“Lo del coronavirus se nos va a olvidar muy pronto. A algunos ya les parece que nunca ha pasado”

La periodista Marta Rodríguez ha transformado su diario de la pandemia en un libro, ‘Cuando fui náufraga’, que presentará este miércoles en Classijazz

Marta Rodríguez ha sido una buena compañía durante el confinamiento y ahora aspira a ser testimonio de lo vivido por todos durante cuarenta durísimos días. FOTO: Antonio Jesús García ‘Che’.

ALMERÍA HOY / 28·07·2020

Marta empezó a publicar un diario del confinamiento en La Voz de Almería sólo por hacer y hacerse “compañía” en unos días muy duros. Decidió dejarse llevar por la “magia de lo cotidiano” y armarse de “humor” para dar la vuelta al asunto. Eludió el contagio por Covid-19, pero acabó infectada por el síndrome de Estocolmo. Al final, la “montaña rusa de emociones” vividas a lo largo de cuarenta días se han transformado en un libro publicado por la Editorial de la Universidad de Almería con prólogo de Miguel Ángel Muñoz y fotografías de Carlos de Paz, Antonio Jesús García ‘Che’, Marina del Mar, Guillermo Fuertes y Rodolfo Caparrós que será presentado este miércoles, 29 de julio, a las 20:30 en Classijazz. Una cita ineludible.

- ¿Cuándo supiste que ese diario se convertiría en un libro?
- La idea fue posterior incluso a que dejaran de aparecer en el periódico las cuarenta entregas que escribí desde mediados de marzo, coincidiendo con los días más duros del confinamiento. Tomé la decisión de escribirlas como una temeridad. Yo misma sabía que estando sola en casa y sin posibilidad de salir, el compromiso de esa columna diaria podía ser difícil de sobrellevar, pero nunca pensé en la posibilidad de que acabara siendo un libro. Tampoco imaginé que pudiera tener ningún seguimiento, porque leer una serie de artículos como ése todos los días no es algo muy habitual. En cierto modo, fue también un experimento. De hecho, cuando di por terminada la serie, me planteé escribir otra sobre la nueva normalidad, pero deseché la idea muy pronto.
- Además de ese ingrediente de temeridad que apuntas, ¿cuánto tuvo la columna de autoayuda, no para los demás, sino para ti misma?
- Muchísimo. Estoy segura de que habría sufrido mucho más el encierro sin esa cita diaria. Ejerció en mí un efecto terapéutico. Soy muy sentimental y emocional y desde el principio me obligué a autocensurarme la tristeza desde la certeza de saber que, si caía en la tentación de abusar de ella, no llegaría a ser nunca una buena compañía para la gente. Tampoco para mí. Decidí armarme de humor y empatía, dejarme llevar por la magia de lo cotidiano y darle la vuelta al asunto. Precisamente por eso, acabé creyendo que no era tan grave lo que estábamos viviendo. Caí contagiada por el síndrome de Estocolmo, casi encantada de estar ‘secuestrada’ aunque, al mismo tiempo, sentí miedo a ejercer la frivolidad porque era consciente de que vivíamos una tragedia que costaba la vida a muchísimas personas cada día. No obstante, entendí que la mejor manera de llevarlo, tanto yo como los lectores, consistía en darle la vuelta a las cosas.
- ¿Eres consciente de que llegaste a crear adicción y muchas personas se levantaban buscando tu columna?
- Es verdad que mucha gente me ha dicho que la leía desayunando y empezaba la rutina del día con mi columna. Me alegra y me parece un lujazo. Yo enviaba a los amigos el artículo en un mensaje, pero después me respondían que ya lo habían leído y compartido en redes. Me parece extremadamente generoso y valioso que alguien emplee dos o tres minutos de su vida en leer mi columna a diario durante cuarenta días. Ha sido lo más especial de este proyecto.
- ¿Llegaste a recibir amenazas por parte de esas personas que se engancharon a tu columna cuando pusiste el punto y final?
- Amenazas no porque son gente muy maja, pero es verdad que cuando cerré el diario muchos me escribieron para decirme que lo echaban de menos. Yo misma me sentí un poco huérfana sin él y sin el contacto que me proporcionaba con los lectores y su forma de hacerme llegar mensajes en una botella. Echo mucho de menos ese vínculo generado con amigos, conocidos o nuevas amistades que brotaron a partir de esas líneas. Ese sentimiento de comunidad que surgió durante los primeros días del confinamiento también se generó alrededor de mi diario. Que exista este libro no deja de ser una fiesta que quiero compartir con todas esas personas.
- ¿Se agudiza el sentido de la observación cuando escribes la crónica cotidiana de una pandemia?
- Sobre todo los primeros días, antes de que la gente empiece a contarte cosas porque sabe que estás escribiendo acerca de la situación. Recuerdo que, entonces, miraba mucho por la ventana, ponía el oído para percibir qué podía estar pasando en los pisos de mi bloque. Me volví mucho más cotilla de lo que ya era como periodista. Desde pequeña, o en los viajes interminables en autobús desde Albox a la Universidad, me encantaba observar a las personas e imaginarme historias. Ahora he vuelto a mirar a la gente. Yo vivo en un barrio tranquilo, en una calle pequeñita con poco tráfico y trasiego de personas, pero en esos días, con todos los comercios cerrados, el único sonido que me llegaba desde el exterior era el subir y bajar de las persianas o el ruido de los vecinos. Las primeras veces que salí a comprar víveres fueron experiencias surrealistas. Ponerme dos pares de guantes, comprobar lo histérica que llegó a estar la gente… En ese estado de cosas yo preguntaba todo lo que podía a la farmacéutica, al peluquero… ¡Bajaba a tirar la basura con el deseo de que pasara algo susceptible de ser contado! A pesar de todo, nunca me faltó sobre qué escribir. Me superaba tanto lo que estaba pasando que siempre había algo en que fijarme.
- ¿El problema llegaba a la hora de seleccionar el asunto del día?
- Sí. Hubo quien me aconsejó dedicar cada columna a un tema, pero a mí me gustaba más la idea del dietario. De hecho, estuve tentada de poner a cada entrega día y hora. Prefería tocar muchos pequeños asuntos a lo largo de la columna y no me preocupaba repetirlos. Quise plasmar la montaña rusa de emociones que vivimos todos a partir de pequeñas anécdotas que ocurrían a personas de carne y hueso. Me nutría de los vecinos, gente que me llamaba por teléfono, lo que oía por la radio… en fin, de todo lo que había a mi alcance.
- ¿Has llegado a descubrir la existencia de algún vecino cuya existencia ignorabas?
- Hasta ese extremo, no, pero sí he descubierto facetas ocultas de algunos de ellos. Ahora sé que la vecina de arriba toca la flauta dulce y le encanta el tema central de Titanic, una canción que he llegado a odiar. También le debe gustar mucho caminar por su pequeño apartamento. No sé la de paseos que podía dar al cabo del día. Debe tener una fuerza de voluntad gigantesca. Al de abajo también le gusta la música y toca la guitarra, pero su repertorio es muy escaso y siempre se ensañaba con el mismo estribillo. Sin embargo, lejos de molestarme, me alegraba mucho escucharlos. Sí me desconcertaba que, cuando salía a aplaudir cada noche, no lo hacía nadie más. Llegué a pensar que todos los edificios de la calle estaban vacíos, y llegó a darme miedo.
- He escuchado opiniones muy diversas sobre cómo saldremos de esta experiencia. Unos dicen que mejores, otros que peores. También hay quienes opinan que iguales, ¿y tú?
- Por desgracia, todo esto se nos va a olvidar pronto. Es más, a algunos ya les empieza a parecer que nunca ha pasado. Por eso quiero pensar que este diario servirá para recordarlo; porque del mismo modo que la primera semana fue durísima y la gente estuvo a la altura con jóvenes prestándose voluntarios para hacer la compra de manera altruista a los mayores que vivían solos, con el tiempo, la crispación empezó a apoderarse de la gente, los aplausos se tornaron caceroladas y los vecinos en policías de visillo que no dudaban en increpar a quienes pasaban por la calle sin preguntarse si tenían motivos para hacerlo o no. Me parece que se estropeó la solidaridad que surgió al principio de la pandemia. Algunos de los que han leído ya mis columnas en forma de libro, me dicen que les parece alucinante que hayamos vivido las experiencias que relato apenas hace unos días. Miguel Ángel Muñoz escribe en el prólogo que, a juzgar por mi diario, el confinamiento fue menos duro de lo que en realidad fue. Me gusta mucho esa apreciación porque significa que hice bien mi trabajo, que consistía en ser una buena compañía durante ese tiempo.