El poder de los trujimanes


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AMANDO DE MIGUEL

En las sociedades antiguas, se podía comprender mejor la idea de que cada comunidad más o menos autosuficiente constituía una unidad de cultura y de lengua. En su virtud, ese idioma privativo o particular servía el propósito de que los foráneos no captaran bien lo que discurrían los nativos. Pero, pronto, se vio que, al menos los que mandan o comercian, necesitan comunicarse con los hablantes de otras culturas. Así, surgió la figura del trujimán o intérprete, la persona que podía mediar en la conversación con extranjeros. Se comprenderá el privilegiado poder que podían acumular los trujimanes. Se sabe que, en el primer viaje de Cristóbal Colón en busca de las Indias, se embarcaron algunos intérpretes de árabe y hebreo. Naturalmente, no tuvieron ocasión de desplegar sus conocimientos. Ni siquiera los “indios” eran tales.

En nuestros días, se ha mitigado mucho el papel de los traductores; aunque siguen siendo necesarios en las relaciones diplomáticas y comerciales. Son verdaderos cargos de confianza para los dirigentes políticos y económicos. Es decir, la capacidad de dominar dos o más idiomas sigue siendo algo valioso que se cultiva y se premia. La prueba es el esfuerzo sostenido de muchas personas para enterarse de lo que se dice en otra lengua, que no es la común de su país o la familiar. Como símbolo del valor que concedemos a tal aprendizaje, en España, llamamos “academias” (normalmente, privadas) a las escuelas donde se enseñan otras lenguas. Bien es verdad que, también, otorgamos ese excelso título platónico a las escuelas para aprender a conducir un vehículo.

Hoy, en España, es corriente que la mayor parte de la población urbana pueda enhebrar algunas frases en alguna lengua extranjera. Lo facilita la condición de la economía turística de nuestro país.

En los primeros tiempos de la era cristiana circuló la creencia consoladora del “don de lenguas” que acompañaba a los apóstoles de entonces. Pronto, se superó tal milagro, al difundirse el latín como lingua franca del Imperio Romano. Fue una circunstancia valiosísima para la pronta extensión del cristianismo.

Actualmente, disponemos de convenientes aplicaciones informáticas para traducir todo tipo de textos. Sin embargo, las personas que se pueden comunicar en dos o más idiomas siguen conservando el aura de los antiguos trujimanes. El conocimiento somero de otras lenguas es un mérito indiscutible para los más variados empleos. Surge, aquí, una cuestión intrigante. Es la experiencia de muchos españoles, que no acaban de ser fluidos en otro idioma, y, al tiempo, observan que muchos extranjeros aprenden el castellano en un santiamén. El contraste puede ser irritante. Habrá que reconocer la facilidad léxica de la lengua castellana, con, solo, cinco sonidos vocálicos. En inglés, por ejemplo, hay una veintena. En consecuencia, da la impresión de que, en castellano, “se escribe como se habla” sin muchas dudas. La demostración está en que, para nosotros, apenas existe la necesidad de “deletrear” la mayor parte de las voces.