¿Cuatro millones de golpes son
los que ha propinado Eric Jiménez a la batería o la vida a Eric
Jiménez?
El libro trata sobre mi vida
personal, que discurre paralelamente a la artística, y cuento en él
todos los golpes que he recibido a lo largo de mi vida, algunos
bastante duros. Pero es evidente que el título también simboliza
los que he dado al instrumento, que han sido muchos más.
Seguramente, porque usted ha
sido muy precoz.
Menos en la
eyaculación, he sido muy precoz en todo. Grabé el primer disco con
15 años, contraje matrimonio a los 16. Sin embargo, después de
tantos años sigo siendo un niño.
Menciona una primera boda que
fue un tanto singular.
Sí. En la
celebración juntamos a los militares del mundo de mi suegro con mis
amigos, miembros de todos los grupos de rock que había en Granada.
Era una mezcla entre la clientela de un economato militar y la del
cabaret de la Guerra de las Galaxias. Recuerdo que por entonces
empezaban a abrir las tiendas de 'todo a cien a pesetas', y mis
invitados nos regalaron un reloj despertador de latón estilo Luis
XV y un pitagol, que era un caramelo polifuncional con el que se
podía silbar mientras te endulzaba el instante. Y juro que en la
lista de bodas no pusimos nada de eso, pero los músicos siempre han
sido muy creativos.
Una boda muy temprana
¿consecuencia de una vida familiar muy solitaria?
Es verdad que
tuve una infancia muy dura. Yo tenía 8 años cuando murió Franco y
el libro relata la soledad en que estuve viviendo durante mi
infancia y adolescencia, tanto a nivel familiar como emotivo. Es
posible que me casara tan joven buscando el cariño que echaba en
falta y que sólo me proporcionaba el público. Tuve una infancia
difícil. La diferencia de edad con mis hermanos era muy grande y mi
padre ejerció muy poco como tal. Reconozco que sufrí bastante en
una época trascendental, en la que me estaba desarrollando como
persona. Creo que eso repercutió en los bajos niveles de autoestima
que generé. Pero en seguida me di cuenta de que la música hace
magia. La gente me valoraba, me aplaudía y reconocía lo que yo
hacía con la batería. Puede parecer una frase muy manida, pero yo
le debo mucho a todas esas personas que me seguían desde mis
inicios en la música. La publicación de este libro es una manera
de devolver a ese público todo el cariño que me proporcionó
durante tanto tiempo y que tanto necesité. Me he abierto en canal
en él.
De eso puedo dar fe. De hecho,
cuenta un episodio en el que su padre le apunta con una pistola
cuando usted era un niño, algo difícil de asimilar, supongo.
Tenía cuatro
años por entonces y lo recuerdo como si fuera un sueño. Mi padre
solía llevar siempre un arma encima y yo tiré de manera
involuntaria un vaso de plástico muy fino, casi de papel, que le
dio en la cara. Él sacó la pistola y me apuntó, aunque tampoco en
plan Charles Bronson. Es una de esas cosas a las que no das
importancia en el momento, pero la imagen se te queda marcada y,
cuando creces y eres padre, te das cuenta de toda la magnitud de esa
acción.
Pero no fue precisamente ese
ejemplo el que le llevó a afiliarse a la OJE [Organización Juvenil
Española, sección infantil y juvenil de la Falange, el partido
único durante la dictadura de Franco].
Yo vivía en
Santa Paula, una calle de Granada en la que lo más divertido que
pasaba era el camión de la basura. Sólo faltaba que los vecinos
aplaudiesen cuando lo hacía. Pero el Viernes Santo salía la
cofradía de las Chías y el señor que salía tocando el tambor me
fascinaba. Yo quería hacerlo también, y la única manera de
conseguirlo con 8 años era apuntándote a la banda de cornetas y
tambores de la OJE. Evidentemente, a esa edad ni tenía criterio ni
sabía dónde me metía. Yo sólo quería tocar el tambor que, por
cierto, pesaba tanto para alguien tan pequeño que, al final, acabé
siendo la mascota de la banda. El borrego de la Legión con forma
humana.
¿No le dejaron tocar?
Nada. Pero
tal vez ahí está el origen de mi afición por la Semana Santa. A
los niños les llama la atención aquello que les acojona. Los
zagales americanos tienen Halloween y nosotros la Semana Santa.
Y esa afición le duró
bastante. Recuerdo que durante una gira con Los Planetas usted
tocaba la batería bajo un palio, casi como si fuera una Virgen.
Tengo una
forma de tocar muy peculiar, y observé que la tarima sobre la que
se monta la batería se balancea cuando estoy en plena faena de una
forma muy parecida a como lo hacen los tronos cuando salen en
procesión. Se me ocurrió la idea y se lo conté a una amiga que
tenía un taller de costura que se llama 'Que te zurzan', y
compramos los abalorios para montar un palio de Semana Santa con el
que hice la gira de 'La leyenda del espacio' con Los Planetas. La
verdad es que la gente no lo entendió muy bien. Hubo quien creyó
que era un kiosko de la ONCE en lugar de un trono.
Hablamos de Los Planetas, pero
la obra más importante en que usted ha participado quizás sea
'Omega', el disco que grabó su otro gran grupo actual, Lagartija
Nick, con Enrique Morente, ¿qué ha significado para usted ese
disco y su relación con el cantaor, de quien llegó a ser un gran
amigo?
Morente fue
para mí un gran amigo y maestro. Yo nunca he sido aficionado al
flamenco, pero era una voz que, como los versos de Lorca, había
escuchado mucho en mi ciudad. Siempre me había resultado muy
familiar. Algo muy granadino. Conocerlo fue una sorpresa.
Rápidamente me di cuenta de que era una persona muy valiente. Él
siempre decía que había que escuchar a la gente para hacer lo
contrario. Quizás por eso hicimos el 'Omega', porque si hubiéramos
hecho caso a lo que nos decían muchas personas, jamás lo
hubiéramos grabado. Compartimos muchísimas aventuras y, sobre
todo, cariño. Después tuve la suerte de acompañarle en su cuadro
flamenco, una experiencia de la que obtuve mucho conocimiento. Fue
todo un ejemplo como persona. Él procedía de un entorno de
analfabetos, pero comenzó a cultivarse por su cuenta y pronto
cambió los tebeos de vaqueros por poemas de Machado. Es un orgullo
estar con él en ese disco por el que tan poco apostaba la gente.
Sobre todo porque formar parte de esa obra en la que se unen Lorca,
Leonard Cohen, la voz de Morente y un elenco de guitarristas y
colaboradores maravillosos, resultó en un producto muy granadino
del que me siento enormemente satisfecho.
¿Usted se siente en cierto
modo flamenco?
Para nada.
Soy más bien de los que creen que a quien le gusta el flamenco
tiene un viejo dentro.
No lo digo por la música, sino
por el concepto de la vida que tienen.
Que va. Yo me
he sentido punk, pero ningún punk llega la grado de desorden que un
flamenco. En eso, el flamenco es lo máximo. Es la anarquía
extrema. El flamenco no es un cantaor ni un guitarrista. Es una
actitud que quien la ejerce suele durar muy poco. Decían que los
punk preferían morir jóvenes para hacer un cadáver bonito, pero
muchos flamencos mueren jóvenes y hacen un cadáver horrible porque
se han castigado mucho más que el punk más desaforado. Yo no me
siento flamenco porque, después de hacer un análisis de conciencia
y repasar un poco mi vida, me he enamorado de ella y tengo muchas
ganas de vivir y disfrutar de mi hija, de la música y de la gente
que quiero.
Usted ha formado parte de
varias bandas y tocado con grandes músicos, ¿con quién ha sido
más feliz compartiendo escenario?
Quitando a
mis cuatro pilares, que son KGB, el primer grupo que me aceptó,
Lagartija Nick, Morente y Los Planetas, me encantó tocar la batería
con el grupo norteamericano Nada Surf, que hacen canciones de una
belleza increíble y, cuando tuve la suerte de tocar con ellos, me
sentí muy bien. También he estado con un artista muy importante
como es Tarik y la fábrica de colores. Álvaro tiene un gusto
excepcional a la hora de componer y al ejecutar su música en
directo. He tocado con muchos amigos y gente muy importante en el
mundo de la música, pero me siento muy orgulloso de haberlo hecho
con esos dos.
Y creo que no tanto con Bob
Dylan.
Este no es un
país para viejos. Con Dylan no iba yo a la batería. He compartido
escenario muchas veces con Jesus & Mary Chaine y The Cure, que
eran mis ídolos de la infancia y han sido experiencias
inolvidables. Con Dylan, y muy posiblemente no tenga la culpa él,
tuvimos un incidente con su equipo técnico cuando tocábamos como
grupo invitado en Granada porque nos trataron muy mal y, para hacer
lo que nos hicieron, hubiera sido preferible que no nos hubieran
invitado. Otros que hacen los mismo son Placebo, cuyos ingenieros de
sonido también anulan los graves al grupo que toca antes. Es una
actitud muy guiri.
¿Falta de compañerismo o de
educación?
Los ingleses
y norteamericanos se jactan de que los españoles no tenemos
educación. Ellos tienen muy buena educación musical, pero muy
malas maneras. En los festivales hay una gran diferencia de sonido
entre los grupos que son cabeza de cartel y los que no lo son aunque
estén vendiendo también muchísimos discos. Sus técnicos utilizan
muchas artimañas para que otros músicos suenen peor que ellos. A
mí me parece horrible. La música es un arte y las condiciones en
que se muestra al público deberían ser iguales para todos. No
quiero que nadie me malinterprete. Si un artista lleva un montaje
grande, es suyo y no puede utilizarlo nadie más. Eso es
indiscutible, pero el set que hay para que el sonido llegue a la
gente no debería manipularse nunca. Hacerlo, como los técnicos de
Dylan o de Placebo, es una falta de respeto, no sólo a los demás
músicos, sino también al público que ha pagado su entrada para
escuchar todo el concierto de la mejor forma posible. Insisto en que
eso es una mala práctica de algunos británicos y norteamericanos.
No conozco que ningún grupo español haya hecho ese tipo de
jugarretas a otros compañeros.
¿Qué concierto recuerda que
le haya hecho flipar en colores como espectador?
Ha habido
muchos, pero siempre destaco el de Siouxsie & The Banshees en
Rockola en 1983. Tuve que falsificar mi carnet de identidad para que
me dejaran pasar. Me había invitado la casa DRO. Yo no quería ir,
pero la compañía me obligó y estoy muy contento de que lo
hiciera. Eran los años de rivalidad con Blondie. Cuando empezaron a
sonar me quedé completamente maravillado. Impresionado con el
sonido y con la puesta en escena. Hay que recordar que el nuestro
era un país que había vivido en blanco y negro y comenzaba a
abrirse a este tipo de eventos internacionales. Estábamos al día
de lo que pasaba fuera por medio de los fanzines. Tocaron dos días
en esa sala con el disco de recopilación de sus singles.
Tengo entendido que, además de
falsificar el DNI, para asistir a ese concierto tuvo usted que
engañar a su madre.
Así fue
porque, ¿cómo se iba un niño con 15 años a Madrid para asistir a
un concierto en el Rockola? Aunque tengo que decir que mi madre
nunca me prohibió nada. Gracias a ella y a su actitud conmigo me he
podido dedicar a la música desde muy pequeño. Cualquier otro padre
hubiera puesto más trabas en aquella época. Le estoy muy
agradecido.
¿Cree que llegó a creerse que
iba a comprar un helado, como le dijo?
Ni de coña.
Pensaría que iba a casa de un amigo que vivía en una calle cercana
a la nuestra. Pero también es posible que lo creyera. Yo no soy de
comerme un helado. Para menos de quince no me pongo. Cabe también
la posibilidad de que pensara que estuve 24 horas seguidas sin parar
de comer helados.
Por cierto, lleva un montón de
años consecutivos siendo el mejor batería por votación popular en
el programa Disco Grande de Julio Ruiz en Radio 3.
Yo creo que
me vota la gente porque soy de los más viejos y soy más conocido
que otros más jóvenes. Además, tal vez influya que me paro con
todo el mundo y les dedico el tiempo que haga falta.