“Mi novela nace de la infancia vivida en un barrio muchas veces olvidado por el Ayuntamiento de Almería”

Juan Manuel Gil presenta este jueves ‘Trigo limpio’, la obra que le ha hecho acreedor al premio Biblioteca breve otorgado por Seix Barral. Será en la Biblioteca José Mª Artero a las 17:00


A Juan Manuel Gil le gusta "diluir las fronteras entre vida y literatura", y 'Trigo limpio' es buena muestra de ello.
Foto: Iván Giménez, Seix Barral.

ALMERÍA HOY / 17·03·2021

- Usted confiesa que escribió ‘Trigo limpio’ como homenaje a las novelas que más le han asombrado.
- Así es. Su origen parte precisamente de la fascinación que siempre me ha provocado la literatura. Me propuse rendir tributo a algunos de los libros que me han marcado actuando sobre mí como auténticas lanzaderas espaciales. Y yo, como un astronauta, sentía la ingravidez al sumergirme en sus páginas y ser transportado más allá de lo que alguien había escrito en ellas. Por eso ‘Trigo limpio’ está plagado de pequeños guiños, puertas y pasadizos que conectan obras y autores que han sido importantes para mí. Son libros que emergen como islotes que el lector irá descubriendo en función de su experiencia.
- Otro guiño implícito en su novela es el que brinda a Antonio Orejudo.
- Porque, más allá de haber sido profesor mío en la Facultad, es un escritor que me ha marcado poderosamente. Está presente en mi obra, y no sólo en este libro, que he convertido en un manual sobre cómo escribir una buena novela. Evidentemente, eso sólo puede hacerse desde la parodia. Yo soy el primero que se ríe de sí mismo y, a partir de ahí, puedo reírme casi de cualquier cosa sin ningún tipo de complejo. De esa manera acerco al lector a la ardua tarea de escribir, que incluye recopilar información, pero también tomar decisiones constantemente a la hora de redactar.
- Mezclar ese tratado de construcción de novelas con la propia trama ¿es un pasadizo entre la literatura y la vida?
- Sin duda. Me gusta diluir las fronteras entre vida y literatura. La una forma parte de la otra y viceversa. Yo no puedo entender la vida sin literatura ni concebir mis lecturas aparte del día a día. Difuminar los límites entre ambas constituye el pasadizo que las une y, a la vez, me permite hacer partícipe al lector de un juego que siempre me ha fascinado: La posibilidad de la confusión.
- ¿Del engaño?
- No la trampa, sino la confusión que te lleva a la alucinación, que creo que es muy interesante en la literatura. Juego a confundir al autor con el narrador y mezclarlos con los personajes. A barajar ficción y realidad. En ese juego, lo primordial es que al lector acabe dándole igual qué es una cosa y qué es otra. Que el relato cobre su corporeidad absoluta y deje de tener importancia lo que está fuera del libro para que lo fundamental sea lo que va a ocurrir en la siguiente página. Es el reto que me marco y que está presente en todo lo que escribo. Me gusta coger al lector por las solapas y llevarlo en volandas hasta el punto y final del relato.
- A ver si va a terminar convirtiendo al lector en un quijote derrotado.
- Yo parto siempre de no subestimar al lector. Él tiene la destreza de discernir qué es real y qué ficción. Pretendo que le importe el armazón, el esqueleto de la historia que está leyendo y que le ha atrapado. Intento que la novela imponga sus propias normas. No obstante, no me preocupa que distinga lo cierto de la invención. La verdad está muy sobrevalorada en la literatura.
- Entonces, ¿no tiene por qué ser testigo de su tiempo?
- Hay muchas maneras de serlo. La literatura no tiene por qué ceñirse a la verdad. Para eso está la prensa. Un autor puede ser testigo de su tiempo escribiendo sobre el planeta Marte. Una forma de hacerlo es ahondar en las inquietudes y emociones de tus contemporáneos sin que necesariamente tengas que contar una verdad. El escritor únicamente debe preocuparse de que su relato funcione. Que no incumpla las reglas básicas de la verosimilitud. Que el lector te siga cuando ejecutes el doble tirabuzón de incumplir esas normas. Me preocupa que el artefacto no falle. Que todo el engranaje esté bien lubricado y quien pasea su mirada por el libro disfrute con cada línea sin extraviarse por anomalías o torpezas que yo pueda haber cometido al escribir.
- En ‘Trigo limpio’ vuelve a aparecer la infancia, como en tus anteriores novelas, ¿es, talvez, ésa la patria de Juan Manuel Gil?
- Es un tiempo que todos tenemos en común, aunque lo hayamos vivido de maneras diferentes. Un sitio al que regresar con la memoria. A cada uno le evoca una serie de emociones y sentimientos determinados. Yo he procurado huir de la nostalgia. Me parece una mala compañera de la literatura. Prefiero asociarme con otras sensaciones, como la mala leche, la inquietud o el asombro. La fascinación que experimenta el niño a medida que descubre el mundo es la misma que siente el escritor cuando avanza en su libro.
- Pero ¿Por qué ese protagonismo de la niñez en su obra?
- Quizás detrás de mi recurrencia a la infancia se halle la analogía que establezco en mis novelas entre la curiosidad que sentía cuando era niño descubriendo los límites de mi barrio, las balsas, las acequias, los descampados, las huidas a la playa… saltarse las normas y las tapias, con la seducción que me causa la literatura, donde me meto en la piel de otros personajes y narradores. Tal vez por eso insisto en evocar mi propia infancia en mis novelas, aunque eso no signifique que sean netamente autobiográficas.
- Casi al principio de la novela ya advierte de que no se trata de una autobiografía, aunque también indica que establece una red de pasadizos entre realidad y ficción. Unos más diáfanos y otros distorsionados, como vistos a través de un caleidoscopio.
- Efectivamente, hay muchas galerías que conducen a mi propia vida y que el lector no tiene por qué identificar. Para que una ficción o una mentira funcione y sea asumida como creíble, necesita ser trufada con algunos elementos verosímiles e, incluso, verdaderos. Y, sí, los pasadizos que he establecido funcionan a menudo como un caleidoscopio. La suma de espejitos basados en la realidad no construye mi propia vida, sino una ficción nueva que tampoco es lo contrario a una verdad. No es una mentira, sino una realidad que se comporta de una forma determinada. Es un delirio compartido con el lector.
- ¿Tiene algún sentido que buena parte de la novela se desarrolle bajo tierra?
- Todo el mundo conoce ‘El túnel’. Ernesto Sábato alude en esa novela a una conexión subterránea. ‘Trigo limpio’ está plagado de pasadizos que unen constantemente personajes, libros, realidad, ficción y el pasado con el futuro. Decidí traer lo metafórico a lo concreto en esta novela. Los túneles que recorren los personajes durante su infancia a principios de los 90 me sirven para hacer partícipe al lector de esa fascinación que eran capaces de sentir estos niños cuando se adentraban en lo desconocido. Creo que es una constante del ser humano. Cuando el niño alcanza una determinada edad y consigue cierta autonomía, le apetece explorar y descubrir por sí mismo aquello que le ofrece un túnel, un pasadizo, una tapia o una puerta cerrada. En ese sentido, lo que he hecho es traer al plano de lo físico aquellos pasadizos que en literatura conectan de manera metafórica lo ficticio y lo real.
- ¿Sería posible ‘Trigo limpio’ si Juan Manuel Gil no hubiese crecido en El Alquián, el extrarradio de una ciudad de la periferia?
- Rotundamente no. Podría abordar preocupaciones parecidas, sin embargo, no me hubiera enfrentado al libro de la misma manera. La novela nace de cómo viví aquellos años en un barrio que vio cercenado su futuro por la ampliación no deseada del aeropuerto de Almería impidiendo su crecimiento natural. De cómo los niños de un barrio muchas veces olvidado por el Ayuntamiento de Almería se veían obligados a imponer sus propias normas porque escaseaban los parques, los columpios y pistas deportivas. Estábamos forzados a construir nuestro propio mundo, y lo hicimos a nuestra medida, casi siempre transgrediendo las normas. ‘Trigo limpio’ nace de aquella experiencia y de la forma en que la recuerdo hoy sin dejarme arrastrar por la nostalgia. Entre otras cosas, porque mi infancia en el barrio fue divertida, salvaje y fascinante. Imprevisible a la vez que dura y violenta. No siempre lo pasaba bien, del mismo modo que la novela está llena de momentos muy divertidos, ágiles y frenéticos, también atraviesa episodios tan crueles y fuertes como los vividos en aquella época.