Alternancia en lugar de alternativa


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JOSÉ Mª MARTÍNEZ DE HARO

ALGUNOS PROFESIONALES DE las Ciencias Políticas defienden que los sistemas políticos se sostienen por el de liderazgo. Otros entienden que las democracias representativas tienden a la burocratización de la política gobernada por gestores sin necesidad de liderazgo.

En el trascurso de cuarenta y cinco años de democracia España puede ser un ejemplo digno de atención al respecto. Desde antes de la proclamación formal de este sistema, con la aprobación de la Constitución de 1978, y antes con la Ley de Reforma Política de 1977, los partidos políticos “tradicionales” se dieron cita para conformar las características de la nueva democracia española. No hubo grandes diferencias sobre la necesidad de transitar hacia una democracia representativa y parlamentaria sustentada en la pluralidad política. Los grandes partidos predominantes en la II República continuaban como protagonistas de esta nueva etapa: el PSOE mantenía las siglas tradicionales, previa revisión ideológica renunciando al marxismo, y las derechas que habían colaborado con el franquismo pasaron las aguas purificadoras sin sobresalto alguno para coincidir con las otras derechas que habían discrepado o combatido al franquismo (democracia cristiana y monárquicos). Estos dos bloques ideológicos coincidieron en lo fundamental: la reforma en lugar de la ruptura, la elaboración de una Constitución con la participación de los principales partidos políticos que habían concurrido a las elecciones de 1977.

Desde el primer tramo de aquellas jornadas históricas dos personajes se elevaron al pedestal del liderazgo. Adolfo Suarez y Felipe González, ambos representaban las fuerzas políticas mayoritarias capaces de avanzar hacia una democracia plena. España conoció el liderazgo del primer presidente del Gobierno, un falangista reconvertido en sincero demócrata en tiempo récord. Asistí desde Presidencia del gobierno a la preparación de las jornadas de las primeras elecciones de 1977. La figura de Suarez emergió con impacto inaudito capaz de conectar con amplios sectores de la sociedad, de convencer sobre la necesidad de aunar esfuerzos y voluntades para avanzar en convivencia hacia la reconciliación plena de los españoles de una u otra ideología. La aceptación de otra España mejor y democrática tolerante y plural. Su voz se elevó por encima de ideologías y recelos centenarios. En 1977 fueron centenares de miles de obreros, campesinos, trabajadores de toda condición que votaron a un falangista cuya palabra cautivaba tal vez por una química especial, empatía personal o lo que fuera. Adolfo Suarez fue un líder en toda la amplitud de la palabra.

Tras unos años de incertidumbre y con otro gobierno de UCD, también fui testigo excepcional en la Presidencia del Gobierno de la convocatoria de las elecciones de 1982. Otro Presidente encabezaba las listas de aquel conglomerado de partidos e ideologías que fue UCD. La derrota del candidato no sorprendió ni a los más próximos. Calvo Sotelo, cuya inteligencia y capacidad fueron indiscutibles, gobernó como un ingeniero, como un intelectual, como un ilustrado, pero no pudo gobernar como un líder porque no lo era, y tal vez por su carácter no hubiera querido serlo. La mayoría absoluta del PSOE con Felipe González, fue capaz de hundir a UCD y acabar con la carrera política de sus principales dirigentes. Recuerdo los mítines de Felipe González, electrizaba con su voz suavizada con acento andaluz que lo acercaba a cualquier auditorio.

Dos ideologías gobernaron los primeros años de la transición, la derecha camuflada en UCD -una simple pegatina-, y la izquierda reconvertida a la socialdemocracia, el PSOE. Fueron los años más fructíferos que impulsaron el mayor desarrollo, prosperidad, avances sociales, políticos y económicos que ha conocido España en los dos últimos siglos. Ambos gobiernos se guiaron bajo el liderazgo indiscutible de Adolfo Suarez y de Felipe González, dos lideres naturales en momentos cruciales que resolvieron pacíficamente una incógnita sobre España, que habría de traer y asentar un sistema político capaz de sellar algo muy esperado y ansiado: la reconciliación nacional. Ése y no otro fue el principal logro de aquellos años de consenso, más allá de los progresos económicos.

Han trascurrido cuarenta y cinco años y hemos envejecido todos. Los de entonces podemos valorar los términos comparativos con estos últimos años. Al igual que entonces, los partidos de la izquierda y la derecha se han venido turnando en los gobiernos de España. El PSOE y el PP han gobernado sin interrupción, con luces y sombras, con resultados razonablemente aceptables en avances sociales, desarrollo económico y estabilidad institucional. Sin embargo, en los últimos años se percibe con evidencia una decadencia ininterrumpida en La política española. Los sucesivos gobiernos de José Mª Aznar, Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez han marcado distintas formas de gobierno y de políticas coyunturales para soluciones cortoplacistas. Ninguno de los presidentes nombrados fue capaz de articular, menos aún pactar una política de Estado que condujera la democracia hacia objetivos de amplio consenso. Ninguno mostró capacidad de liderazgo. Más bien han sido gestores políticos más o menos eficientes carentes de una amplia visión de España. Los profesionales de la Ciencias Políticas señalan a la partitocracia como responsable de esta deriva. También al perfil distante del político y a sus pocas cualidades para generar entusiasmo. Incluso apuntan rasgos de soberbia en algunos dirigentes que controlan los partidos políticos ensimismados en sus propios intereses y en acomodar la corte de aspirantes a un cargo público. Sería inacabable la lista de ausencias, errores y maniobras arteras contra la letra y el espíritu que hizo posible la transición.

La política española carece de liderazgo y está resultando poco eficiente en algunas respuestas que urgen y que son clave para nuevos avances. El desánimo cunde por la incapacidad de un proyecto sobre la Nación y el Estado que aglutine distintas ideologías. Tampoco los llamados “intelectuales” están en su mejor momento para perfilar una nueva etapa tan necesaria como urgente. El partido que gobierna en coalición está en los últimos estertores de unas políticas sectarias, corrosivas y disgregadoras que desfiguran a España y a los españoles. Según avanzan las encuestas mayoritarias, es posible que se produzca un cambio de gobierno en las elecciones de este fin de año. El presidente ha agotado todos los ases que guardaba en la faldriquera encaminados a su ensoberbecimiento y personal beneficio. No es un líder, es un aventurero despótico y ególatra. Deja tras de sí un partido destrozado y unos socios vociferantes e insatisfechos. Lo que pueda ocurrir en enero de 2024 no abre la esperanza. Lo mostrado hasta ahora no devela que el presidente del PP tenga las dotes de un líder político, proviene de la misma piscifactoría que el Sr. Rajoy. Ya se sabe en qué consisten aquellas cualidades galaico-medrosas: sestear en un sillón aplaudido por la Corte de los Milagros a la espera del turno establecido. Alternancia en lugar de alternativa.