Hay lugares que en determinados momentos tienen el poder de concentrar energías desconocidas que, cuando los estamos disfrutando con cierta placidez, nos invaden de un halo ingrávido que satura de forma sutil nuestros sentidos
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CLEMENTE FLORES
Hay lugares que en determinados momentos tienen el poder de concentrar energías desconocidas que, cuando los estamos disfrutando con cierta placidez, nos invaden de un halo ingrávido que satura de forma sutil nuestros sentidos, y entonces podemos experimentar sensaciones emotivas y llegar a sentir, que estamos viviendo un momento placentero y mágico que difícilmente se repetirá.Es una situación que se produce raramente y que se debe a una conjunción de factores psicofísicos difíciles de captar y catalogar. Este verano viví un momento así, tras volver al cabo de medio siglo al Torreón De Don Ginés, con motivo de una actuación-concierto de esa entrañable rondalla garruchera que se llama “Aires del Malecón”.
Merece la pena hablar del lugar porque el torreón es el único edificio mojaquero, no religioso, que cumple un siglo de vida. En su concepción actual se habilitó como vivienda en 1918 con motivo del casamiento de D. Ginés Carrillo con Doña Luisa Flores Torres.
Para su construcción se aprovechó un antiguo torreón estratégicamente situado para defender la puerta de la ciudad que dominaba el final de la cuesta del único camino de subida que accedía a ella. Desde lo alto del torreón, la vista sobre la huerta, el mar y la estribación final de Sierra Cabrera, que parece la cabeza de un inmenso reptil dormitando, es un paisaje sumamente atractivo. El mirador superior, al que siempre ha accedido,trepando por un rincón de la fachada, el tronco de una imponente buganvilla que se abre y expande al llegar a lo alto como un cohete multicolor de fuegos artificiales; ha sido durante muchos años la imagen más reproducida y conocida de Mojácar en postales y carteles publicitarios.
Al mirador se accede desde un amplio salón, patio de luces, que sirve de distribuidor para las principales habitaciones y salas, y que era el lugar de recepción y estancia en el que su propietario organizaba las veladas lúdicas dedicadas a la música, la literatura o los ensayos de teatro, a partir del año 1945 en que se quedó viudo.Don Ginés que había nacido en 1881 y se había quedado huérfano de padre y madre siendo niño, creciendo en la casa de su abuelo, Don Nicolás Carrillo García, que también era médico, como un hijo más de los doce que tenía. Su esposa también era hija y nieta de médicos. Su abuelo, Don Bartolomé Flores Cervantes; que había acabado los estudios de medicina en 1844, fue alcalde de Mojácar. Ambos abuelos, los de él y ella, lideraron durante muchos años dos facciones políticas encontradas. El momento culmen de su enfrentamiento había sucedido el 24 de febrero de 1884 cuando se pretendió vender a Garrucha parte del agua de la fuente pública.
La inauguración del torreón, tras la boda de un Carrillo con una Flores fue, según se decía en Mojácar, el fin de la guerra de los cien años.
Don Ginés que había finalizado los estudios de medicina el 17 de Junio de 1908 tenía una vena artística y lúdica especial que plasmó en la construcción de su casa en el torreón que, aunque carecía de materiales o estancias lujosas, gozaba de una temperatura y unas vistas panorámicas que ninguna otra casa del pueblo permitía disfrutar.
En un pueblo de pequeñas casas unifamiliares construidas de piedra y yeso, con techos de caña cubiertos con una capa de launa y un pequeño escalón a la entrada, que servía a las vecinas para disfrutar de aire en las tardes de verano y chismorrear a discreción, las reuniones en el torreón hasta los años sesenta suponían un trasunto de la Academia ateniense de Platón. Don Ginés era el anfitrión perfecto que no sólo enseñaba a tocar los instrumentos de cuerda, o ensayaba teatro, sino que, a niños inquietos como yo que teníamos la escuela pegada al torreón, nos daba clases especiales de ciencias o geografía valiéndose de puzles o globos terráqueos construidos por él.Fue una parte de mi vida que sin duda contribuyó a forjarme como persona.
Ahora, sin esperarlo,en esta noche de verano de 2018 se removieron en mi memoria estos y otros recuerdos de mi historia y de la de mi pueblo contemplando la luna llena desde la terraza del torreón sobre la puerta de entrada de la antigua ciudad moruna.
Seguramente para vivir este momento mágico, colaboró mucho escuchar las melodíasa modo de murmullo que no a gritos, de los sones de “aires del malecón, lanzados por el grupo, en la noche mojaquera.
Entre ellos estaba, el Yashin garruchero de los años sesenta, mi querido y admirado Joaquín “El Lobo”, al que nunca le metí un gol, formando un todouno con su bandurria y acompañado de ese gran premio a su vida que es Pilar. (Joaquín trabajó unos meses en los bajos del torreón como mancebo de la farmacia provisional de Emilio Moldenhauer en 1953). Formando parte de “Aires del Malecón también “actuó” mi amigo Ángel, emparentado con los Carrillo y también médico, al que nunca había tenido ocasión de ver en plan Bob Dylan como hombre orquesta tocando al mismo tiempo la armónica y la guitarra y recordando con su voz sus actuaciones juveniles con su “conjunto veratense”.
Ellos, y otros y otras que les acompañan, son un ejemplo para colectivos de la tercera edad de la comarca porque son un grupo de personas mayores que se reúnen para disfrutar y hacer disfrutar aferrándose a la vida, en este caso con la música, trasmitiendo esperanza y cariño por medio de ella.
Sencilla y simplemente son capaces de hacer vivir una noche mágica en uno de los pocos rincones auténticos que quedan de la vieja Mojácar.
Merece la pena hablar del lugar porque el torreón es el único edificio mojaquero, no religioso, que cumple un siglo de vida. En su concepción actual se habilitó como vivienda en 1918 con motivo del casamiento de D. Ginés Carrillo con Doña Luisa Flores Torres.
Para su construcción se aprovechó un antiguo torreón estratégicamente situado para defender la puerta de la ciudad que dominaba el final de la cuesta del único camino de subida que accedía a ella. Desde lo alto del torreón, la vista sobre la huerta, el mar y la estribación final de Sierra Cabrera, que parece la cabeza de un inmenso reptil dormitando, es un paisaje sumamente atractivo. El mirador superior, al que siempre ha accedido,trepando por un rincón de la fachada, el tronco de una imponente buganvilla que se abre y expande al llegar a lo alto como un cohete multicolor de fuegos artificiales; ha sido durante muchos años la imagen más reproducida y conocida de Mojácar en postales y carteles publicitarios.
Al mirador se accede desde un amplio salón, patio de luces, que sirve de distribuidor para las principales habitaciones y salas, y que era el lugar de recepción y estancia en el que su propietario organizaba las veladas lúdicas dedicadas a la música, la literatura o los ensayos de teatro, a partir del año 1945 en que se quedó viudo.Don Ginés que había nacido en 1881 y se había quedado huérfano de padre y madre siendo niño, creciendo en la casa de su abuelo, Don Nicolás Carrillo García, que también era médico, como un hijo más de los doce que tenía. Su esposa también era hija y nieta de médicos. Su abuelo, Don Bartolomé Flores Cervantes; que había acabado los estudios de medicina en 1844, fue alcalde de Mojácar. Ambos abuelos, los de él y ella, lideraron durante muchos años dos facciones políticas encontradas. El momento culmen de su enfrentamiento había sucedido el 24 de febrero de 1884 cuando se pretendió vender a Garrucha parte del agua de la fuente pública.
La inauguración del torreón, tras la boda de un Carrillo con una Flores fue, según se decía en Mojácar, el fin de la guerra de los cien años.
Don Ginés que había finalizado los estudios de medicina el 17 de Junio de 1908 tenía una vena artística y lúdica especial que plasmó en la construcción de su casa en el torreón que, aunque carecía de materiales o estancias lujosas, gozaba de una temperatura y unas vistas panorámicas que ninguna otra casa del pueblo permitía disfrutar.
En un pueblo de pequeñas casas unifamiliares construidas de piedra y yeso, con techos de caña cubiertos con una capa de launa y un pequeño escalón a la entrada, que servía a las vecinas para disfrutar de aire en las tardes de verano y chismorrear a discreción, las reuniones en el torreón hasta los años sesenta suponían un trasunto de la Academia ateniense de Platón. Don Ginés era el anfitrión perfecto que no sólo enseñaba a tocar los instrumentos de cuerda, o ensayaba teatro, sino que, a niños inquietos como yo que teníamos la escuela pegada al torreón, nos daba clases especiales de ciencias o geografía valiéndose de puzles o globos terráqueos construidos por él.Fue una parte de mi vida que sin duda contribuyó a forjarme como persona.
Ahora, sin esperarlo,en esta noche de verano de 2018 se removieron en mi memoria estos y otros recuerdos de mi historia y de la de mi pueblo contemplando la luna llena desde la terraza del torreón sobre la puerta de entrada de la antigua ciudad moruna.
Seguramente para vivir este momento mágico, colaboró mucho escuchar las melodíasa modo de murmullo que no a gritos, de los sones de “aires del malecón, lanzados por el grupo, en la noche mojaquera.
Entre ellos estaba, el Yashin garruchero de los años sesenta, mi querido y admirado Joaquín “El Lobo”, al que nunca le metí un gol, formando un todouno con su bandurria y acompañado de ese gran premio a su vida que es Pilar. (Joaquín trabajó unos meses en los bajos del torreón como mancebo de la farmacia provisional de Emilio Moldenhauer en 1953). Formando parte de “Aires del Malecón también “actuó” mi amigo Ángel, emparentado con los Carrillo y también médico, al que nunca había tenido ocasión de ver en plan Bob Dylan como hombre orquesta tocando al mismo tiempo la armónica y la guitarra y recordando con su voz sus actuaciones juveniles con su “conjunto veratense”.
Ellos, y otros y otras que les acompañan, son un ejemplo para colectivos de la tercera edad de la comarca porque son un grupo de personas mayores que se reúnen para disfrutar y hacer disfrutar aferrándose a la vida, en este caso con la música, trasmitiendo esperanza y cariño por medio de ella.
Sencilla y simplemente son capaces de hacer vivir una noche mágica en uno de los pocos rincones auténticos que quedan de la vieja Mojácar.