Catástrofes demográficas


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AMANDO DE MIGUEL

De tanto en tanto, la vida de la tribu humana da unos saltos inesperados. Son, por ejemplo, las grandes olas migratorias, las invasiones de otros territorios, las catástrofes demográficas. Estas últimas son periodos de mortalidad extraordinaria, debida a guerras, pestes y demás inclemencias. Por lo general, asociamos tales desastres a un pasado lejano; por ejemplo, la “peste negra” en Europa hacia 1350. Se dice que, en dos o tres años, la población europea perdió un tercio de sus habitantes, aunque, lógicamente, no fueran muy precisos los datos.

Aunque, pueda parecer extraño, las catástrofes demográficas han seguido con nosotros en tiempos cercanos. La pandemia de gripe de 1918, en pocos meses, acabó con la vida de más de 30 millones de personas en el mundo. Coincidió con el último año de la Gran Guerra (la I Guerra Mundial), lo que provocó la muerte de cientos de miles, puede que millones, de combatientes. Solo que los Gobiernos beligerantes decidieron censurar el hecho. Muchos años después, se han ido produciendo películas sobre el conflicto, pero, ninguna de ellas da cuenta de la pandemia. En 1918, fue el “arma” indirecta más terrible para los dos bandos en lucha. Dado que, España se mantuvo neutral, no ejerció la censura, por lo que la epidemia pasó a llamarse “española”. La etiqueta se extendió a todo el mundo. El Rey Alfonso XIII contrajo la “extraña enfermedad”, y la noticia circuló por muchos países. En cuestión de pocos meses, fallecieron unos 300.000 españoles, sobre todo jóvenes. Esa misma incidencia juvenil de la enfermedad se produjo en los combatientes de la Gran Guerra. Ahí, reside el origen de la famosa expresión de uno de los sobrevivientes, Ernesto Hemingway: “la generación perdida”.

Los 300.000 fallecidos españoles por la gripe de 1918 equivalen, más o menos, a las bajas de la Guerra Civil (civiles y militares) de 1936, a lo largo de tres años. Es una estadística estremecedora, aunque, muy alejada del tópico del “millón de muertos” de la propaganda y la literatura en ambos bandos. Por unidad de tiempo, la gripe de 1918 fue más mortífera que la Guerra Civil.

Llegamos al último desastre demográfico: la pandemia del virus chino de 2020-21. En todo el mundo ha ocasionado la muerte de varios millones de personas; en España, unas 140.000, aunque seguimos con una gran imprecisión estadística. Es decir, ha habido menos letalidad que en la anterior pandemia de 1918. En la situación actual, ha afectado, especialmente, a la población mayor de 60 años.

Teóricamente, acabamos de superar el grueso de la pandemia del virus chino, lo que debería proporcionar una sensación de alivio. Mas, no es así del todo. Primero, porque esta es la fecha en la que no está clara la etiología y consecuencias de la enfermedad. Segundo, ni siquiera estamos seguros del poder salutífero de las vacunas. Las cuales ni siquiera se han probado con la suficiente parsimonia científica. Tercero, lo lógico sería que, después de pasado el cenit de la curva de contagios, la población sobreviviente demostrara una gran vitalidad. No ha sido así. Esta es la general sorpresa de la clase médica y de la población general. En España y en otros países, después de la ola epidémica, la cifra de fallecimientos supera la línea de tendencia, registrada antes de 2020. Es un dato intrigante para el que no se ha encontrado una explicación satisfactoria. Caben varios razonamientos. (1) Puede ser que el virus haya seguido mutando y no se ha extinguido. (2) Cabe que se hayan presentado secuelas de la enfermedad. (3) Es posible, incluso, que asistamos a rebrote de una nueva epidemia. En los tres supuestos, la conclusión resulta inquietante. En plena “era científica”, es notable nuestra ignorancia sobre esta patología.

De todas formas, habrá que esperar a las estadísticas de 2023 para certificar que nos encontramos ante una radical novedad demográfica. De momento, los primeros datos no son nada tranquilizadores. Más que otra cosa, asombra el grado de desconocimiento que, todavía, tenemos de ciertos hechos colectivos.

Los que hemos tenido que pasar por un largo confinamiento, por el temor al contagio del virus chino, nos queda la angustia de una posible recaída. Aún, es mayor en el caso de los viejos, los supérstites de la dolencia, que asaz enigmática sigue siendo. Por algo se originó en China.