A favor de la enseñanza de la religión en la escuela

Como discrepo abiertamente de lo que escribe Juan Luis no quiero dejar pasar su artículo sin exponer lo que pienso sobre la cuestión y que sean los lectores los que se formen su propia opinión


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ADOLFO PÉREZ

Mi amigo Juan Luis Pérez Tornell publica en este medio digital un artículo titulado “Contra la enseñanza de la religión”, título que lo dice todo. En el artículo se muestra contrario a la enseñanza de la religión católica y demás en los centros públicos, asimismo hace ostentación de la aversión que le produce el hecho religioso, sólo le ha faltado decir que la religión es el opio del pueblo.

Como discrepo abiertamente de lo que escribe Juan Luis no quiero dejar pasar su artículo sin exponer lo que pienso sobre la cuestión y que sean los lectores los que se formen su propia opinión.

Su turbio primer párrafo habla de dioses antiguos ya idos y de nuevos (que no son nuevos, dice) que empiezan a enseñar la patita, que es el momento de actuar y remata el párrafo así: “Es hora de suprimir la enseñanza de la religión en las escuelas”. Así de claro. Me imagino que eso de los dioses idos y nuevos se refiere al gobierno actual y a los anteriores que no han suprimido la enseñanza de la religión en la escuela. En el párrafo siguiente abunda sobre la erradicación de la religión en la enseñanza pública y dice: “si no lo ha sido es por la inercia y el peso más social que teológico de la cultura católica del país, verdadero lobby en decadencia, al que pocos escuchan”.

Es decir, para él la Iglesia Católica es un grupo de presión (lobby) decadente al que pocos escuchan. Ambas afirmaciones permiten entender que la Iglesia Católica, después de más de dos mil años de existencia, está en trance de desaparición y a la que casi nadie hace caso. Sin embargo, no parece que esa sea la realidad cuando a cada instante se ven las multitudes que rodean al papa tanto en el Vaticano como en los países que visita. Ni tampoco se corresponde con los millones de españoles que cada año marcan la casilla de la Iglesia Católica en la declaración de la renta, así como tampoco se corresponde con la cantidad de gente que acude a misa los domingos y festivos.

Y es que a la hora de suprimirse le olvida a Juan Luis el párrafo 3º del artículo 16 de la Constitución que dice así: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. O sea, que el Estado tendrá en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española, debiendo cooperar con la Iglesia Católica. De ahí nace su derecho a que se imparta la doctrina cristiana en los centros públicos y a que el Estado satisfaga las nóminas de los profesores de religión en virtud de la obligada cooperación y no por la presión del lobby decadente y la inercia, sino por mandato constitucional que a los poderes públicos les es muy difícil soslayar, aunque algunos de signo izquierdista no paran de obstaculizar su enseñanza. Cosa distinta es que la nota de religión compute o no con valor académico. Creo que queda claro.

En el párrafo siguiente dice mi amigo Juan Luis: “ya es hora de que la religión deje de formar parte del sistema educativo público y avanzar un poco en las virtudes republicanas, o al menos en el siglo XXI”. Como digo antes, la enseñanza religiosa en las escuelas está amparada por la Constitución y el deseo de alrededor del ochenta por ciento de los padres (que son millones) a los que satisface que sus hijos reciban esa enseñanza, que en Andalucía se reduce a cuarenta y cinco minutos a la semana. Respecto a lo de avanzar un poco en las virtudes republicanas quiero pensar que no se trata de ensalzar la república en la escuela, sino que los niños conozcan los valores de convivencia en una sociedad democrática, pero sin adoctrinarlos pues para eso están los padres.

Añade que la enseñanza de la religión en la escuela no debe subvencionarse con dinero público, pero, además de lo que dice la Constitución sobre la cooperación, no tiene en cuenta que con ese dinero se presta un servicio a gran parte de la sociedad, a la vez que omite decir la labor social de la Iglesia Católica respecto a los desfavorecidos, como es Cáritas. Y se calla el mucho dinero público que gasta el Estado en subvenciones a tantas y tantas entidades de diversa índole, de las que poco se sabe lo que aportan, como es el caso de la subvención al cine para películas que cuando se exhiben en una sala te cobran bien la entrada, y las de baja calidad se envían al desván y perdido el dinero de todos.

En otro párrafo Juan Luis aboga por la enseñanza de la historia de las religiones, su extensión en el tiempo y en el espacio, y de paso, añade, los mares de sangre que han generado; enseñanza que corresponde, según dice, a los profesores de historia o filosofía mucho más que a los catequistas. El problema reside en cómo oriente cada profesor (a) la enseñanza de esa historia. La verdad es que no sé de ningún mar de sangre que haya generado la religión cristiana como tal a lo largo de los siglos,religión que predica la paz, el amor al prójimo y el respeto a los gobiernos, que es la que se enseña en la escuela. Distinto es que haya habido gobernantes, laicos o clérigos, que a cuenta de la Iglesia Católica se embarcaran en aventuras bélicas en determinados momentos de la historia, sin nada que ver con las enseñanzas de Jesucristo.Es una injusticia, pues, endosarle a la Iglesia Católica tal baldón. Sin embargo, son ciertas las persecuciones padecidas por los cristianos en su historia y la sangre derramada por miles y miles de mártires. Sin olvidar que el humanismo cristiano es el fundamento de la civilización europea. Una Europa que antes de llamarse así su nombre era el de Cristiandad. Y hasta aquí la réplica, a la espera de que sirva de aclaración al lector interesado.