El déficit público y el paraíso


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

LOS CRISTIANOS INVENTARON el viejo truco de diferir el premio y el castigo correspondientes a los sufrimientos de esta asendereada vida –“valle de lágrimas”- a un tiempo y un lugar del que nadie ha regresado para corroborar y dar detalles precisos de la divina promesa. Los musulmanes tomaron la idea y la materializaron concretando la cristiana promesa de una vaporosa gloria eterna, en paraísos tangibles, llenos de arroyos inagotables de leche y miel, sin disputas sobre trasvases ni precios públicos, y con la añadidura para diabéticos e intolerantes a la lactosa, de cincuenta huríes (50) por barba para cobrar el precio de tantas fatiguitas.

Debe funcionar, porque todavía funciona. Al fin y al cabo nuestros paraísos son todos artificiales y existen sólo en nuestros sueños y nuestras esperanzas.

Nuestro prodigioso vendedor de peines ha captado el concepto y, a falta de ideas para el presente, va pergeñando un evangelio para dentro de cincuenta años nada menos, cuando ninguno de los amables lectores sean capaces ya de recordar las promesas de este equipo de profetas, profetos, asesores y sólo perdurará el recuerdo José Félix Tezanos.

No es torpe no la invención, aunque sea poco original: las promesas de futuros lejanos, como las luces al final del túnel, siempre nos embadurnan de esa mermelada de rosas que es la esperanza.

El presente siempre árido y aburrido, cuando no problemático, hace posible refugiarse, a través de la nostalgia, en el pasado idealizado: al menos en él, y nadie lo podrá negar, todos éramos más jóvenes, teníamos más pelo, y contra Franco vivíamos mejor.

Y el futuro para los optimistas es como esa Tierra Prometida en la que, según los optimistas incorregibles, las cosas serán siempre mejores.

Lo malo es el presente, lleno de pequeños inconvenientes que nos hacen añorar pasadas alegrías en las que no reparamos en su momento y un futuro en el que, como Moisés, nunca viviremos.

Hoy el presente -eso que se escribe en los periódicos y acto seguido deja de serlo-, nos trae, refundidos, unos gráficos y una noticia, que al ser económica y presente parece poco interesante y descontadísima: La Deuda Pública de España ha crecido en el primer trimestre de 2021 en 47.126 millones de euros y se sitúa en la cifra incomprensible de 1.392.696 millones.

La deuda per cápita en España en cuarto trimestre de 2020, fue de 28.428€ por habitante. En el tercer trimestre de 2020 fue de 27.638 euros, luego se ha producido un incremento de la deuda por habitante de 790 euros.

Ese es el verdadero futuro que les espera a los españoles en 2050. Tezanos y yo estaremos muertos.

No es de extrañar que nos vayan proponiendo no viajar mucho y comer poca carne. No tanto para salvar el planeta como porque probablemente sea un imperativo de dicho futuro sobre nuestros bolsillos. Como Moisés, tampoco veremos ese paraíso y desde luego no pagaremos nuestras deudas: se las dejaremos a nuestros descendiente y que se apañen. Como en un fin de época salvaje y dionisíaco, quizá debamos seguir en esta espiral de vino y rosas. Igual no tenemos ni siquiera nietos a los que legar ni ese futuro primoroso ni esa sólida deuda. Que se jodan: que hubiesen vivido en el presente.