Carlos I, rey de España y emperador de Alemania, siglo XVI (y 2)


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ADOLFO PÉREZ

La armada que llevaba a don Carlos a ser investido rey de romanos en Aquisgrán (Alemania) zarpó de La Coruña el 20 de mayo de 1520, pero ya se habían creado las condiciones para que estallara una convulsión en el reino de Castilla por las causas ya apuntadas en la primera parte: un príncipe desconocido que no sabía el idioma, que vino con un séquito de nobles flamencos que ocuparon los mejores puestos y despreciaban a los naturales, a más de dispuestos a llevarse el dinero público que pudieran afanar. Asimismo, causó gran disgusto la pretensión del rey de ser elegido emperador de Alemania, para ellos algo ajeno a los intereses de Castilla, máxime cuando tendrían que pagar los gastos que se ocasionaran, y para más inri ser gobernados por bastante tiempo desde el extranjero a través del regente Adriano de Utrecht, un forastero, su mentor y amigo, lo que produjo gran irritación. Todo eso creó un ambiente de malestar que desde el principio hizo impopular a don Carlos, bien es verdad que pasado un tiempo se ganó el cariño popular, cuyo resultado fue venirse a España a descansar y morir en el monasterio cacereño de Yuste.

Entre los años 1519 y 1523 estalló la lucha entre el absolutismo monárquico y la revuelta comunero de suma gravedad en Castilla, mientras que en Valencia y Mallorca se produjo una convulsión social: las llamadas guerras de las Germanías. Ambas crisis simultáneas se resolvieron con la alianza de la monarquía y la aristocracia, propietaria de extensos latifundios. La ola de descontento se extendió por las ciudades castellanas más importantes, las cuales fundaron la Junta Santa. Pero el levantamiento comunero fue derrotado en la batalla de Villalar (1521) y sus jefes, Padilla, Bravo y Maldonado, fueron ejecutados. La derrota trajo consigo la crisis del ideal burgués castellano, rico en valores humanos. Las luchas sociales de las Germanías valenciana y mallorquina entre clases medias, plebeyos y artesanos frente a la aristocracia tuvo un final similar al comunero. En ambos casos la aristocracia aumentó sus privilegios.

Era ya Carlos, a los diecinueve años, rey de España y sus posesiones de ultramar, archiduque de Austria y de los Países Bajos, cuando el 28 de junio de 1519 los grandes electores lo eligieron para ceñir la corona del Sacro Imperio Romano Germánico. Ha de tenerse en cuenta que al emperador sólo se le reconocía una preeminencia cuasi honorífica que le situaba por encima de los demás reyes y señores, pero que ellos conservaban casi intacta la soberanía de su reino o señorío.

A principios del siglo XVI se produjeron dos fenómenos casi simultáneos: la ruptura de la unidad cristiana con la aparición de la Reforma luterana (1517) y el poderoso avance de los turcos, que con Solimán el Magnífico (1521 – 1566) alcanzó su mayor esplendor, de modo que la Cristiandad estuvo a punto de perderse por la doble amenaza de sus divisiones internas y del peligro otomano. En aquellos tiempos lo que hoy llamamos Europa hasta bien entrado el siglo XVI era la llamada Cristiandad, una comunidad unida por la fe que reconocía la autoridad espiritual del papa. Carlos V nunca empleó la palabra Europa, entonces era solo un nombre geográfico sin más. Así era la situación a la que debió enfrentarse el emperador al hacerse cargo del Imperio.

La Reforma protestante surgida en el marco europeo, cuyo germen era el Renacimiento y el Humanismo, tenía la virtud de satisfacer al insaciable nacionalismo. Su autor fue el monje agustino Martín Lutero cuando clavó en la puerta de una iglesia de Wittenberg sus noventa y cinco tesis protestando contra las indulgencias que el papa León X pretendía vender a fin de recaudar fondos para la construcción de la basílica de San Pedro de Roma (01.11.1517). (Dice el catecismo de la Iglesia Católica que indulgencia es la remisión o indulto de las penas del Purgatorio por los pecados perdonados en el sacramento de la confesión, que los fieles cristianos compraban con dinero.) Lutero no se detuvo ahí, enseguida se metió en aspectos de la doctrina católica que provocó la reacción de Roma, cuya tirantez llegó a tal extremo que el papa excomulgó al monje agustino que lejos de someterse, en una gran manifestación y rodeado de estudiantes quemó la bula de excomunión ‘Exsurge Domine’ en la ciudad de Wittenberg (10.12.1520).

El joven rey castellano, electo emperador, cuando llegó a Alemania en el invierno de 1520 su reacción frente a Lutero fue considerarlo un hereje que ponía en peligro la unidad religiosa de la Cristiandad. Pero movido por el elector Federico de Sajonia accedió a oír a Lutero en la dieta de Worms donde el fraile se negó a retractarse y hubo de salir de la ciudad. Ante la contumacia de Lutero el emperador lo proscribió y ordenó la quema de sus escritos. Sucedió entonces que las propuestas prudentes que hicieron Carlos V y los católicos para sofocar el conflicto fueron rechazadas por los reformistas que formaron la “Liga de Smalkalda a la vez que buscaron apoyos de soberanos extranjeros. Carlos V transigió durante varios años buscando un arreglo que no llegó, al mismo tiempo que le pedía al papa que convocara un concilio para promover la reforma de la Iglesia, el cual se convocó en Trento en 1545, al que se negaron a asistir los protestantes. Entonces el emperador determinó reducirlos por la fuerza y los derrotó en la batalla de Mülhlberg (1547). Cansado el césar Carlos adoptó una política de pactos aconsejado por su hermano Fernando, de modo que se llegó al acuerdo de la “Confesión de Augsburgo” (1547).

Los nacionalismos, más los contenciosos territoriales, así como el problema de la reforma protestante, fueron las causas del enrevesado clima político de la Europa del siglo XVI, con el césar Carlos en el centro. Una situación en la que era difícil estar al tanto de las alianzas que se concertaban y se rompían entre unos y otros, con un papado, que además de su función pastoral, era también un poder temporal. Producto de la enrevesada y conflictiva política europea fue el desencuentro entre Carlos V y el papa Clemente VII, que molesto con el emperador por urgirle la convocatoria de un concilio para detener a los protestantes - que él no llegó a convocar - intentó pararle los pies con la formación de la Liga de Cognac para sacar al césar de Italia. La liga la componían el rey francés Francisco I, los príncipes italianos y el rey de Inglaterra. Carlos V reunió un buen ejército que avanzó victorioso hasta Roma, ejército mal pagado que queriendo cobrar atacó y saqueó de forma salvaje la ciudad romana (06.05.1527), con el papa cautivo al que se culpaba de ser más político terrenal que pastor de la Iglesia. El llamado “saco de Roma” fue un escándalo que conmocionó a Europa, bien es verdad que las tropas actuaron a su libre albedrío, sin mando alguno, muerto poco antes. Finalmente, el 6 de junio, Clemente VII pagó un rescate a cambio de su vida y en el febrero siguiente el ejército imperial abandonó Roma con un gran botín. El saqueo fue una acción que sonrojó al emperador, que pidió disculpas por semejante hecho.

Con veinticinco años don Carlos aún seguía soltero, razón por la que las Cortes aconsejaron al monarca que se casara cuanto antes para asegurar la continuidad de la dinastía y le sugirieron que fuera con su prima Isabel de Portugal, hija de Manuel I y María de Aragón, tres años menor que él, nieta también de los Reyes Católicos, con raíces hispanas pues. La propuesta agradó al rey, que contó con su aprobación. La boda se celebró en Sevilla y la luna de miel en la Alhambra, él tenía veintiséis años y ella veintitrés. La emperatriz Isabel fue considerada como “la más digna nieta de Isabel la Católica”. Al año siguiente alumbró en Valladolid a su hijo primogénito, el futuro Felipe II, el primero de los seis hijos que tuvieron. No cabe duda que Isabel de Portugal fue el mejor apoyo y la más eficaz ayuda de Carlos I.

Trece años vivió doña Isabel siendo emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico y reina de España, de los que en cinco veces actuó como gobernadora de los reinos españoles, actuando con gran pericia. El último de los hijos que tuvo le costó la vida en Toledo el 1º de mayo de 1539, cuando contaba treinta cinco años de edad. La muerte de su esposa produjo un gran desconsuelo a don Carlos, que se encerró en el monasterio toledano de Santa María de Sisla. Don Carlos nunca olvidó a su maravillosa mujer; desde entonces vistió de luto y ya no contrajo un nuevo matrimonio. Se aplicó en la formación de su único hijo varón, el príncipe Felipe, un niño de doce años, al que tenía un gran cariño. Siete años después tuvo con la cortesana flamenca Bárbara Blomberg un hijo, que luego sería don Juan de Austria.

Coincidió el reinado de Carlos V con el período de máximo esplendor de los turcos, gobernados entonces por el sultán Solimán el Magnífico (1520 – 1566). La situación era amenazante para el imperio germánico y sus estados patrimoniales, así como para la Cristiandad, lo que supuso que el emperador se enfrentase al sultán en la frontera de Austria y por el mar Mediterráneo. El sultán, que ya era dueño de Hungría, se dirigió contra Viena (1529), cuyo cerco levantó con la llegada del ejército imperial. En el Mediterráneo hay que destacar la conquista de Túnez (1535) por el soberano español, que años más tarde fracasó en Argel (1541). Respecto al turco hubo diversas opiniones, entre ellas las de los que no estaban dispuestos a apoyar la cruzada propuesta por el césar Carlos, incluso Venecia, la más amenazada, que comerciaba con ellos. Y Francia, que firmó un tratado de amistad con Solimán al que pidió ayuda en la guerra contra Carlos V. Así pues, no logró que nadie uniera sus fuerzas a la cruzada para luchar contra los otomanos y aliados, enemigos de la Cristiandad, de modo que renunció a la cruzada y en 1546 propuso una tregua a Solimán para tener las manos libres en Alemania y reducir a los príncipes protestantes.

En cuanto a la política interior del emperador existe una opinión bastante extendida de que después de la derrota en Villalar de los comuneros, Carlos I acabó con las libertades castellanas, El historiador Francisco de Laiglesia sostenía que no cambió el régimen orgánico general de los reinos peninsulares, pero es indudable que las libertades municipales sufrieron un duro golpe con aquella derrota. El monarca procuró la asimilación de los moriscos (descendientes de los moros), los cuales constituían un cuerpo extraño dentro de la sociedad española, y para ello dictó severas disposiciones, pero el problema continuó latente. Por otro lado, su excesiva intervención en los asuntos de Europa le impidieron realizar una obra fecunda en nuestro país, que entonces alcanzó una situación de predominio en el mundo, de modo que se descentró de sus verdaderos objetivos.

Coincidiendo con el reinado de Carlos I, en un corto espacio de tiempo, tuvo lugar la gran aventura de los españoles que exploraron el Nuevo Mundo, América, donde llevaron a cabo increíbles exploraciones y conquistas, tales como la de México por Hernán Cortés, la del imperio inca del Perú por Francisco Pizarro, así como las exploraciones de Cabeza de Vaca, Orellana, Valdivia y otros. Los españoles penetraron en las cuencas de los grandes ríos de América: Misisipi, Orinoco, Amazonas y De la Plata. A estas grandes aventuras se sumó la sensacional gesta de Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano dándole la primera vuelta al mundo entre 1519 y 1522.

Cuenta la crónica que una tarde del verano de 1555, en Bruselas, Carlos V, al despertar de una ligera siesta, sorprendió a sus cortesanos diciendo: “La suerte es una ramera que otorga sus favores a los jóvenes” y les anunció que había resuelto abdicar de todos sus Estados. Y es que cansado de tanto trabajo a lo largo de su vida estaba deseoso de hallar un retiro apacible para su reposo; a sus cincuenta y cinco años era ya un anciano, muy enfermo de gota, gastado y exhausto. “Mi vida ha sido un largo viaje”, decía, con más de cuarenta viajes por toda Europa. De los seis hijos que tuvo su esposa sólo vivieron tres: Felipe, María y Juana. Propició que su hermano Fernando fuese elegido rey de romanos (futuro emperador). En 1555 cedió a su hijo Felipe los dominios de Flandes y Brabante y en 1556 los reinos de España y las Indias. Después embarcó para España y se recogió en el monasterio de los jerónimos de Yuste (Cáceres) donde permaneció hasta su muerte. Allí observaba lo que sucedía en sus reinos. Se respetaba su retiro, pero nadie opinaba que Carlos V fuera un vencido. Dice la crónica que en sus aposentos contemplaba el bello retrato de su esposa Isabel pintado por Tiziano. A las dos y media de la madrugada del 21 de septiembre de 1558 entregó su alma a Dios. Sus restos reposan en el Monasterio de El Escorial.