Quisicosas de la lengua castellana


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AMANDO DE MIGUEL

Son menudas y difíciles de explicar; pero, resultan entretenidas, pensadas para las personas inquietas y curiosas por esta misteriosa cuestión del habla. Lo divertido es, también, contrastar una lengua con otra. Hay miles en el mundo; son tantas para que cada grupo parlante se diferencie de los demás. La vida humana consiste, muy principalmente, en distinguirse.

Me dirijo a las personas aficionadas a leer. Precisamente, el problema inicial es que disponemos de mucho más material impreso del que somos capaces de digerir, especialmente, en este elenco privilegiado de los lectores impenitentes. Como miembro veterano de tan ilustre cofradía, he ido acumulando una serie de ardides o trucos de lectura rápida; los practico de cutio en mi biblioteca doméstica. La regla de oro es que, con la excepción de las novelas policiacas o similares, el autor acostumbra a manifestar sus ideas en las primeras páginas del texto. Dentro de cada capítulo, lo más mollar suele estar en las dos o tres primeras frases de cada párrafo. Las frases interrogativas dicen poco; no vale la pena detener la vista en ellas. Tampoco, hay que hacer mucho caso a las frases entre guiones o entre paréntesis, cuando contienen más de una línea. Provisto de estas elementales reglas prácticas, el lector de un libro podrá obtener, en poco tiempo, la sustancia de este.

Recordaré una vez más, la influencia del inglés ubicuo para entender bien los escritos en castellano. Por ejemplo, en inglés, un billion equivale a mil millones; en castellano, un billón quiere decir un millón de millones, esto es, mil veces más. Los traductores del inglés no, siempre, tienen en cuenta esa distinta significación.

Es sabido que, en inglés, funciona menos el artículo para hablar de las cosas, de los nombres comunes. Por ejemplo, se habla de internet sin artículo, cosa que, en castellano, resulta molesta. Lo que pasa es que los hispanoparlantes no nos hemos puesto de acuerdo en el género que debe llevar tal neologismo, ya, universal. Para mi gusto, resulta mejor “la internet”, puesto que se trata de una red o malla.

En este, como en otros aspectos de la realidad, no es fácil aceptar el criterio de la experiencia. Por ejemplo, en España, casi todo el mundo dice o escribe “ETA”, sin artículo, para designar a la camada terrorista vasca. Recuérdese que, en vascuence, no hay artículos. Por cierto, lo de “etarras”, para designar a los terroristas vascos, no me satisface. En vasco, el sufijo “arra” sirve para designar gentilicios. En ese caso, proporciona a los terroristas vascos un plus de inmerecida legitimidad simbólica. Considero que a la hueste terrorista vasca le va mejor el artículo femenino: “la ETA”. En castellano, las siglas pueden llevar artículo, como “la RENFE, la OMS, la ONU, el PESOE”, etc. Me gustan los nombres de unos pocos países, a los que se les puede anteponer al género: “el Perú, la China, la India, la Argentina, los Estados Unidos”, etc.

Hay que tener mucho cuidado con la polisemia o la ambivalencia de algunas palabras. Por ejemplo, la voz “generación” puede significar el conjunto de individuos pertenecientes al mismo o parecido estrato de edad. Asimismo, indica el lapso que separa, de forma aproximada, la edad de los padres y la de los hijos (unos 30 años). Carece de sentido la conocida y arbitraria idea de Ortega y Gasset sobre la generación como un espacio de 15 años.

El adverbio “entonces” se utiliza como una unidad temporal difusa, algo así como “en aquel tiempo o momento”. Pero, ahora, es muy corriente el uso coloquial que lo hace equivaler a “por tanto, en consecuencia”, etc.

En el lenguaje público, una expresión de moda, referida a una ley o una propuesta política, es decir que “tiene poco recorrido”. Indica, despectivamente, que es poco viable, carece de futuro, es muy endeble.

Tendría que detenerme en el arduo asunto de las normas de puntuación. Casi ningún escritor las sigue, aunque yo las considero muy convenientes. La razón es que, hoy, nos vemos obligados a trasegar una gran cantidad de escritos. Por tanto, algo habrá que hacer para aliviar la lectura. Como escritor, yo sigo el criterio principal de que las frases, entre punto y punto, no deber sobrepasar las 30 palabras; o los párrafos, las 30 líneas. Me tiran para atrás esos libros alemanes de antes, en los que los párrafos pueden extenderse varias páginas.

Mención especial merece el punto y coma (;), que, lamentablemente, casi, ha desaparecido de los textos actuales. No obstante, resulta muy útil para señalar una pausa intermedia entre la coma y el punto. Posee la virtud de evitar la repetición del verbo en una enumeración de aspectos o razones o cuando se requiera añadir una precisión a la frase principal.

Por hoy, será suficiente. Otro día dedicaré más amplitud a las reglas de puntuación; ya digo, las que, tan malamente, se cumplen.