Turismo de ida y vuelta

Últimamente, estoy escuchando en bares, restaurantes y otros comercios del Levante almeriense, que este año no hay mucha gente, que trabajan poco en relación a años anteriores


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MARIO SANZ CRUZ

Visto desde la playa, no parece que haya menos gente, de hecho están bastante completas, sobre todo los fines de semana. Puede que la gente venga y ocupe las casas compartiéndolas, como pisos patera, y no salga a comer o cenar fuera; quizás porque la crisis, finiquitada para políticos y millonarios, sigue igual de cruda a ras de calle; quizás porque sigue habiendo millones de parados y los que trabajan no ganan ni para comer, y, para más inri, cada vez quedan menos ahorros en las cuentas de los pensionistas, de los que vive mucha gente.

También es posible que la gente salga menos a comer fuera porque, a nuestro alrededor, están desapareciendo con rapidez los bares que dan tapas, que han sido el refugio tradicional de los que tenemos escasos recursos económicos y son una de las atractivas peculiaridades de la zona. Las tapas, la tranquilidad, los precios moderados, los espacios naturales privilegiados, la riqueza histórica, geológica y cultural, son valores que no debemos dejar de lado, porque son lo mejor que tenemos y lo que nos hace destacar entre otros destinos.

Pero cuando empieza a venir mucha gente se olvida todo y solo se piensa en hacer caja. Se deja de proteger la naturaleza, se escatiman las tapas, se suben los precios, etc. Entonces volvemos al punto de partida, dejamos de ser referencia y perdemos el efecto imán que había atraído a tanta gente. Otra vez empezamos a perder el tren, y nunca mejor dicho, la ocupación baja, los comerciantes se quejan y los precios se quedan altos para los que vivimos aquí, que también nos quejamos.

Si acabamos con los atractivos, con las cosas que nos hacen diferentes y entramos en la competición directa con todos los demás turismos de sol y playa, que son miles en todo el mundo, mal camino llevamos.

Convertirnos en un tostadero de guiris cerveceros y vender alcohol al por mayor a adolescentes europeos, que solo dan ruidos y problemas, no es una alternativa deseable.

Llevamos varios años acostumbrados a un overbooquing turístico, en gran parte prestado por los agitados países norteafricanos, pero, en el momento en que la otra orilla empieza a relajarse se convierte en una dura competencia. Sus condiciones naturales no tienen nada que envidiar a las nuestras, sus precios son más bajos, y sus comunicaciones, por muy precarias y complicadas que sean, van a ser iguales o mejores que las nuestras.

A un turista, poco exigente, británico, alemán o nórdico, le da lo mismo coger un avión a Almería, a Marruecos, a Túnez o a Egipto. Van a tardar más o menos lo mismo en llegar y van a tener las mismas dificultades para situarlo en el mapa. Lo que busca el gran público turístico es playa, sol, buenas temperaturas y bajos precios. Si no tenemos cuidado, si no hacemos las cosas con mucha cabeza y mucho tiento, en unos años podríamos llegar a ver como la corriente migratoria se invierte. Es muy factible que, no pasando demasiado tiempo, tengamos que ver cómo nuestros hijos tienen que cruzar el Mediterráneo hacia el sur, para encontrar trabajo precario de hostelería en los grandes complejos playeros africanos, y que se les discrimine por pobres.

Donde tenemos que marcar la diferencia es en las peculiaridades, en la protección de la naturaleza y el patrimonio, en la gastronomía, en la oferta cultural de todo tipo, en evitar ruidos, problemas y aglomeraciones. Solo así conseguiremos un turismo sostenible para todos, que merezca la pena y que, aparte de dar dinero a las empresas turísticas, conviva en paz y buena armonía con la gente que habitamos la zona.

¿Algún día aprenderemos? ¿Algún día nos pondremos a pensar en un futuro sostenible, más allá del momento presente, más allá del pan para hoy y hambre para mañana?