La retórica de nuestros hombres públicos


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AMANDO DE MIGUEL

NO SÉ SI habría que decir también “nuestras mujeres públicas”. Los usos establecidos en nuestro país dictan que “hombre” ya es sólo el varón, en contra de la etimología latina, nuestra lengua original. En el inglés actual men equivale propiamente a los varones; no existe una palabra equivalente para nuestro “hombres”. Pero ahora, por imitación, en el español público se dice “hombres y mujeres”, como en inglés se hace necesario precisar men and women. Mi experiencia me dice que los hombres públicos en España que se dejan llevar por las modas de la lengua inglesa suelen ser los que no la conocen.

El caso es que los discursos, las declaraciones, toda suerte de comentarios ante un micrófono o una cámara de televisión siguen ciertas normas no escritas. Se alejan un tanto de la oratoria tradicional española, que era muy florida y expresiva. Ahora se importan algunas afectaciones procedentes del inglés, la actual lengua del imperio. Como es sabido, el idioma de Shakespeare, sobre todo en su versión estadounidense (ellos dicen “americana”) abunda en monosílabos y frases cortantes. Así pues, los angloparlantes necesitan introducir circunloquios, frase hechas, que alarguen las oraciones. Así, casi siempre es una innovación que discurre en el sentido de relativizar o suavizar los enunciados. La cosa es que nadie se ofenda con lo dicho en público. Veamos algunas ilustraciones de la versión española que, por imitación, se ha establecido en nuestro país.

Son típicas las cláusulas relativistas o cautelosas, perfectamente inútiles. Así, “de alguna manera”, “por así decirlo”, “a mi juicio”. Como digo, son traducciones literales del inglés. El oyente no llega a percibirlas, pues carecen de significado. Vestido así el discurso, da la impresión de algo más serio.

A veces se introducen falsas precisiones, quizá para dar más seriedad al discurso, una apariencia científica. Por ejemplo, “en un momento determinado”, “hasta cierto punto”, “en buena medida”, “en última instancia”. En realidad, se trata de añadidos inútiles. Hay también algunas innovaciones castizas, como “lo que es” (en lugar del sencillo “es”) o “bastante” (como equivalente de “mucho”).

La conclusión es que, con tales artimañas, el lenguaje público se hace insufrible, pues los recursos citados se generalizan hasta el hastío. Lo malo es el contagio: casi todos las empleamos sin darnos mucha cuenta de la imitación. Las muletillas que digo (y hay otras muchas) las repetimos de manera inconsciente.

Aunque pueda parecer extraño, al leer no asimilamos todas las palabras, ni mucho menos todas las letras. Por lo mismo, al oír un discurso o una declaración cualquiera, no nos quedamos con todos los sonidos. Nuestro cerebro lingüístico es siempre selectivo. Gracias a eso, podemos resistir la aburrida repetición de muletillas como las descritas. En nuestra vida cotidiana nos vemos obligados a leer u oír muchos textos que no nos interesan gran cosa.