Contra la enseñanza de la religión

No todos somos del Real Madrid y por ello no debe subvencionarse con dinero público su existencia o sus fichajes


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

La prevención de aquellos problemas que, como los nublados, se ven venir desde la lontananza, es siempre menos traumática que la solución cuando ya están creados y desarrollados. Ahora que los dioses antiguos ya se han ido y los nuevos (que no son nuevos) empiezan a asomar la patita, es el momento de actuar: Es hora de suprimir la enseñanza de la religión en las escuelas.

La religión debería ser, debería haber sido ya, en un estado aconfesional, erradicada de la enseñanza pública. Si no lo ha sido es por la inercia y el peso más social que teológico de la cultura católica del país, verdadero “lobby” en decadencia, al que pocos escuchan.

Pero puesto que se legalizó el aborto y no se rasgó el velo del templo, ya es hora de que la religión deje de formar parte del sistema educativo público y avanzar un poco en las virtudes republicanas, o al menos en el siglo XXI. No todos somos del Real Madrid y por ello no debe subvencionarse con dinero público su existencia o sus fichajes.

Cosa distinta es la enseñanza de la historia de las religiones, para intentar explicar los porqués de su extensión en el tiempo o en el espacio, y de paso los mares de sangre que han generado. Pero eso corresponde a los profesores de historia o de filosofía mucho más que a catequistas, ulemas o rabinos. El ámbito del proselitismo de estos cultos debe ser la Iglesia, la Mezquita o la Sinagoga (o el Salón del Reino).

En el diario “El Mundo”, por citar la fuente en estos días tiquismiquis, se da cuenta de que la Consellería de Educación de la Generalitat Valenciana se apresta a abrir la mano para impartir en algunos colegios la enseñanza de la religión islámica, así como de la evangélica. Se dice, de forma mucho más inquietante que tranquilizadora, que “el criterio a seguir por parte de la Consellería de Educación será el mismo que el que opera a la hora de regular la asignatura de religión católica, de forma que, por ejemplo, la selección del profesorado o la elección del temario y los materiales didácticos quedarán en manos de las distintas entidades religiosas”.

El izquierdismo militante ha pasado de quemar los conventos y destruir obras de arte al multiculturalismo religioso. Hasta ahora en los centros públicos el obispado selecciona al docente, no se si por sus conocimientos o por su fe, y el erario público le paga, religiosamente, sus emolumentos. Eso está mal.

Obviamente es una discriminación respecto a ateos y librepensadores, y aún más respecto a musulmanes, evangelistas y partidarios de Zoroastro. Pero esta injusticia no se solventa abriendo el grifo, sino cerrándolo definitivamente. La laicidad de la educación es una de las conquistas inconclusas que ha quedado aparcada como un no-problema, porque nos centramos en cuestiones mucho más importantes, como la prohibición de las corridas de toros o la revisión de nuestro pasado histórico.

Yo, como el campesino gallego, no creyendo en la fe católica, que es la única verdadera, ¿cómo puedo aceptar que otras religiones, harto problemáticas además, sean impulsadas por un estado que no sea medieval? Hasta ahí podíamos llegar. O todos moros o todos cristianos. Lo deseable es que, a través de la enseñanza pública, no seamos ni una cosa ni otra sino simplemente ciudadanos modélicos…como Willy Toledo, por ejemplo.

En el colegio San Cristóbal de Lorca en este curso solo hay tres alumnos hispanoparlantes en el primer año de infantil. Muchos son españoles, pero no todos hablan español. ¿Necesitan ya un imán en lugar de un profesor católico?

Ese es el futuro de la sociedad europea y la educación pública debe reaccionar pronto eliminando expeditivamente la religión –cualquier religión- de los planes de estudio en la enseñanza pública y dificultando la creación de guetos culturales. Lo segundo es muy difícil, lo primero es tan sencillo como cambiar los planes de estudio. Volviendo a reivindicar la filosofía y dejando las creencias acientíficas en el sitio al que debieron haber vuelto hace mucho tiempo: el templo.

Otra cosa difícil de explicar son las causas por las que desde ideologías concretas supuestamente progresistas, se profesa un intenso odio a la religión católica y al mismo tiempo se promueven indulgencias hacia una religión básicamente similar, pero mucho más medieval en los usos y costumbres que auspicia. Que me lo explique Willy Toledo.