Catarata de mentiras


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Hay que reconocer que nuestro presidente del Gobierno es un ser especial y fascinante. Debería donar su cráneo a la medicina, porque, aunque todos los políticos mienten, lo suyo es solo comparable al Proteo de la Odisea, ese dios del mar que, aunque podía predecir el futuro, no tenía ninguna gana de decir la verdad, y solo lo hacía si era capturado, y antes de contestar cambiaba elusivamente de forma: de león se convertía en geranio, leopardo,cerdo,árbol,agua…

En España no hay nadie, ni siquiera Cuca Gamarra, que sea capaz de capturarlo como Ulises, y obligarlo así a decir una verdad. Los periodistas de corte que lo entrevistan cuando a él le interesa, tampoco tienen ninguna gana de comprometer su futuro y prefieren prosternarse ante este nuevo dios del mar, que les cubre de oro.

La estrategia de Sánchez no por simple resulta más eficaz: sus mentiras solo duran hasta el siguiente parpadeo, en que son sustituidas por una nueva mentira. Nadie puede sostener tantas naranjas en sus manos al mismo tiempo y no cabe sino pasar mansamente a la última trola, cuyo contenido se olvida con la siguiente. Cualquier disparate se nos vende como una exigencia europea. Nos tranquiliza con esa fórmula similar a la que Faemino y Cansado inventaron para zanjar cualquier discusión: “Qué va,que va, yo leo a Kierkegaard”… “Ah bueno, entonces pase usted”…

Poca gente merece tanto el epitafio apócrifo atribuido al cardenal Richelieu: “Hizo cosas buenas y malas// las malas las hizo bien// las buenas las hizo mal”·

Desde el principio perdió la vergüenza de mentir, vendiendo su alma y a nosotros, a cambio de su ridículo poder: todo es bueno para el convento ...y llevaba un Puigdemont al hombro.

Su escenografía pública es la de un moderno Jesucristo , rodeado de unos jóvenes mesmerizados que asienten sin rubor a sus prédicas, como si estuviese a punto de ir al Huerto de los Olivos para ser crucificado por los sayones, un poco bobos, del P.P.

Al modificar un delito extremadamente grave y reducir ridículamente la pena, para que los protagonistas de la sedición en Cataluña no solo puedan recuperar la libertad con el indulto, que ya tienen, sino también resucitar a sus autores de la muerte civil que supone la inhabilitación para cargo público y de la que no fueron indultados. Esa y no la cárcel es la pena que les duele.

Hay que recordar a propósito de esto la figura de Tejero y su golpe de estado, que no era del siglo XIX, sino muy reciente. Por ese golpe incruento- como en Cataluña, nadie murió - le cayeron unos merecidos 30 años.

A partir de ahora, Ortega Smith o Macarena Olona, que es más brava , podrían aprovechar la levedad de la nueva pena para permitirse una derogada sedición y darse el gusto de promover algo parecido, sin que al proteico Sánchez le de tiempo a endurecer otra vez la pena.

Aunque este hombre admirable es capaz incluso de eso, con el consenso asertivo de los militantes que decoran sus intervenciones. Y que dan un poco de pena.