Ni se muere Franco ni cenamos


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Uno, en su ingenuidad, tenía asumido que la vida era un recorrido lineal, desde el punto A al punto B, al modo manriqueño de “nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir”, que, como metáfora, parecía acertadísima: los tumultuosos arroyos de la juventud, en un momento dado dejan de incendiar las calles de Barcelona y van serenándose en el curso medio de la vida, para, plácidamente, desembocar en un final previsto y natural, salvo excepciones festivas de andariegos y juveniles pensionistas y yayoflautas – nombre ridículo por cierto -,que, como toda excepción, confirman esa regla de la deseable disposición tranquila de ánimo al final de la vida.. .

Ese trazado vital, no por sabido de antemano, se presumía atractivo y fascinante, tal como el curso del río es igualmente ameno, aunque diferente, tanto al principio como al final: el viaje no debería dejar de proporcionar emociones nuevas, puesto que es cambiante, desde el nacimiento hasta el delta pantanoso en que las almas se pierden y Caronte pacientemente nos espera.

Últimamente estoy revisando esta poética teoría y la culpa la tienen Franco y Torra.

Llevo dos años preocupado, porque intuyo que tanto la exhumación de uno como el “procés” del otro, no tienen fin. Antes bien son un “día de la marmota” que todos los lunes me espera, sin que el viernes traiga desenlace alguno. Y mientras tanto mis días se agotan sin argumentos nuevos, atascados en los premiosos meandros de la idiotez.

“La muerte no es el final” dice, esperanzada, la letra del himno de la guardia civil. Y me temo que efectivamente se trate de una profecía o de una maldición, y no lleguemos nunca a ninguna parte.

Sospecho que la exhumación anunciada mil veces tampoco va a ser el final de nada. Cuando Sánchez y Zapatero tengan ante sí la momia de Franco y le claven la estaca de madera en el pecho para, a continuación, y una vez entregados los despojos a deudos y parientes, en lugar de entregarse a la melancolía del objetivo cumplido, entreveo la instauración de una ceremonia de nuevo cuño, aunque de reminiscencias aztecas, por medio de la cual la momia sea inhumada nuevamente los viernes y exhumada, sin falta, los lunes, para que nuestra memoria histórica no se extinga, ni las cosechas se malogren por falta de lluvia.

Igualmente, y visto lo visto, Torra y sus legiones de pacifistas festivos y civilizados darán por las mañanas la multitudinaria y razonable manifestación, y cada noche nos será ofrecido el espectáculo de luz y sonido que tanto alegra a los fabricantes de contendedores y volveremos, un día tras otro, a escuchar a prebostes y tertulianos que la solución al problema vendrá de la mano del diálogo y no de la ley ni de la judicialización de la política, porque ,como ya se dijo hace más de dos mil años, lo justo es aquello que conviene al fuerte.

Nada hace pensar que estos graves problemas de la nación vayan a resolverse a corto plazo. Nos espera la estéril rueda de hámster en la que andamos subidos ya ni se sabe cuanto tiempo ha, sin llegar a ninguna parte.