Los pollitos y su triste 'Newcastle'


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PASEO ABAJO/ Juan Torrijos

La foto de esos pollitos nos recuerda a nuestra niñez en la Plaza Galeno de la Almedina. ¡Qué tiempos! En casa nos encantaba tener a algunos corriendo por los pasillos. Eran pequeños, tan bonitos con ese color amarillo brillante y parecían danzar sobre sus pequeñas patitas. Nunca supe lo que al final ocurría con ellos. No los veíamos crecer durante mucho tiempo. Un día aparecían por casas en las bolsas de nuestra madre, y al cabo de algunas semanas desaparecían. Madre nunca nos dijo lo que les ocurría. Supongo que les llegaría su nuevo castillo. Y nosotros, los críos, abiertos a todo lo nuevo que nos llegaba, cogíamos cualquier otro entretenimiento que apareciera por casa.

¿Se acuerdan de los gusanos de seda?

Debe ser duro para cualquier ser humano tomar la decisión de hacer desaparecer miles de esos pollitos de una tacada. Mandar a la muerte a esas miles de cositas pequeñas y amarillas a las que no les ha llegado su hora, que dicen pio-pio y se mantienen sobre sus pequeñas patitas, no debe ser fácil para nadie. Son tan mininos, no le han hecho mal a nadie, solo quieren jugar, cantar y vivir, pero así de injusta es la vida.

No estoy en el papel de Carmen Crespo, lo siento por ella, pero si uno mira la foto de esos miles de pollitos juntos, con caritas de no haber roto un plato, con la esperanza de poder disfrutar de algunos meses de vida, entiendo que se levante dentro de mí aquel cariño de niño por estos pequeños pio-pio que van a ver su vida truncada por culpa de una enfermedad, la “Newcastel”, como supongo le ocurrió a doña Carmen Crespo en el momento en el que tuvo que firmar la orden de desaparición de aquellas cositas tan pequeñas y tan bonitas.

Tiene gracia que a esta enfermedad le pusieran el pomposo nombre de “Nuevo Castillo”, su traducción al español. Menudo castillo al que mandamos a estos pequeños y amarillos piolindos, a los que no ha sabido la ciencia buscar un remedio para salvar sus pequeñas vidas. Tiene que ser tremendo el silencio que se debe quedar tras callar ese pio-pio que lanzan a los aires miles y miles de pollitos que no saben lo que les espera, que están apretados los unos a los otros, quizás demasiado en sus jaulas, intentando jugar con sus amigos al pilla- pilla.

En Huércal Overa están preocupados. Más de cuarenta mil pequeños “piolindos”, se decía la semana pasada, tendrían que ser sacrificados, pero no estaba cerrada la operación llevada a cabo por la sanidad aviar y a la espera se está de que otras granjas en la zona y otros pollitos tuvieran su “nuevo castillo” esperándoles. No le pregunté a mi madre qué pasaba con aquellos pio-pio de nuestra infancia, y ahora lo siento. Ya están pensando mal. No se hicieron grandes como para acabar en pepitoria, estén tranquilos.