Playa no tan virgen

Los Muertos es una playa realmente bella y espectacular, pero también es un paraje protegido dentro del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar-Carboneras


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MARIO SANZ CRUZ

Cada vez que veo en un medio de comunicación que se ha nombrado mejor playa de España, de Europa o del Mundo a la Playa de Los Muertos, me pongo a temblar. La enorme saturación que sufre en verano la Playa de Los Muertos, se ve incrementada cada año por la creciente fama que va cogiendo en redes y medios.

Los Muertos es una playa realmente bella y espectacular, pero también es un paraje protegido dentro del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar-Carboneras.

Como cualquiera puede comprobar, el enorme aparcamiento, habilitado por el Ayuntamiento de Carboneras, está a rebosar todos los días; pero, además, los coches invaden los caminos aledaños, cualquier pequeña explanada y la carretera de Carboneras a Agua Amarga, arrasando la poca vegetación que crece en las cunetas y en las cercanías. Tal invasión de visitantes saturaesta playa tan bella como sensible. Lo que en otras épocas es una preciosidad se convierte, en verano, en una pesadilla.

La mayoría de los visitantes no saben que esto es un Parque Natural, solo saben que esta playa hay que visitarla porque lo han dicho en su página favorita, en su periódico o su televisión. Solo han leído que es una playa magnífica y muy bonita, pero no han leído, o los medios no se han molestado en comentar, que es parte de una zona protegida, que no hay que dejar basura, que el acceso no está indicado para carritos de niños, ni para gente con movilidad reducida, que los caminos son peligrosos para chanclistas, que no hay ningún chiringuito abajo, que no hay, ni tiene por qué haber, salvavidas ni banderas de aviso, etc.

Así, la gente, en su ignorancia, se trae al abuelo de noventa años o al niño de pecho, baja casi descalza con todo tipo de parafernalia playera y, muchas veces, sin agua, por un camino largo, pedregoso y duro. Al llegar a la playa, el visitante se sorprende al encontrarse rodeado por dos o tres mil personas, lo que, sin mucho esfuerzo, podía haber imaginado al ver la cantidad de coches que había arriba. Cuando el turista quiere hacerse una foto en esta preciosa playa, tiene que hacer virguerías para que no parezca que está en una piscina japonesa. Si hay levante un poco fuerte, el baño es casi imposible y los que se arriesgan a meterse al agua se juegan la vida; pero muchos lo intentan porque el calor aprieta de lo lindo y las cabezas no siempre sirven para pensar. Así, casi todos los años hay que lamentar ahogados y accidentados por imprudencias fácilmente evitables.

Falta presencia, vigilancia, información y presión para que se respete y se cuide este espacio natural único; para que el personal sepa que esta playa no es como la de Benidorm. Habría que buscar una forma de limitar el aforo, de concienciar para que no corra peligro la playa ni la gente que la visita.

Nunca he entendido el empeño de los representantes municipales de Carboneras en promocionar esta playa, que ya está bastante promocionada, que mueve una ingente cantidad de personas que, sin pretenderlo, solo dan problemasy, excepto lo que paguen en el parquin, no dejan un duro en el pueblo. La gente viene desde cualquier punto de la geografía, directamente a Los Muertos, y ni siquiera pasa por Carboneras. No pernocta, no come y ni siquiera se toma un café en la población.

Mejor sería promocionar los muchos encantos que tiene nuestro pueblo, sobre todo fuera de la temporada alta turística, y conseguir que haya un goteo de visitantes responsables, que aprecien los valores de este entorno, durante todo el año. Así, se conseguiría un turismo sostenible, que daría algunos puestos de trabajos durante todas las temporadas, sin erosionar demasiado nuestro patrimonio natural, histórico y cultural.
Algún día habría que replantearse, a todos los niveles, las bases del turismo de masas, que se nos está yendo de las manos y, como casi todo lo que promueve está voraz sociedad mercantilista, acaba dejando nuestro hábitat hecho un puñetero desastre, dándonos a cambio unas miserables monedas.