Se me olvidaba que hoy es 1º de mayo


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PASEO ABAJO/Juan Torrijos

PASEO ABAJO/Juan Torrijos

Los sindicatos de trabajadores ya no hacen alardes del día, y a lo más que se atreven es a una tibia convocatoria con sus liberados, banderas sindicales al viento, cada vez menos, y una fiesta con cerveza y bocata de sobrasada y poco más.

En lo que al bocata se refiere hay que reconocer que aciertan, el pan, con la sobrasada restregada es el más solicitado por el españolito de la calle. No está mal el de chorizo, pero mentar lo de “chorizo” en según qué sindicatos y momentos, es mejor dejarlo bien guardado en los cajones, esos que todas las vergüenzas ocultan.

A la sobrasada, si le quitamos la connotación de que es roja, y barata todavía para los tiempos que viven los trabajadores, tiene una ventaja, que suaviza la dureza del bocata hecho el día anterior. El pan se pone duro como una piedra en cuanto pasan unas horas por él, son las historia, dicen los viejos panaderos, hoy ya inexistentes, de los panes congelados. Pero ahí está la pobre y roja sobrasada dando algo de pringue y suavidad al bocata sindical y laboral de los trabajadores, mientras los lideres y liberados prefieren las gambas, los langostinos, las nécoras, y si se una alguna ostra, que encima levanta la lívido, miel sobre hojuelas.

Hace años, uno recuerda la corrida de toros que nos ofrecía televisión, o el partido de fútbol cada primero de mayo, espectáculos con los que el poder intentaba que los españoles no salieran a la calle, no celebraran el 1º de mayo, el día de los trabajadores. Hoy no hacen falta corrida de Morante o partido del Madrid en la tele, hoy los españolitos en edad de trabajar han conocido a los sindicatos. Hoy ya no necesitan que desde los gobiernos les den excusas para no salir a la calle, han sido los propios sindicatos, con sus dirigentes y liberados los que se han ganado a pulso el que los ciudadanos les hagan una peineta sindical a sus manifestaciones en este día.

Los sindicatos descubrieron sus cartas hace muchos años, el trabajador pudo ver cómo se vendían ante los poderes por unas subvenciones; por un puñado de monedas, dicen que eran treinta, ponían ante los gobiernos el silencio de los trabajadores. El prestigio logrado durante años por unos auténticos sindicalistas lo han ido perdiendo unas organizaciones que pusieron al frente de sus direcciones a unas personas que solo iban buscando su beneficio particular y el de la camarilla que lo acompañaba en la ejecutiva, nunca el de los trabajadores.

Hoy veremos en las calles unas cuantas banderas y algunos carteles, portadas por los liberados sindicales y políticos de siempre. Todos ellos con buenos sueldos, casi todos ellos viviendo del erario público. Hoy gritaran a favor del trabajo y de los trabajadores. ¿Mañana? Volverá el sindicalismo al silencio, y los currantes volverán a la soledad sindical que les viene acompañando desde hace unas cuantas décadas.

Es el sino de los tiempos en los que nos ha tocado vivir.