Ordeñando a los ricos


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

El capitalismo es como una bicicleta: un artefacto esencialmente inestable que exige, para evitar nuestra caída más o menos violenta, de un constante pedaleo.

En la constancia y la cadencia del pedaleo, y sobre todo, en el necesario equilibrio que lo sostiene de puro milagro, reside su utilidad. La alternativa a la bicicleta capitalista consiste hasta la fecha en caminar penosamente por caminos abruptos, o reptar más penosamente todavía.

Esa evidencia incontrovertible ha sido, y sigue siendo impugnada por la izquierda y por la doctrina social de la Iglesia, navegando similares paradojas, y que se obstinan en sustituir argumentos razonables y obviedades de perogrullo por la emoción de la religión y la fantasía de las palabras, por más fracasada y sanguinolenta que haya sido la aplicación de cualquier modelo alternativo ensayado en el siglo XX. Es la base no de su filosofía moral sino un poderoso instrumento de poder.

Los judíos ya no son los responsables de nuestra pobreza, sino que han sido sustituidos, lo vemos cada vez con más violencia dialéctica por “los ricos”, “la banca”, los Fondos Buitres” sea eso lo que fuere. El infierno como diría Sartre, son siempre “los otros”.

Una cuestión habría que esclarecer con carácter previo es precisamente un concepto de que son esos “los ricos”, Porque “ el rico”, como “el buen padre de familia” o “el ordenado comerciante” del Código Civil son conceptos jurídicos indeterminados.

¿Es “rico”, como dicen los chinos, “el que tiene bastante”?

La riqueza, cualquiera que sea la medida que se establezca siempre exigiría la piedra de toque de la pobreza. Para los profetas de la ingeniería social, basta con eliminar a los ricos, haciendo quebrar sus empresas, esas fuentes de las que mana la sucia riqueza, esquilmándoles directamente con tributos nuevos y cada vez más exigentes y, en último extremo, como se ha hecho en varias fases del socialismo científico, suprimiéndolos físicamente.

El resultado sería una especie de panteísmo filosófico: como todos ya somos pobres… pues no hay pobreza. La igualdad se ha consagrado. Una lógica admirable.

Al gobierno actual, como son izquierdistas de opereta y publicanos sin escrúpulos, la fórmula extremista de la solución final todavía le parece excesiva, pero lo que se oculta detrás de sus declaraciones es un injdisimulado desea de que nadie sea rico y ofenda a los pobrecillos y los humillados con la impúdica exhibición de lo que ellos no tienen.

No se conforma con pensar que bastante desgracia tienen los pobres ricos, incapaces de entrar en el Reino de los Cielos, ni de poder llevarse su riqueza al otro mundo (aunque si a esos sitios donde los ricos son aceptados como, al menos, un mal necesario).

El impuesto sobre el patrimonio es uno de estos muchos ejemplos de sistema tributario ineficaz y redundante de doble imposición: hay que pagar por lo que ya se pagó, para ser absuelto del odioso pecado de la riqueza. El marxismo y el cristianismo papal y peronista están de acuerdo en ello.

Yo quizá también lo estaría, si estuviésemos sometidos a una socialdemocracia luterana, en la que el que roba y miente, tampoco va a ninguna clase de cielo, y no goza del perdón católico ni del perdón laico del indulto. No es es4e el caso, como nos demuestra la sucesión de trapisondas y malversaciones sin fin que los políticos españoles (obsérvese que no distingo entre izquierdistas y conservadores) hacen con el dinero que antes nos han extraído con mil y un procedimientos.

Y si solo fuera eso podríamos llorar por un ojo, pero como el Estado del Bienestar, carnívoro y caciquil, ya no le basta una sola libra de nuestra carne, engorda su deuda con un déficit monstruoso para que la paguen, si pueden, compatriotas que todavía no han nacido.

El rico no es el monstruo al que apalear por serlo u ordeñar periódicamente hasta dejarlo exangüe: es alguien que probablemente ha obtenido su riqueza dentro de la legalidad en la que ha vivido – o no-, y si nadie es capaz de enriquecerse, pues eso, todos seremos funcionarios pobres de un Estado Leviatán que a cambio de una sopa de asilo, exige nuestra sumisión incondicional.

Parece que eso fuera nuestro objetivo como sociedad.