Hablando no siempre se entiende la gente


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AMANDO DE MIGUEL

Sigo con la matraca de las variaciones erráticas o caprichosas del lenguaje; en este caso del idioma castellano, que es el común de los españoles y de muchos hispanoamericanos. No se trata solo de la ignorancia que manifiestan muchos hombres públicos (y mujeres públicas, desde luego) al expresarse en la lengua de Galdós. Más grave es el deliberado propósito de confundir al pueblo, utilizando frases o términos sin mucho sentido.

Veamos un caso concreto muy actual: el del dichoso “coronavirus”, que mejor sería llamarlo “virus corona”. Asombra el esfuerzo de las autoridades sanitarias españolas para no alarmar a la población. Pero la gente no es tonta; se da perfeta cuenta de que la epidemia del misterioso virus se extiende por todo el mundo y también por España. El ministro de Sanidad sigue perorando enfáticamente: “Estamos en la fase de contención del virus”. La contención, según el diccionario y el sentido común, es el efecto de frenar o impedir que avance un fenómeno no deseado, por ejemplo, una epidemia. Pero es el caso que desde hace un par de meses la incidencia del virus no ha hecho más que extenderse. No lleva trazas de aminorar el ritmo de expansión.

Las autoridades sanitarias españolas (pues son varias) insisten en que “no hay que alarmarse”, pero en las repetidas imágenes de la tele vemos continuas escenas de trabajadores sanitarios enfundados en sendos trajes de astronauta. Se anulan o posponen muchas celebraciones colectivas, incluso bodas y funerales. Las mismas autoridades nos avisan sibilinamente: “No podemos descartar ningún escenario”. Es decir, domina la ignorancia. Retorciendo el lenguaje no se va a resolver nada.

La lengua que se emplea en la vida pública a través de los medios no admite solo correcciones de lo que está mal según la gramática. Interesan también los abusos, las formas que resultan cansinas de tanto repetirlas. Por ejemplo, en los tiempos que corren en España se repite hasta el hastío la expresión “más allá de”. Ignoro a qué se debe una manía tan atroz. Quizá sea un recurso más para dulcificar las comparaciones. O también, una forma de cautela, parecida a la que se emplea con el uso de palabras o expresiones adversativas.

Mi amigo Ángel Vegas, científico él, me avisa de otra de las manías actuales. En lugar de hablar de una cosa en concreto, el discurso se alarga con “un tipo de cosa”, la que sea.

Me produce hilaridad la declaración, tan corriente, que se refiere a los niños de “cero a tres años”; por ejemplo, si hay que escolarizarlos. No sé qué se puede hacer con una criatura de “cero años”.

Luego está la taumaturgia de “la mesa”. Hay que ver el excelente resultado que da “poner sobre la mesa” esta o la otra conclusión, uno u otro documento. Sobre todo, cuando se trata de una “mesa de diálogo” la cuestión entra en el país de las maravillas. Se empezó con la “mesa de diálogo Cataluña-Estado”, como si fueran dos titulares del Derecho Internacional en igualdad de condiciones. Por cierto, en el lado del Gobierno hay al menos dos miembros claramente partidarios de las tesis independentistas del otro lado de la “mesa”. Seguirán más “mesas de diálogo”, no les quepa la menor duda.