Las aguas que sanaban a los cuevanos: El establecimiento balneario de Los Cocones

A principios del siglo XX se vivió en España la época dorada de los baños públicos medicinales. Eran lugares de descanso y esparcimiento asociados a la salud. Cuevas del Almanzora contó con el suyo



ENRIQUE FERNÁNDEZ BOLEA* / ALMERÍA HOY / 02·10·2022

Hasta estos establecimientos acudían las élites, atildados nobles, burgueses distinguidos, comerciantes enriquecidos, artistas de éxito, espadones, políticos de variado pelaje y, en definitiva, todo aquel con posibles que se considerase alguien o pretendiese serlo en ese teatro de vanidades, apariencias y poses en que estos privilegiados habían convertido su exclusivo mundo. De sus manantiales brotaban aguas saludables, cuasi milagrosas, que reparaban cualquier achaque, que aminoraban el quebranto de enfermedades intratables por otros medios y procesos; pero aquellos centros, en ocasiones auténticos alojamientos de gran lujo, eran aprovechados por tan significados pacientes para negociar, influir, ambicionar y hasta conspirar.

No se asemejó el establecimiento de Los Cocones, a escasa distancia del núcleo urbano de Cuevas, a tan distinguidos locales, ni muchos menos. Era notablemente más modesto, frecuentado por quien pudiese asumir los módicos precios que rigieron mientras los baños estuvieron abiertos, de ahí que por sus bañeras pasaran sujetos adinerados y otros de economía más humilde, más con intención de sanar los males que los aquejaban que de entregarse a cualquier devaneo social, y es que las instalaciones ni reunían lujos ni ofrecían espacios y condiciones para tales frivolidades.

Las aguas de la fuente de los Arrendados o de los Cocones de Balazote, que manaban desde tiempo inmemorial en los montes situados a unos tres kilómetros al norte de la localidad y formaban un modesto arroyo que moría en el río Almanzora, se las venían aplicando los habitantes de la comarca con el fin de aliviar numerosas dolencias, sobre todo las relacionadas con la piel y “las que son emanadas por la pobreza y vicios de la sangre”. De toda la vida se habían visto aproximarse hasta aquella rambla numerosos enfermos que, desesperados por el escaso efecto de la medicina tradicional sobre sus crónicos males, realizaban unas cuantas inmersiones en la poza que se formaba en el punto en que aquellas aforaban y, a veces, experimentaban mejorías notables, sanando por completo en no pocas ocasiones.

Ante tales efectos, desde mediados del siglo XIX, los propietarios de tan benéfico surgente abrigaron el pensamiento de levantar allí un establecimiento balneario, pero estos buenos propósitos cayeron en el olvido y se conformaron con construir “un miserable cobertizo donde se instalaron algunas pilas de mampostería que dejaban mucho que desear, por no reunir las condiciones que la higiene aconseja”. Y a pesar de todas estas deficiencias, una legión de enfermos se desplazaba hasta aquel sitio todos los años en busca de las saludables aguas que a menudo obraban el milagro de la sanación.

Así las cosas, en los comienzos de 1902 se produce un cambio de propiedad de aquellos terrenos. El nuevo dueño acometió de inmediato trabajos en el nacimiento para aumentar su caudal y, de igual modo, inició las obras de un nuevo edificio que reuniese “todas las condiciones que la ciencia moderna aconseja para este tipo de establecimientos”. Tampoco se olvidó de analizar una muestra que dio como resultado su calificación como aguas clorosódicas, bastante ferruginosas y algo bicarbonatadas; su sabor era algo acre y salado y, por la importante proporción de magnesio que contenían, las estimaron “algo purgantes”. Además de considerarlas idóneas para el tratamiento de afecciones cutáneas, se desvelaron igualmente aconsejables para pacientes de dispepsia, afectados por obstrucciones intestinales, o en aquellos casos de parálisis, artritis y reuma, anemia, raquitismo, histerismo y “ciertas manifestaciones neuropáticas”.

Nada más concluirse la construcción del edificio, la empresa propagó hojas publicitarias en las que oreaba las ventajas del flamante servicio: “Este establecimiento, que acaba de ser reformado con arreglo a los progresos de la higiene y la estética, por la elevada y hermosa situación que ocupa y por hallarse a kilómetro y medio próximamente de esta población, puede decirse que es un lugar encantador y salutífero como no existe otro alguno en esta provincia”. Y es que las “aguas minero-medicinales naturales del paraje denominado de Los Cocones” poseían otra cualidad que les otorgaba un poder tonificador, pues manaban a distintas temperaturas termales.

En el entorno del edificio principal, dividido en dependencias individuales donde se ubicaban las bañeras, también se habilitaron varias casas que se alquilaban a los clientes que quisiesen prolongar sus baños durante varios días. El empresario acometió el acondicionamiento del camino que conducía desde Cuevas con el fin de garantizar a los pacientes un traslado más cómodo y rápido hasta las instalaciones. Se estableció un servicio de carruajes que partían tres veces al día (5 de la mañana y 2 y 4 de la tarde) desde Barrio Bravo a 50 céntimos el billete de ida y vuelta. Para las familias que deseasen desplazarse hasta Los Cocones en un mismo carruaje se les facilitaba éste siempre que lo avisasen con una cierta antelación.

En cuanto a las tarifas, la dirección estableció dos tipos de baños: calientes y naturales, siendo más caros los primeros que los segundos. El precio difería de igual modo si éstos se tomaban en bañeras de mármol o de cemento, y resultaban más económicos si se adquiría un bono para nueve baños que se denominaba “novenario”.

Baños calientes:

Pilas de mármol

Un baño…………… 1,25 ptas.
Un novenario……… 9 ptas.

Pilas de cemento 1ª

Un baño…………… 0,75 ptas.
Un novenario……… 5,50 ptas.

Baños naturales:

Pilas de mármol

Un baño…………….1 ptas
Un novenario……… 6,25 ptas.

Pilas de cemento 1ª

Un baño…………… 0,50 ptas.
Un novenario……… 3,50 ptas.

Pilas de cemento 2ª

Un baño……………. 0,25 ptas.

Nuestro particular y modesto balneario se mantuvo en servicio por lo menos hasta la década de 1920, sin que sepamos por ahora en qué fecha precisa cerró sus puertas. Durante su existencia convivió con otro establecimiento que aprovechaba las densas aguas, repletas de minerales pesados, que se extraían de las entrañas de Sierra Almagrera mediante la actividad del desagüe de El Arteal; sus propiedades se demostraron adecuadas para el tratamiento efectivo de ciertas enfermedades cutáneas y reumatoides, lo que atraía hasta sus inmediaciones a innumerables afectados con la esperanza de ver sanadas o atenuadas sus dolencias. Pero esto es ya materia de una próxima y más detallada entrega.

*Enrique Fernández Bolea es cronista oficial de la ciudad de Cuevas del Almanzora.