Hitler, el hombre que estremeció al mundo (1)


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ADOLFO PÉREZ

Entiendo que escribir un artículo biográfico sobre Adolf Hitler es complejo dados los terribles hechos de los que fue autor ideológico y político como dueño de Alemania. Directo responsable de la Segunda Guerra Mundial, que tantos sufrimientos ocasionó en buena parte de la población mundial, y que dentro de la misma se produjo la tragedia del holocausto de millones de judíos y otros grupos étnicos, sacrificados en las cámaras de gas de los numerosos campos de exterminio. No me cabe duda que la figura histórica de Hitler representa el mal en estado puro. Pero claro, escribir sobre Adolf Hitler significa hacerlo como persona con sus defectos y virtudes, que alguna tendría, aunque es difícil desbrozar lo verdadero de lo falso dada la copiosa bibliografía existente al respecto. Cuesta imaginar que un personaje anodino, que a los veinticinco años se alistó como soldado raso para la Primera Guerra Mundial, pocos años después se adueñara de Alemania y fuera capaz de provocar el apocalipsis mundial.

Hitler nació el 20 de abril de 1889 en Braunau am Inn (Austria). Parte de su niñez la pasó en Linz, capital de la Alta Austria. La ciudad de Linz era su verdadera patria chica. Pertenecía a una familia acomodada de la clase media, hijo de Alois Hitler, inspector de aduanas, y Klara Pölzl, los cuales tuvieron seis hijos, pero sólo dos se hicieron mayores: Adolf y Paula. Su padre murió de un infarto en 1903 y su madre de un cáncer de mama en 1907, con 47 años. En Linz pasó los años decisivos de su formación. Sus estudios primarios fueron a plena satisfacción, pero no sucedió lo mismo en la escuela secundaria (realschule), cuyo rendimiento fue bastante mediocre debido a su poca aplicación. Los repetidos suspensos en diversas asignaturas dieron lugar a que en 1905 abandonara los estudios, cosa que él achacó a la grave afección pulmonar que padeció, según se justificó en su obra ‘Mein Kampf’ (Mi lucha).

Entre los dieciséis y los diecinueve años Hitler no hizo nada de particular. Se trasladó a Viena donde vivió con la herencia de sus padres. Dibujaba por afición y pretendió ser pintor titulado, pero fracasó dos veces en el intentó de ingresar en la Academia de Artes Plásticas. Así es que, sin necesidad de trabajar, vivió de la herencia y de la ayuda de una tía suya y más tarde de la venta de sus dibujos y acuarelas, que le costaba vender por su natural timidez. En Viena, sobre los años 1908 y 1909, tuvo su primer contacto con el mundo de la política y lo mismo con el antisemitismo a través de las teorías de un monje austriaco que hablaba de la supremacía de la raza aria en contraste con otros seres inferiores, simiescos, que era preciso diezmar para huir del mestizaje. Al parecer, Hitler se atiborró de panfletos racistas. Se quedó sin recursos económicos y se vio obligado a guarecerse en un albergue para indigentes, incluso llegó a pasar hambre.

Ya con veinticuatro años (1913) hizo caso omiso de las llamadas para cumplir el servicio militar y se marchó a Múnich, pero cuando las autoridades austriacas averiguaron su paradero lo obligaron a comparecer, pero a la vista de su débil estado físico fue declarado no apto. No obstante, cuando en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial se presentó voluntario al ejército bávaro y el 16 de agosto fue llamado al regimiento de infantería de reserva número 16. En la guerra demostró una valentía superior a lo normal, reconocida por sus compañeros, con acciones de valor en bastantes ocasiones, lo que le valió ser condecorado dos veces con la Cruz de Hierro, de 2ª clase una y otra de 1ª. Pensaba poco en mujeres y era muy celoso en el cumplimiento de sus deberes militares. Finalizada la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918), con la derrota alemana, los vencedores firmaron el Tratado de Versalles (28.06.1919) que reglamentaba el futuro de Alemania, obligada a ceder parte de su territorio a naciones fronterizas; se la desposeyó de sus colonias y su ejército quedó reducido de tamaño. Asimismo, se la obligó a reconocer la independencia de Austria. Tales estipulaciones del tratado causaron un gran estupor y mucha humillación en el pueblo alemán. Hitler vio desvanecerse la soñada grandeza de su patria adoptiva, así como la camaradería y otros alicientes de su vida militar. Aún permaneció en el ejército dos años siendo nombrado oficial de propaganda del Reichswehr, ejército regular, tiempo que empleó en impartir conferencias a los soldados sobre el nacionalismo y lucha contra el comunismo.

En 1919 comenzó sus contactos con el recién fundado Partido Obrero Alemán (DAP) y con su presidente, Anton Drexler, que lo afilió al partido, una aún pequeña formación política antiliberal, de ultraderecha y no pacifista, con rechazo al Tratado de Versalles, cuyos ideales de pangermanismo y antisemitismo eran los mismos que formaban parte del pensamiento de Hitler, entonces un desconocido. Una vez afiliado inició su actividad política dentro del partido al que a la sazón se le cambió el nombre por el de ‘Partido Obrero Nacional Socialista Alemán’ (NSDAP, siglas en alemán), que con el tiempo se conocería como el partido ‘nazi’, del que Hitler se convirtió en jefe de propaganda. El 31 de marzo de 1920, a punto de cumplir treinta y un años, abandonó el ejército para dedicarse por entero a la política. Dejó la profesión de ‘pintor artístico’ por la de escritor, más apropiada para un político. En 1921 alcanzó la presidencia del partido tras desbancar a Drexler, afianzando de este modo su posición, de modo que así se le abría el camino hacia el poder. A partir de entonces se autodenominó führer (líder, jefe), y en los carteles de los mítines se decía “nuestro führer Adolf Hitler”, dando comienzo al culto de la personalidad.

La labor de propaganda de Hitler atrajo al partido gran cantidad de gente de diversa condición, incluso se ganó el apoyo y simpatía de figuras destacadas de la sociedad alemana. En los años 1922 y 1923 se sumaron también dirigentes de la vida económica que dieron su apoyo al führer nazi. También algunas damas entradas en años de la buena sociedad le brindaron su afecto. Cabe decir, con toda justicia, que desde el comienzo las mujeres le allanaron el camino a Adolf Hitler con donaciones de joyas y según se dice con ‘algo’ más. En 1923 el partido contaba ya con 56.000 afiliados. Entre tanto, Hitler desplegó una actividad frenética. Ese mismo año, 1923, intentó un golpe de estado en Múnich, conocido como el putsch de Múnich, que fue un completo fracaso, lo que le costó una condena de cinco años de cárcel, que por la presión popular se quedó en once meses. En la cárcel escribió su obra ‘Mein Kampf’ (Mi lucha), libro parcialmente autobiográfico en el que Hitler desarrolló la ideología nazi; mecanografiado en la cárcel por Rudolf Hess, que luego sería su lugarteniente. Del libro se editó una gran tirada, que se convirtió en la biblia de los nazis, cuyos derechos de edición proporcionaron a Hitler pingües beneficios dinerarios.

En cuanto recuperó la libertad se afanó en revocar la prohibición del partido y ganar para su causa a los compañeros en desbandada, objetivos que logró con cierta facilidad. A partir de entonces comenzó su meteórica carrera ascendente. A pesar de su aversión al parlamentarismo combatió a sus adversarios en su propio terreno. Consiguió que su partido le diera plenos poderes para actuar, lo mismo que hizo cuando se convirtió en canciller de Alemania. La gente acudía a sus mítines seducida por Hitler, no por lo que decía sino por la forma de decirlo. Comenzaba sus discursos con vacilaciones mientras tanteaba al auditorio hasta que conectaba con los asistentes, sin que ya nada lo detuviera. En sus discursos Hitler creía en lo que decía y su desbordado entusiasmo lo transmitía a los oyentes. En los cinco años siguientes a 1925 los afiliados al partido pasaban de los cien mil. Varios eran lo signos externos más significativos del partido nazi: la esvástica o cruz gamada, que apareció en una jornada del partido celebrada en Salzburgo en 1920, cruz que ya existía. Durante la estancia de Hitler en prisión se eligió la camisa parda sin su intervención (1924). El saludo del brazo rígido en alto, a la romana, y el saludo verbal: ‘Heil Hitler’ (Salve a Hitler) comenzó a usarse a finales de los años treinta hasta su muerte en 1945.

Los años de 1924 a 1929 fueron de esperanza en los que el mundo empezaba a reconstruirse, pero en 1929 estalló la crisis económica mundial, con gran repercusión en Alemania, que produjo una gran recesión. Dicha crisis fue el aliado más importante de Hitler. En 1930 la República de Weimar estaba en estado agónico, con muchas cargas económicas, teniendo que hacer frente a los 290.000 millones de marcos – oro de reparación de guerra de la Primera Guerra Mundial impuesta por los vencedores, que fue un enorme jarro de agua fría para el pueblo alemán. Pero la crisis económica de 1929 y su reguero de paro, privaciones y descontento en las clases medias y bajas, permitieron al partido nazi un considerable desarrollo, de modo que en los comicios de 1930 consiguió seis millones de votos y 107 diputados. A partir de entonces el partido recibió ayudas de los magnates industriales y grandes grupos empresariales, los cuales pensaron que el anticomunismo y el antisindicalismo de los nazis sería el instrumento que evitaría la revolución obrera y apearía a los sindicatos de sus reivindicaciones laborales. En las elecciones de junio de 1932 el partido nazi obtuvo 14 millones de votos y 230 diputados, cuyo significado era que se abrían a Hitler las puertas del poder. El 22 de enero de 1933 Hitler negoció con el canciller Franz Von Papen la formación de Gobierno, que cristalizó en acuerdo una semana después. Un acuerdo al que se oponía el presidente de la República, Paul von Hindenburg, que no se fiaba de Hitler, pero convencido por Von Papen, su hombre de confianza, nombró canciller a Hitler.

La vertiente sentimental en la vida del führer la ocupó la muniquesa Eva Braun, que primero fue su pareja (como ahora se dice) y esposa un día antes de la muerte de ambos. Eva Braun, nacida en Múnich el 6 de febrero de 1912, dedicada a la fotografía, conoció a Hitler cuando tenía 17 años. Pasados dos años dio comienzo el idilio, que duró hasta el final de sus vidas. Enseguida que ambos se unieron Eva se integró en el círculo íntimo del führer por el que ella sentía una gran devoción. Vivió ajena a la política y su vínculo sentimental con Hitler era ignorado por la población. Cuando ya la guerra estaba perdida y el ejército soviético se aproximaba al bunker, el 29 de abril de 1945 se casaron y al día siguiente se suicidaron, ella con veneno y él con un tiro.

Bibliografía: Historiador alemán Helmut Heiber: Hitler. Grandes biografías. Salvat Editores, S. A. Profesor Gastón Castella: De Luis XIV a la Segunda Guerra Mundial. Historia Universal Ilustrada, E. Th. Rimli. Vergara Editorial.