El escriba sentado


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AMANDO DE MIGUEL

Cumplidos los 20 años, me apunté a la recogida de fresas en una extensa granja inglesa. Antes, había que pasar por París. Dediqué el primer día entero al Louvre. Mi único alimento había sido un currusco de baguete con un pedazo de fuagrás. No voy a recordar las intensas vibraciones ante las joyas del museo. Solo, diré que el encuentro con “el escriba sentado” (de hace tres mil años) me dejó anonadado. Me asaltó un ligero vahído y no tuve más remedio que tenderme un rato. Me ocurrió lo que al bueno de Rocinante. Me sentí metafísico, pero era porque no había comido. Resulta curioso que, en mi memoria desde entonces, la escultura del “escriba” haya persistido como si hubiera sido de tamaño natural. Empero, es sabido que se trata de una figurilla como la de los buenos belenes.

La persistencia de la imagen del “escriba” cobra, ahora, una nueva impresión. Resulta que mis actuales problemas de salud me fuerzan a estar sentado todo el tiempo. Se mantiene la disposición a escribir. Ahora, soy yo el heredero de aquel “escriba” trimilenario, dispuesto a emborronar papiros. Nos une la grafomanía. Un adminículo imprescindible es, hoy, la silla o el banco para sentarse. La civilización occidental ha tardado muchos siglos en aceptar la posición de estar sentados. Por ejemplo, en la reconstrucción del aula de Fray Luis, en la Universidad de Salamanca, los estudiantes se sentaban en añosos bancos. Realmente, es una falsificación. La verdad es que los estudiantes se sentaban sobre sus capas en el suelo. Solo, el “cetedrático” tenía derecho a un sillón. (“cátedra”, en griego).

La posición sedente es la que, hoy, se me asigna a todas horas. Por ese lado, soy más “catedrático” que nunca. A la fuerza ahorcan.

El “escriba” del Faraón se encontraba, siempre, dispuesto a transcribir los mandatos o pensamientos de su señor. En cambio, a mí nadie me dicta nada. Todo tiene que salir de mi caletre; y más, ahora, que mi “degeneración macular” me veda leer más de una página impresa. Reconozco que la invención de la imprenta fue un gran salto cultural. Ahora, se ha completado con la posibilidad de agrandar el tipo de letra en los textos del ordenador.

Para completar mi cuadro clínico, tendría que añadir otra pepla más vistosa. Me refiero a lo que llaman “púrpura senil”, que son unas manchas violáceas en brazos y piernas. En inglés se dice que “un leopardo no puede eliminar las manchas de su piel”. Nosotros traducimos “genio y figura hasta la sepultura”. En este caso, los caprichosos dibujos de la piel son el privilegio indeleble de un ochentón.

Puede ser que mi actual papel de escribidor sedente me proporcione el privilegio de contemplar el mundo con cierte serenidad. Más vale ser espectador que activista, como se propuso ser José Ortega y Gasset, por otras razones. En España, el gremio de los actores y activistas se encuentra sobredimensionado. Hay tantas cámaras y micrófonos como habitantes. Todo el mundo parece dispuesto a emitir opiniones, mensajes o impresiones. El teléfono móvil (ya, no hay fijos) viene a ser una prolongación de la mente con sus múltiples “aplicaciones”. Somos multitud los escribas, escribanos, escribientes, escribidores, escritores.