El declive de las tertulias políticas


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AMANDO DE MIGUEL

La costumbre española de las tertulias se remite al siglo XVII. Adoptan ese nombre como un homenaje irónico a Tertuliano, uno de los primeros Padres de la Iglesia en la Roma del siglo II. La tradición lo consideró como un agudo polemista. Las tertulias del Siglo de Oro se organizaban en torno a las apasionadas discusiones sobre las obras dramáticas que, entonces, se representaban en los principales “corrales”.

Un antecedente más cercano de las tertulias políticas es el de las celebradas en la época de la Restauración (en sentido amplio, de 1876 a 1930) y la II República (1931-36). Tenían lugar en los cafés más afamados, sobre todo de Madrid. Reunían a correligionarios de gustos literarios y de opiniones políticas. Una muestra de esa tradición ha continuado hasta la fecha en dos cafés madrileños: el Gijón y el Comercial. Yo mismo, hace unos años, mantenía una tertulia en el Gijón.

Empero, el gran cambio reciente ha sido el traslado de las tertulias a los estudios de radio y a los platós de televisión. He participado en algunas de ellas y conozco bien el paño. Tal experiencia me permite concluir que el género, al generalizarse, ha experimentado una notoria pérdida de calidad y de interés. Los debates, propiamente, tales han derivado en una fórmula ritual de monólogos sucesivos. El resultado se acerca más a un género informativo que a una discusión espontánea.

No obstante, la queja razonada respecto a las nuevas tertulias de la radio o de la tele va por el lado de una notable pérdida de la expresividad del lenguaje. Son continuas las muletillas (ahora, se dicen “mantras”), que se repiten por unos y por otros tertulianos. Registro, solo, algunas.

Es una verdadera contaminación léxica la sustitución del verbo “oír” por el de “escuchar”, cuando se refiere a un programa o unas declaraciones en la radio, la tele o las redes sociales. Es claro que los dos verbos no deben ser intercambiables, como, tampoco, lo son “ver” y “mirar”.

Los tertulianos más distinguidos han logrado dar un nuevo significado al oscuro verbo “revertir”. Aunque raro, quiere decir “volver una cosa cambiante a su estado anterior”. Ahora, ha adoptado un nuevo sentido por mor de las tertulias y el lenguaje del “politiqués”. Parece significar “hacer que una cosa se sustituya por la contraria”. Puede que el nuevo sentido se halle relacionado con el arte de la prestidigitación, que tanto interesa a algunos políticos.

Una verdadera manía de los tertulianos hodiernos es la de pegarse a la expresión adverbial “más allá de”. Puede que sea un anglicismo, como hay tantos otros.

La influencia soterrada del inglés ubicuo lleva a que algunos tertulianos confundan los “requisitos” con los “requerimientos”. Los requisitos son las condiciones objetivas para un resultado. Los requerimientos equivalen a la exigencia de alguna acción o documento por parte de quien tiene la autoridad para pedir ese trámite. Así, pues, no son palabras afines.

Lo que más aburre de los monólogos sucesivos de las tertulias es el abuso del “muy importante”, que sustituye, perezosamente, a cualesquiera otros adjetivos.

Lo más irritante de las nuevas tertulias reside en la suprema habilidad de algunos participantes para cortar la palabra a otro tertuliano más educado. Es un premio a la nueva virtud de la contundencia, que no es más que una sutil manifestación violenta.