Palabras menores


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AMANDO DE MIGUEL

Es sabido que las modas operan en el lenguaje, lo mismo que los gustos de la comida y la bebida o la indumentaria. Por cierto, una versión del modo de vestirse es “las vestiduras”, palabra que, solo, se reserva para la improbable acción de “rasgarse las vestiduras”, o sea, escandalizarse por algo. Naturalmente, es, solo, cuestión de palabras.

Una expresión establecida es la de “los países de nuestro entorno”, presumiblemente, los que rodean geográficamente, a España. Aunque, pueda parecer absurdo, los tales países son, también, Portugal, Marruecos y Argelia, que cierran el “entorno” por el Sur y el Oeste. Sin embargo, la frase hecha alude a las naciones de la Europa central. Lo que sí se prueba es la noción de “la isla ibérica”, constituida por España y Portugal. Al menos, es, así, en la dimensión de la energía. La prueba negativa es el proyecto de sendos cables submarinos desde Argelia a Italia (para el gas natural) o desde Marruecos al Reino Unido (para la electricidad fotovoltaica). Ambos conductos rodean a la Península Ibérica, convertida, así, en una “isla de piedra”, según la magnífica metáfora de Saramago. Por cierto, habrá que anotar dos nuevas acciones por parte del Gobierno español: topar y destopar para controlar o liberar el precio de un artículo escaso, como es el gas natural.

Las modas léxicas proceden de otros países, como, antes, los vestidos (femeninos) o los trajes (masculinos) venidos de París. Ahora, el centro de irradiación son los Estados Unidos de América. Así, tenemos la nueva acepción del verbo comprar en la conversación cotidiana. Equivale a aceptar o estar de acuerdo con la proposición sugerida por el interlocutor. Es un verbo muy conveniente, ante la resistencia de los españoles a conceder que se sienten acordes con las ideas de los otros.

Una muestra del progresismo dominante (también, de importación estadounidense, como la salsa de arándanos o la coca-cola) es el nuevo valor de “la perspectiva de género”. Consiste en destacar el carácter femenino de muchas realidades, incluidas las Matemáticas. En cambio, no se subraya que, en castellano, predominan las voces sustantivas del género femenino; por ejemplo, los nombres de las ciencias o disciplinas académicas, asociadas a las musas correspondientes.

No, siempre, se puede importar algo valioso. En castellano (y no en inglés, por ejemplo) cabe distinguir entre educación (la que realiza el individuo al estudiar o leer) de la enseñanza (los medios, públicos o privados, establecidos para que la gente se eduque). Es algo parecido a otra dualidad (que, tampoco, existe e inglés): salud y sanidad. Esta última se refiere a los medios para que la población prevenga o cure las enfermedades. Obsérvese, de paso, que las cuatro palabras señaladas son del género femenino.

El sufijo arra, procedente del vascuence, da idea de un gentilicio. Por ejemplo, donostiarra para la persona nacida en San Sebastián. (En vasco, un santo se dice don). Pues bien, de forma sutil, el neologismo etarra se aplica a los terroristas vascos de la ETA (acrónimo para “País Vasco y Libertad”). De esa forma, se les concede un plus de legitimidad. Lo cierto es que los etarras que salen de la cárcel suelen recibir homenajes oficiales (ongi etorri, o sea, “bienvenidos”), un acto que sería improcedente en cualquiera otra circunstancia delictiva.

En este mundo mercantilizado, se descubren nuevos negocios. Es el caso de “el día mundial” de tal cosa u otra, dispuesto a ser celebrada en todos los países. O también, la asignación de “patrimonio de la humanidad”, conferida a ciertos monumentos, paisajes o fiestas. Me gustaría saber cómo se financian tales distinciones y quién las administra. Es un secreto. Se supone que debe de haber algún registro internacional de exclusividad para tales privilegios. En este caso, procede la pregunta favorita de Josep Pla: “Esto ¿quién lo paga?”.