Cataluña azotada por el nacionalismo

Ahora nos toca esperar a que las elecciones del 21 D se decanten por un resultado que nos permita albergar la esperanza de que otro ‘proces’ tardará muchos años en volver, aunque no nos libraremos de los continuos enredos, falsedades y mentiras de los nacionalistas, verdaderos farsantes


Adolfo Pérez.

ADOLFO PÉREZ

Confieso que el conflicto de Cataluña es algo que me produce una honda desazón, y no es porque tema que se produzca la independencia, cosa que me parece imposible que suceda, ya que ni las instituciones del Estado ni el pueblo español lo permitirían. Eso está claro. A los españoles que nos duele nuestra nación nos preocupa el temporal que sacude a Cataluña, una tierra por la que la mayoría siempre hemos sentido admiración por figurar en la vanguardia nacional en aspectos tales como la economía, la cultura, etc. Hermosa tierra de acogida para tantos españoles que durante años han acudido allí en busca de trabajo y la han engrandecido. Con su bella ciudad de Barcelona que cada vez que la he visitado me ha encantado subir al santuario de la Virgen de Montserrat.

Bien es verdad que, en una pequeña parte de la población catalana, siempre ha latido un espíritu independentista arrastrado a través de la Historia, dándose la circunstancia de que nunca lo han sido. En efecto, pasando de largo por la España romana y visigoda todo el territorio catalán actual fue dominado por los musulmanes, que pasaron el Pirineo y sometieron gran parte de la región sudoriental francesa (siglo VIII), tierras que más tarde el imperio carolingio arrebató a los invasores estableciendo en ellas la frontera, la llamada Marca Hispánica (hoy puesta en cuestión) cuyo territorio estaba dividido en condados.

Tales condados (10) eran feudos de los reyes francos, los cuales nombraban a los condes hasta llegar a Wifredo I el Velloso (878 - 897), último conde designado por los francos y primero que legó sus dominios a sus hijos, aunque él y los condes que le sucedieron gobernaron como autónomos aprovechando el declive de los reyes francos, aunque permanecieron feudatarios nominales de los mismos hasta el siglo XII, fundamental para el porvenir de Cataluña, pues fue el siglo del conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV (1131 - 1162). Príncipe de Aragón por sus esponsales con la infanta Petronila (su única esposa) cuando ella apenas tenía dos años y él frisaba en los treinta y cinco (1137). A su muerte, su esposa se quedó con el reino de Aragón y su hijo mayor, Alfonso (antes Ramón Berenguer), heredó el condado de Barcelona. Dos años después la reina Petronila renunció al reino de Aragón en beneficio de su hijo Alfonso II. Esta nueva unión catalanoaragonesa afianzó y le dio más vigor a la Corona de Aragón. Fue, pues, la decisión catalana la que favoreció el nacimiento de esta unión. Parece ser que fue en el siglo XIII cuando la región comenzó a llamarse Cataluña y emplearse su gentilicio: catalán.

Unión que durante siglos ha durado hasta hoy, donde además del episodio actual se produjeron tres más. El primero de ellos se enmarca en la participación de España en la guerra europea de los Treinta Años (1618 - 1648) y la política del conde - duque de Olivares, ministro del rey Felipe IV (1521 - 1665). En Cataluña tuvo especial incidencia, ya que la población soportó combates, cargas y gravámenes, más la estancia y alojamiento en sus casas de tropas ajenas. Tal situación provocó el malestar y la hartura de los catalanes, lo que dio lugar a un motín en Barcelona de los payeses segadores el 7 de junio de 1640, día del Corpus Christi. Ante tal turbulencia los franceses ofrecieron ayuda a los catalanes si se ponían bajo el gobierno de su monarca, por lo que una vez aceptada la ayuda el rey Luis XIII fue proclamado conde de Barcelona. La separación duró doce años y con ella la inestabilidad política y el desencanto, que se tradujeron en la vuelta al monarca español.

Luego está el episodio de la Guerra de Sucesión que los nacionalistas llaman de Secesión y así se enseña en escuelas e institutos de Cataluña. La muerte sin descendencia, año 1700, del rey Carlos II provocó un conflicto europeo. El rey otorgó testamento nombrando heredero al francés Felipe de Borbón, nieto de su hermana María Teresa y del rey Luis XIV; elección que no fue aceptada por el archiduque Carlos de Austria, pretendiente al trono por ser biznieto del rey Felipe III. La sucesión fue causa de una guerra en la que buena parte de los catalanoaragoneses se alinearon contra los Borbones. En ella se mezclaron los grandes intereses económicos y estratégicos de las potencias europeas, lo que supuso para España importantes pérdidas, entre ellas Gibraltar. La renuncia del archiduque por haber accedido al trono del Imperio Germánico hizo que Felipe V se asentara como rey de España y la guerra finalizó en el interior con la derrota catalana el 11 de septiembre de 1714, fecha de la Diada, el Dia, fiesta del nacionalismo catalán, que considera que Cataluña fue vencida y perdidas sus libertades. Cabe destacar que la derrota se produjo después de una resistencia numantina al mando del conseller en cap, Rafael Casanova.

El ambiente político español en el año 1934 estaba bastante convulso dado que la izquierda no se resignaba a que la derecha ocupara el Gobierno de la Nación, cuyo presidente era don Alejandro Lerroux que el 4 de octubre constituyó un nuevo gabinete al que incorporó tres ministros de la CEDA. La presencia cedista en el Gobierno de España hizo estallar movimientos insurreccionales en Madrid, Barcelona y Asturias. En esas fechas el presidente de la Generalitat era Lluis Companys que poco antes había sustituido en el cargo a Francesc Maciá. El movimiento insurreccional fue aprovechado por Companys para proclamar el 6 de octubre ‘el estado catalán dentro de la República federal española’. El ejército aplastó la asonada y el presidente Companys fue detenido y condenado a treinta años de cárcel e indultado en 1936 por el Gobierno del Frente Popular.

Y así llegamos al conflicto actual, que ya dura cinco años. Como es bien conocido el desarrollo del mismo les ahorro los detalles de detenerme en ellos, no sin poner de relieve los daños causados de difícil solución. Los cabecillas nacionalistas han provocado una profunda fractura social que hace difícil la convivencia. Con sus acciones han deteriorado la economía y han desprestigiado las instituciones catalanas. La arremetida nacionalista ha sido de tal envergadura que el Gobierno de la Nación ha debido intervenir aplicando el famoso artículo 155 de la Constitución para poner las cosas en su sitio, además de convocar elecciones autonómicas a celebrar el próximo 21 de diciembre. Claro que la arremetida ha supuesto la intervención decidida de la Justicia que investiga lo ocurrido y ha encarcelado a dirigentes nacionalistas, entre ellos al pretendiente Junqueras. Otros andan huidos, sueltos por Europa, comandados por Puigdemont, ‘el mesías del procés’ .

Ahora nos toca esperar a que las elecciones del 21 D se decanten por un resultado que nos permita albergar la esperanza de que otro ‘proces’ tardará muchos años en volver, aunque no nos libraremos de los continuos enredos, falsedades y mentiras de los nacionalistas, verdaderos farsantes. Como se ha comprobado el nacionalismo, con mayor o menor intensidad, seguirá presente, de ahí que don José Ortega y Gasset, nuestro mejor filósofo, cuando era diputado dijera el 13 de mayo de 1932 en el Congreso de los Diputados, con motivo del debate del estatuto catalán, ‘El problema catalán no se puede resolver, sólo se puede conllevar... es un problema perpetuo, que ha sido siempre, y seguirá mientras España subsista’. Palabras certeras pronunciadas por un sabio.

No obstante, algo positivo se ha producido con la crisis independentista, que los catalanes no nacionalistas han salido en masa a la calle a gritar su españolismo cargados de banderas nacionales y señeras catalanas, además ha emergido el adormecido sentimiento patriótico del resto de los españoles que han llenado de bandera nacionales las calles y balcones de pueblos y ciudades.