La mesa


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Llevo años de impaciente espera para asistir a la constitución de la mesa del diálogo entre Sánchez y Torra. Se acerca el gran momento, salvo piruetas de última hora.

Lamento tanto que, en aras de la transparencia o de la ausencia de la misma, no se transmita en directo, que solo ruego a los dioses del diálogo, o al mismísimo Platón, que nadie se levante de la misma, como en los cónclaves o en los concursos de bebedores de cerveza, hasta que haya fumata blanca o muerte súbita. Que uno de los dos se rinda. Tiene que haber vencedores y vencidos para que la mesa cumpla su función. Y que el vencido acepte su suerte: “vae victis”, señor mío.

No vamos a estar toda la vida dialogando como si fuésemos carmelitas. O besugos.

Descartado el relator, que quedaba un poco feo, y sonaba más bien a Encargado de Asuntos Indios, parece ser que finalmente va a haber un “mediador”- cambiando la palabra se soluciona el problema siempre, por lo menos en España - , término éste que remite más a la idea de árbitro de la elegancia, hombre bueno o padrino de la mafia, aunque sus atribuciones tampoco se hayan perfilado por el momento. Supongo que, como en el boxeo, sancionará la falta de combatividad o los golpes bajos. Pero no están claras ni sus funciones ni su nombramiento ni que exista todavía consenso sobre su naturaleza arcangélica. Algún noruego o algún ex etarra arrepentido, si es que existen, pudieran valer.

Dicen que ya está prevista la composición de sus integrantes. Opino que son demasiados. Este es un juego de los dos grandes tahúres de la escena política española, dos grandes psicópatas de sus respectivos intereses, se enfrentarán en el combate del siglo con una gran bolsa en juego: nuestro futuro.

Esa mesa salvífica debería llevar nombre propio, como las de IKEA, ya que, como las de IKEA, viene a medio construir. Y pasará a la historia de las mesas y se convertirá en una reliquia histórica como el vagón en el que se firmó el armisticio de la primera guerra mundial o la mesa en la que estaba sentado Errejón cuando se hundió en su cráneo el fúnebre piolet de la autocrítica.

Todos los grandes asuntos de la historia, una vez retirados los cadáveres del campo de batalla, acaban en alguna mesa. El objeto permanece si no lo destruye alguien como símbolo antipático de una derrota, como hizo Hitler con el citado vagón. Son las cosas las que adquieren la firmeza de lo intemporal. Pasarán Sánchez y Torra, pasaremos nosotros, sombras fugaces, pero la mesa incólume permanecerá en algún Museo de nuestra débil Memoria Histórica, para personificar una victoria y una derrota. Un respeto para la mesa.

No se si será una mesa especial, rectangular u ovalada, ni si el ebanista de palacio tallará en ella motivos conmemorativos o mitológicos. Yo le pondría en todo caso un tapete verde.

La película de jugadores de póker “The Rounders” (1998) comienza con una frase en off: “Escuchad, así es el juego; si no descubres al primo en la primera media hora de partida… es que el primo eres tu”.