Disoluciones

Entre tanto, nos tragamos las películas sobre narcos, como las que se basan en la vida de Escobar, que queda como una especie de Robin Hood, violento pero solidario. No somos capaces de separar la realidad de la ficción y pasan las cosas que pasan


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MARIO SANZ CRUZ

Ya hace unos días que ETA se ha disuelto y no hemos notado ningún cambio. Por suerte, ya hacía algunos años que esta banda no era operativa y paró de sumar muertos y damnificados en su macabro contador.

Personalmente, nunca entendí cuál era el objetivo final de esta banda de asesinos, siempre me pareció que era un grupo desestabilizador, con ese único objetivo. Nunca entendí a las mentes pensantes que ordenaban las acciones a los gudaris que ejecutaban a sus víctimas y explotaban al manipular mal sus propias bombas. Siempre sospeché que las órdenes venían de lugares muy alejados del País Vasco y con objetivos muy alejados de la independencia. Gente con oscuros intereses que manipulaba a gente violenta, sin muchas luces, que habría seguido cualquier banderaque les hubiese dado un motivo para matar.

Pero el problema de ETA no sólo fue la violencia en sí, sino el ambiente de miedos y permisividades que se adueñó de Euskadi durante largos y durísimos años. Una sociedad que fue secuestrada por la violencia disfrazada de ideología.

Lo mismo me sucede cuando pienso en el terrorismo ligado al Estado Islámico y sus diferentes variantes. Nadie, con un dedo de frente, puede creer que sus impactantes y terribles acciones pueden tener como objetivo favorecer a los musulmanes del mundo. Sus perfectos vídeos, que parecen sacados del mejor estudio de Hollywood, sus pensadas y terribles acciones solo sirven para hacer prosélitos entre los más descerebrados y para que el resto del mundo le coja un odio profundo al mundo musulmán en general. ¿Quién se beneficia de esto?

Hablando de violencia, en Europa nos estábamos escapando de la enorme lacra que mata miles de personas en Latinoamérica, a cuenta del narcotráfico, pero hasta eso estamos importando y, cada día, aumenta la violencia en el Estrecho. Los cárteles adaptados a estas tierras cogen fuerza y confianza, enseñoreándose en nuestras aguas y nuestras tierras. De apedrear, hacer frente a tiros a los guardias, rescatar a los detenidos de los hospitales, deshacerse de alguien y que parezca un accidente, o matar a un chiquillo pasándole por encima con una lancha, como se hace ahora; a quitar, masivamente, gente de en medio a golpe de sicario, hay muy poca distancia y es un paso que tarde o temprano se va a dar aquí, si no se ponen soluciones urgentes.

Entre tanto, nos tragamos las películas sobre narcos, como las que se basan en la vida de Escobar, que queda como una especie de Robin Hood, violento pero solidario. No somos capaces de separar la realidad de la ficción y pasan las cosas que pasan, que uno de sus sicarios, con cientos de muertes a sus espaldas, acaba haciendo publicidad de las playas de Carboneras, por la poca cabeza de un concejal.

No caigamos en la trampa de hacer personajes admirados a los narcos, solo porque las películas y series les hayan hecho populares. Un asesino es un asesino si es simpático o antipático, si es carismático o borde. Y por muy graciosas que nos parezcan las cosas en la gran pantalla, no creo que nos hiciese ninguna gracia tener viviendo entre nosotros a criminales sin escrúpulos, que no dudarían en apretar el gatillo ante cualquier eventualidad.

Hay que utilizar la cabeza, que para algo la tenemos.