La carcoma y los peligros de la anobicracia


..

SAVONAROLA

El de Atenas alertaba sobre las amenazas que distintas fórmulas de gobierno suponían para la sociedad. No os cansaré recordándolas todas, queridos míos, , pero sí enumeraré algunas dellas; tal vez no sean las más alarmantes, mas sí andarán sobradas de letal eficacia. Tal lo acredita su supervivencia hasta aquestos días, ni tan dorados ni tan funestos cual los de antaño.

A uno de aquellos riesgos llamó plutocracia. Era el gobierno de los más pudientes, que lo ejercieron antes de las reformas emprendidas por Solón. El poder político estuvo en manos de los dueños de la mayor parte de las tierras, que dictaron normas como tornar en esclavos a los ciudadanos que no podían afrontar sus deudas.

Una forma muy común de esta manera de dirigir los destinos de un país desde la riqueza sería la ejercida por ciertos grupos financiando -por no decir que comprando- a ciertos partidos para esclavizarlos en su propio beneficio.

A otro, amadísimos míos, denominó con el nombre de cleptocracia. La literalidad significa ‘poder de los ladrones’. Con ese nombre se refiere el dominio basado en el robo de capital, institucionalizando la corrupción y sus derivados, como el nepotismo, es decir, colocar a los más afines en puestos estratégicos de la administración con el fin de quedar impunes.

En una cleptocracia, los mecanismos del Estado se dedican casi por completo a gravar los recursos y a la población del país por medio de impuestos que invariablemente se desvían hacia los dirigentes del sistema, quienes acaban amasando inmensas fortunas personales.

Un modo más de degeneración fue nombrado como oclocracia. Es la tiranía de la muchedumbre. En este caso, mis dilectos discípulos, los gobernantes buscan su legitimidad en el poder que le otorga una caterva de ciudadanos ignorantes con el derecho de elegir, pero sin la información ni preparación necesarias para poder hacerlo con solvencia.

Como ya avancé, mis queridos hermanos en Cristo, podría describiros más, empero sólo añadiré uno de mi invención, al que llamo ‘anobicracia’, es decir, el poder de la carcoma.

Sí, hijos míos, os hablo del que detenta esa especie de coleópteros que perfora las colañas, muebles y artesonados. Nadie los ve, aunque todos oyen el tenue murmullo que generan al crear las galerías con que dañan la madera que les alimenta desde que apenas son larvas hasta que salen a la luz tras destrozar todo el edificio, desde los cimientos hasta la cubierta. Sólo entonces, cuando todo es ruina, emprenden el vuelo hacia el exterior, donde apenas son capaces de sobrevivir no más de cuatro o cinco días.

Considero, hermanos, que es tal vez la más letal fórmula de corrupción del sistema que pueda existir. Y ha pervivido en el tiempo, desde el orto de los siglos, hasta nuestros días.

Como la carcoma, quienes se aprestan a usar este modelo tampoco se ven. Se oyen; se dicen. Se comentan. Para instalar a sus larvas en el interior del sistema, no dudan en comprar cuantos votos sean necesarios y, una vez dentro, su la única actividad que desarrollan consiste en nutrirse del órgano que administran.

Mastican incesantemente la mano que les da de comer y hasta el corazón devoran al abrigo de las instituciones que infectan en el nombre de todos ¡Condenados coleópteros! ¡Yo os maldigo!

Y, en diciéndoos aquesto, que se me ha venido a las mientes el caso de una familia que me recuerda –no sabéis cuánto- a la especie de xilófagos comemaderas de que os hablo.

No son los más ricos. No diré yo que roben, pero corromper, pardiez que pervierten el sentido más prístino del gobierno de lo común, que ha de ser la democracia.

Sí, pardiez. Sé que habéis adivinado la gracia que tan poca hace a quienes les sufren. No osaré a llamarles coleópteros, empero sí condenados. Porque lo fueron. A saber, Cristóbal Fernández Fernández –dicen que llegó creerse Dios- y su hermana María del Rosario Fernández Fernández de Amérigo resultaron reos, allá por 2005, por la compra de votos, un delito que horada los cimientos de la democracia.

Los hermanos Fernández fueron indultados, hermanos míos. Un aprendiz de coleóptero que pasó a la Historia como Zapatero, no por presidente, lo hizo. Sólo les puso una condición: No reincidirás. Y María del Rosario reincidió.

El primer edil de hogaño, el sobrino de quien dicen que llegó a creerse Dios e hijo de reincidente, ha sido sorprendido en una tesitura harto embarazosa. Una larva cualquiera, ha grabado a José Luis Amérigo, y no precisamente en el mármol del Partenón, reproches por no haberle compensado una supuesta compra de votos con el empleo prometido para toda la vida. “¡O comemos todos o me cargo la colaña!”

Porque estas cosas no se ven. Se dicen; se comentan. Pero no se escuchan hasta que alguien las graba, y eso sólo sucede por despecho o por negar a una de las carcomas su parte de la madera.

“¡Más madera, más madera!” Dicen que se oyó a una de las larvas antes de entrar en el edificio desde el que se rigen los destinos de todos. Los más próximos se relamían los hocicos con el banquete que esperaban compartir. Sin embargo, el gozo de alguno se vio en el pozo negro de la intemperie y la frustración.

Como la fiera aguzada, embiste, y el hijo de la hermana de aquel que dicen que llegó a creerse Dios, sigue devorando vigas mientras contempla el edifico podrido en que ha convertido el ayuntamiento, que siempre debió ser la reunión de todos. Mas cuidad, hermanos, que dentro de 2.500 años, vuestros descendientes continuarán hablando de los peligros de la democracia, y alguno recordará el riesgo al que la somete la anobicracia. El poder de la carcoma. Vale