Los lapsos y relapsos de la lengua


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AMANDO DE MIGUEL

“Quien tiene boca, se equivoca”, dice la sabiduría popular. Es lógico, por tanto, que, al hablar o al escribir, cometamos errores, desvíos, disparates. Si ir más lejos, mi amigo Santiago Trancón, como buen profesor, me señala el desliz de haber escrito yo “no entiendo ni la misa la media”. La expresión es un tanto rebuscada, pero, seguramente, proviene de los tiempos en que la misa era en latín y el cura daba la espalda a la feligresía. Lo que pasa es que la frase correcta es “no entender de la misa la media”. Procuraré que no se repita la pifia.

En los tiempos que corren (o vuelan), la evolución del idioma se atiene mucho a lo que podríamos llamar el “discurso público”. Es el castellano que asoma en los medios de comunicación, el que declaman periodistas, políticos, celebridades, etc. A ese género lo he llamado politiqués. El cual impone sus modas, muletillas y lugares comunes, valiéndose del prestigio acumulado de los que emiten tales palabras y locuciones. Por ejemplo, está la usanza de convertir algunos sustantivos en una especie de abstractos, lo que provoca un punto de distinción. Es el caso de legalidad en lugar de ley, gobernabilidad en vez de gobierno, nacionalidad como sustituto de nación, racionalidad, que parece algo más que la razón.

A veces, el politiqués más encumbrado se atreve a lanzar neologismos, que llegan a esconder barbaridades léxicas. Cito un par de ejemplos recientes. La disciplinada portavoz del Gobierno nos dejó boquiabiertos cuando dejó caer lo de impurio, que nadie supo adivinar lo que quería decir. El flamante presidente del PP se refirió a la autoinmolación, no sé si del partido o de alguno de sus dirigentes. Puesto que inmolarse es ofrecer la vida de uno en aras de un bien mayor, la partícula auto queda un tanto relamida. Sería el caso del autosuicidio. Así mismo, el señor Feijóo parece ignorar la diferencia entre “deber ser” (moral) “deber de ser” (probabilidad). No le salva que sea una incorrección frecuente en el elenco de los hombres públicos.

Hay modas léxicas más livianas. Por ejemplo, el verbo arrancar, aplicado al comienzo de cualquier evento con mucho público (ferias, congresos, conciertos, espectáculos deportivos, etc.). Más grave es otra sustitución, la del verbo suponer (implicar, llevar consigo, considerar, equivaler) por conllevar. Da una impresión más culta, entre filosófica y profesoral. Aunque, la cita repetida de Ortega y Gasset es que “con lo de Cataluña, lo único que se puede hacer es conllevarlo”, es decir, soportarlo con resignación. Ya, no se utiliza en ese sentido más profundo.

No nos vendría mal recobrar el buen juicio del castellano clásico, un modo de hablar mesurado. Los italianos cultos, como mi amigo Massimo Turbini-Bonaca, se acogen a la frase recogida en Los novios de Manzini. Se dirige al cochero, y la repiten como va en el texto original, en castellano: “Adelante, Pedro, con juicio”. Se la podríamos aplicar a nuestro amado Presidente del Gobierno, que, si bien se mira, adopta ademanes de conducir un coche de caballos por las callejuelas empedradas.

Uno de los rasgos de la milenaria lengua castellana es la facilidad del superlativo, muy indicado para nuestra manera de hablar enfática y campanuda. Recuerdo, solo, el por supuestísimo del habla cotidiana.