Benito Mussolini, fundador del fascismo italiano, siglo XX (y 2)


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ADOLFO PÉREZ

Como ya se ha dicho en la primera parte de este artículo, ante la realidad de que los primeros pasos de la acción gubernativa dejaban mucho que desear, Mussolini acometió una profunda renovación de cargos para encarrilar la situación. Asimismo, y para consolidar su posición política promulgó una nueva electoral discriminatoria con las minorías, que en las elecciones de 6 de abril de 1924 obtuvo una amplia victoria junto con sus coaligados. En la inauguración del parlamento el diputado socialista Giacomo Matteotti solicitó la declaración de nulidad de las elecciones, acusando de fraude electoral y uso de la violencia a los fascistas. Días después el diputado fue secuestrado y su cadáver apareció asesinado por un grupo de fascistas en los alrededores de Roma. El crimen produjo una ola de indignación y se desató la violencia hasta el punto de que el poder fascista pareció vacilar, con un preocupante Mussolini aislado, sin la protección de los poderes económicos a los que siempre había atendido en todo.

La violencia desatada provocó una gran represión de cuyo resultado informó ampliamente el Gobierno con los siguientes datos: cerrados 95 círculos políticos, disueltas 25 organizaciones, clausurados 150 locales públicos, se registraron 655 casas y se habían practicado 111 detenciones. Esto significó el final de los partidos políticos. Se esperaba que el rey destituyera a Mussolini, lo que no se produjo, pero él recobró su coraje y su arrogancia. A partir de 1924 se hacía llamar Duce (guía, líder, jefe). A las represiones que hubo le siguieron la solidaridad de países como Estados Unidos e Inglaterra. El dinero de los bancos que le llegó de América le sirvió para lograr la estabilidad política. Había vencido, pero él pretendía vencer a las izquierdas, al proletariado y al movimiento obrero. El fascismo asumió la concentración del poder político de forma autoritaria, de modo que redujo la autonomía de los consejos municipales, así como se suprimió la elección de alcaldes, que fueron sustituidos por los ‘podestá’, nombrados por el rey. También se promulgó una dura ley de prensa, junto con ser controlados los periodistas. Fue suprimido el derecho a la huelga y lo mismo los sindicatos. Los obreros y patronos fueron encuadrados en organizaciones oficiales. Asimismo, los derechos individuales se recortaron. De modo que el Estado controlaba todos los aspectos de la vida italiana. Pero ante la grave crisis económica mundial del año 1929, el Gobierno fue incapaz de solucionarla, aunque siguió anunciando la llegada del progreso económico nacional.

Mussolini fue objeto de atentados que no le alcanzaron. El 7 de abril de 1926 una irlandesa soltera le disparó con una pistola, cuyo tiro le rozó la nariz. Tales atentados le sirvieron de excusa para fortalecer las leyes policiales que la clase trabajadora padeció con mayor ímpetu. Mussolini era el jefe indiscutido de su país. Aceptó la Corona y mantuvo buena relación con la Iglesia católica, ya que a ambas las necesitaba para su continuidad y prestigio, además aspiraba a ser reconocido por la Santa Sede, con la que después de unas negociaciones muy trabajadas, el 11 de febrero de 1929 se firmó el Tratado de Letrán, que le sirvió a Mussolini para presentarse como un estadista. El papa dijo de él que tenían el ‘hombre providencial’ y Mussolini le devolvió el cumplido a Pio XI diciendo que el ‘papa era verdaderamente italiano’. En puesto de las tradicionales elecciones políticas, el 24 de marzo de 1929 se celebró un plebiscito para la renovación de la Cámara fascista. Se trataba de votar sí o no a una lista de 400 nombres propuesta para toda Italia.

Escribe Giovanni de Luna que la debilidad del Duce por las mujeres – objeto permaneció invariable a lo largo de su vida. El mito de su virilidad le obligó a tener un claro comportamiento machista. Pensaba que lo primero en una mujer era siempre el amor a los hijos y al marido. Para él, su mujer, Rachele, era la esposa y madre, respetada y amada, que después de quince años de convivencia aguantaba lo que era una auténtica falseadad. Y añade De Luna que “las esposas de los caciques fascistas, las damas de la gran sociedad romana, las periodistas extranjeras, fueran sus amantes de un día a las cuales Mussolini mostraba su poder, y con rapidez y sin sensiblerías las tomaba sobre el banco de piedra situado delante del gran ventanal de su despacho; eran conquistas que satisfacían su ansia de autoafirmación viril”.

Clara Petacci, finalmente, fue la ‘amante’. Con ella alcanzó un amor profundo y duradero, por primera vez descubrió la entrega auténtica y la satisfacción sexual. Mussolini rompió su actuación estereotipada como Duce para hacerse más humano. Se conocieron en 1932 cuando ella tenía veinte años y él ya andaba por los cuarenta y cinco, pero su relación amorosa comenzó cuatro años después, en 1936, y no acabó hasta la muerte de ambos en 1945. Clara Petacci nació en Roma el 28 de febrero de 1912, hija de una familia de la clase alta. Era muy guapa y atractiva, muy inteligente y dotada de una gran cultura. En 1934 se casó, pero el matrimonio duró poco.

En política internacional la intención de Mussolini era elevar el nivel diplomático de Italia en pie de igualdad con las potencias europeas y ser el fiel de la balanza del nuevo equilibrio europeo, de ahí que el 7 de junio de 1933 firmó el ‘pacto a cuatro’ con Inglaterra, Francia y Alemania. Este pacto y la actuación del Duce en el problema surgido en Austria con el asesinato del político Engelbert Dollfus, para lo que puso fuerzas militares en la frontera, a la vez que mostró su apoyo a la independencia de Austria frente a la intención de Hitler de invadirla. La salida positiva de la crisis causó una gran euforia en el país, que despertó en Mussolini la vieja idea de la expansión en Abisinia (Etiopía) y Albania, que le interesaba como medio para garantizarle un buen mercado a la industria del país. Decidida la invasión, el 3 de octubre de 1935 Abisinia fue agredida y para conseguirlo con rapidez se recurrió a los bombardeos y gases asfixiantes. La resistencia abisinia se desplomó por completo y el 5 de mayo de 1936 el general Badoglio entró en la capital Addis Abeba y el emperador de Etiopía, el negus, dejó el país. El resultado de la guerra colmó el júbilo de la población, pero la esperada bonanza económica por la anexión fue un fracaso, lo mismo que la repoblación del nuevo territorio, que alcanzó a sólo 1.800 familias campesinas italianas.

Pero la imitación de imperio romano del que el Duce presumió con la anexión de Etiopía fue solo un sueño pasajero pues causó una gran repulsa en Europa, no sólo por la invasión en sí, sino por las masacres que se produjeron: Etiopía tuvo 275.000 muertos, 75.000 en la resistencia, 18.000 en campos de concentración, en las depuraciones murieron 18.000, en campos de concentración hubo 35.000 muertos y a 30.000 los desparecidos represaliados, mientras que los tribunales militares hicieron fusilar a 24.000 hombres. Fue entonces cuando la diplomacia mussoliniana empezó a inclinarse hacia Alemania buscando acercarse a Hitler, poderoso aliado que entró en los centros de poder del Gobierno fascista, cuyo primer resultado fue un convenio Berlín – Roma (13.10.1936). Ambos gobiernos se implicaron en la guerra civil española (1936 – 1939) contra el comunismo. En Italia sorprendió la intervención pues no existía razón alguna que la justificara, la cual le costó a Italia 3.000 muertos, la pérdida de cuantioso material de guerra y mucho dinero.

Para el Duce fue de gran valor el viaje que hizo a berlín en 1937, en el que fue abducido por Hitler. A su regreso a Italia rompió con las democracias occidentales. Uno de los efectos más relevantes del influjo ideológico nazi fue la introducción del racismo en la política fascista, hasta el punto de que Mussolini dijo: “Debe entrarnos en la cabeza que nosotros no somos ni mongoles, ni camitas, ni semitas. Y si nosotros no procedemos de una de estas razas, por tanto, no existe ninguna duda de que somos arios, procedemos de los Alpes, del Norte”. Pero la realidad fue que el antisemitismo no prendió en la sociedad italiana no obstante la propaganda. En los formalismos de la vida diaria se adoptaron medidas tan extravagantes como prohibir el uso de ‘usted’ sustituido por ‘viva el duce’, lo que dio lugar a chanzas populares. Se prohibió usar palabras y nombres extranjeros. A la hora de obligar, se impuso a los funcionarios civiles que vistieran de uniforme.

Mussolini, llevado de su espíritu expansionista, y a imitación de Hitler, puso sus ojos en la cercana Albania (28.750 km2.), un pequeño país indefenso. Así, el Gobierno italiano envió el día 6 de abril de 1939 un inaceptable ultimátum al rey Zogú en el que le exigía la entrega del territorio albanés al reino de Italia. Al día siguiente, Viernes Santo, el ejército italiano invadió Albania y en una breve campaña militar (7 – 12 de abril) ocupó todo el territorio sin apenas resistencia.

El 22 de mayo de 1939 Alemania e Italia firmaron el Pacto de Acero mediante el que ambas se comprometían a la ayuda militar mutua. Italia con los ojos puesto en el territorio saboyano del sur de Francia, pero ya soplaba en Europa el viento de guerra. Mussolini no deseaba la guerra para la que no estaba preparado, y en ese afán puso el empeño por medio de su ministro de Exteriores, el conde Ciano, su yerno, que en Berlín intentó diferir el conflicto, pero no lo consiguió, el 1º de septiembre de 1939 el ejército alemán invadió Polonia, que fue el comienzo de la II Guerra Mundial. Ante la realidad de la guerra el Duce se mostró ambiguo e indeciso, con los italianos contrario a participar en ella, hasta que al entrevistarse con Hitler el 18 de marzo de 1940 en junio siguiente declaró la guerra a los aliados. El 28 de octubre siguiente el ejército italiano atacó a Grecia que resistió y con la ayuda de los ingleses derrotó a Mussolini, cuyo desaguisado lo arregló Hitler. A las continuas victorias alemanas sucedió el fracaso en Rusia, que cambió el signo de la guerra en favor de los aliados, que invadieron Italia a través de la isla de Sicilia (10.07.1943)

El rey Víctor Manuel III tenía decidido acabar la guerra para Italia con el fin de salvar el trono, a ser posible sin enemistarse con Alemania. El propio rey se puso manos a la obra. Se convocó el Gran Consejo Fascista que destituyó a Mussolini (25.07.1943), entonces el monarca ordenó su detención sin darle ocasión a hablar a pesar de los intentos de éste. Su personalidad y su poder se habían hecho pedazos. Dos meses después el nuevo primer ministro, Pietro Badoglio, firmó el armisticio con los aliados y se alineó con ellos, que junto con el rey se fugó a Brindisi. El 12 de septiembre de 1943 Mussolini fue liberado por un comando alemán paracaidista y por mediación de Hitler constituyó la República títere fascista de Saló por ser esta ciudad su sede. Y se dio el caso anómalo de que tropas italianas de ambos lados lucharon entre ellas, de modo que entre 1943 y 1945 se produjo una guerra civil dentro de la II Guerra Mundial. En enero de 1944 se celebró el juicio de Verona para castigar a los miembros del Gran Consejo Fascista que destituyeron al Duce, de los que cinco fueron condenados a muerte y ejecutados, entre ellos el conde Ciano, y otros con penas de treinta años de cárcel. Pero ya el mito del Duce había desaparecido, su imagen era una caricatura grotesca de aquella máscara agresiva de las grandes manifestaciones fascistas.

Ya marginado y fracasados los intentos de una negociación, en la mañana del 27 de abril de 1945, una pequeña columna de jefes fascistas con dinero y documentos falsos, escoltados por soldados alemanes, intentaron llegar a Suiza, pero fueron detenidos por partisanos comunistas. En unos de los camiones iba escondidos Clara Petacci y un acurrucado Mussolini, abrigado con un capote militar alemán, que fue trasladado a Dongo, localidad del extremo norte de Italia. En la tarde del 28 de abril todo había acabado, Mussolini y su amante, que le siguió hasta el último instante y no aceptó ser librada, fueron fusilados; ella se interpuso en la descarga a Mussolini, que entonces él se abrió la camisa para recibir la descarga. A las 23 horas de ese día sus cadáveres fueron expuestos al público, junto con otros jerarcas fascistas, colgados boca abajo en un poste de la gasolinera en la plaza de Loreto de Milán. El cadáver del Duce yace en su pueblo natal, Predappio.

Bibliografía: Escritor Giovanni de Luna. Mussolini. Grandes biografías. Salvat Editores, S.A. Prof. Gastón Castella: De Luis XIV a la Segunda Guerra Mundial. Historia Universal Ilustrada, E Th. Rimli. Vergara Editorial.