñetero calor el que sufríamos! Hoy ya sabemos que los sudores que pasamos este verano, así como el frío de los inviernos, las sequías de nuestros campos y otros cambios climáticos tienen unos claros culpables: Sánchez, Feijóo, Abascal y Yoli.
Y encima tengo que decidir entre los cuatro a quién votar el próximo día 23.
¡Y con este calor! Lo mismo le hago caso a mi madre.
¿A dónde vas con la que esta cayendo?
Tienes razón, madre. Mejor me quedo en casa.
Los negacionistas se ríen de estos agoreros que solo ven aquello, dicen, que les indican las altas instancias americanas, las élites globales, con el apoyo de las grandes multinacionales y los grandes líderes de las tecnológicas, dispuestos a todo lo necesario para que el mundo sea como ellos, y solo ellos han diseñado de cara al futuro.
En medio, entre los negacionistas, los ambientalistas, ecologistas y demás istas, andamos como pollos sin cabeza. Y en estos días pasando un calor sin saber a quién le echamos la culpa. En estas horas de duro sol que nos atosiga tenemos cuatro nombres entre los que buscar al culpable. Sánchez, Feijóo, Abascal y Yoli. (Suena extraño que no aparezca en la lista el nombre de Pablo Iglesias. El de su señora se sabía que, sin él en el poder, se acabaría cayendo del pedestal, como hemos visto en estas últimas semanas. Pero no deja de ser raro que desde que se ha dedicado a dar homilías desde la televisión, el nombre de Iglesias se escurre de las manos como el agua que intentamos recoger en un río para saciar la sed).
Mi madre, allá por los sesenta, cuando en plena canícula nos íbamos a las tres de la tarde, con el último “bocao” en la boca en busca del amigo o de la amiga con la que habíamos quedado, siempre nos decía:
¿A dónde vais con la que está cayendo?
¿Le hacíamos caso?
Ni mijica.
Ese calor, que se decía por aquellos años lograba freír un huevo sobre el asfalto de nuestra calles, no amilanaba la sed de estar con los amigos, y más si era una amiga que venía de Madrid a pasar el verano en Almería. Eran años en los que solo teníamos la playa, a veces lejana, a los pueblos no habían llegado todavía las piscinas de Diputación y eran pocas las zonas que disponían de una balsa donde rebajar los calores de aquellos veranos.
Las noches que ahora se anuncian a más de veinticinco grados, las pasábamos en los “terraos” de la calle Almedina y adyacentes, donde subíamos colchones o mantas para intentar dormir algunas horas. No teníamos ventiladores y el aire acondicionado aún no había llegado a los mercados. Las aceras de nuestras calles se llenaban de sillas de anea donde los vecinos le daban a la sin hueso esperando que la noche trajera algo de aire con el que respirar, y el sueño, a veces con algunas copas de más, llegara hasta el personal.
En estos días se anuncian calores como los que nos recordaban nuestras madres en aquellos años. Entonces no teníamos a quién echarle culpa, era verano, y hacía calor. ¡Puñetero calor el que sufríamos! Hoy ya sabemos que los sudores que pasamos este verano, así como el frío de los inviernos, las sequías de nuestros campos y otros cambios climáticos tienen unos claros culpables: Sánchez, Feijóo, Abascal y Yoli.
Y encima tengo que decidir entre los cuatro a quién votar el próximo día 23.
¡Y con este calor! Lo mismo le hago caso a mi madre.
¿A dónde vas con la que esta cayendo?
Tienes razón, madre. Mejor me quedo en casa.