La mala educación

Según nuestra Constitución, los centros educativos privados podrán seleccionar a los alumnos y segregar a los estudiantes en itinerarios académicos diferenciados. O sea, que con el dinero de todos permitimos que se hagan diferencias entre niveles intelectuales, que sin duda, muchas veces, se medirán por el tamaño de la cartera de los padres, dando lugar a segregar a los menos inteligentes, a los que tengan alguna dificultad, a los emigrantes o a los más pobres; mientras la escuela pública, que está obligada a integrar a todos por igual, cada día cuenta con menos recursos para conseguirlo


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MARIO SANZ CRUZ

Hace unos cuantos días, el Tribunal Constitucional ha dado su beneplácito a varios de los apartados más polémicos de la ley de Educación, que perpetró el infausto y premiado ministro José Ignacio Wert, que se quedó descansando por partida doble.
Vayamos por partes:

Según nuestra Constitución, los colegios privados que programan una educación diferenciada por sexo pueden recibir ayudas públicas, porque, según los magistrados conservadores del Tribunal Constitucional, la segregación por sexo entra dentro del ámbito de la libertad de enseñanza. Así que, pagaremos todos lo que es una opción ultracoservadora, ultrareligiosa y muy mala para que las relaciones entre hombres y mujeres sean naturales desde un principio. Con este planteamientos, no creo que vayamos a avanzar mucho en el, muy necesario, camino de la igualdad entre sexos, evitando la brecha salarial y todas las otras diferencias que suelen ir en contra de las mujeres. Es curioso ver cómo, a esos mismos magistrados, la libertad de expresión les suena a chino en otros temas, y tiene que ser el Tribunal Europeo el que aclare las cosas.

Según nuestra Constitución, los centros educativos privados podrán seleccionar a los alumnos y segregar a los estudiantes en itinerarios académicos diferenciados. O sea, que con el dinero de todos permitimos que se hagan diferencias entre niveles intelectuales, que sin duda, muchas veces, se medirán por el tamaño de la cartera de los padres, dando lugar a segregar a los menos inteligentes, a los que tengan alguna dificultad, a los emigrantes o a los más pobres; mientras la escuela pública, que está obligada a integrar a todos por igual, cada día cuenta con menos recursos para conseguirlo. Otro mal camino para que nos veamos como iguales en el futuro y para que podamos acercarnos ni de lejos a la igualdad de oportunidades.

Nuestra querida Constitución también avala la limitación de la participación de las familias en los consejos escolares, quizás para que no molesten y para que los equipos directivos de los centros privados puedan funcionar a su aire, sin que nadie les pida cuentas por sus tendenciosas enseñanzas, que, a veces, rayan con la demencia. Nuestra, supuestamente, aconfesional Constitución da su beneplácito a que la religión católica sea una asignatura específica que puntúe como las demás, aunque sea, presuntamente optativa, pudiendo optarse, donde se realice, por la chapucera asignatura que se suele improvisar para dar como opción.

¿Dónde ha quedado el principio constitucional de la igualdad entre las personas? ¿Dónde queda la aconfesionalidad? ¿Qué será lo próximo que se enseñe en las escuelas subvencionadas, el creacionismo? ¿O eso ya se enseña? Si estos apartados de la ley de Educación son constitucionales, urge una reforma de la Constitución.

No sé cuándo vamos a tener una Ley de Educación que deje a un lado las ideologías trasnochadas y se dedique, simplemente, a educar, a enseñar los temas que sirven para conducirse por la vida, a preparar a nuestros hijos para un futuro en igualdad, más justo y más solidario. Seguramente nunca, porque a nuestros políticos, eso es lo que menos les interesa, ellos siempre se aprovechan de la ignorancia y pescan en río revuelto; así que no les viene nada bien que la gente piense libremente, crea en la igualdad y no se deje amilanar por los temores infundados que se empeñan en inocularnos a través de sus medios de comunicación afines. Entre tanto, seguiremos criando monstruos con nuestra tradicional mala educación.