Día del libro en extinción

Esta tierra es curiosa. España es uno de los países que más publican, en relación a su población, pero también es uno de los que menos libros compran. Parece ser que todos queremos contar cosas, hacernos oír, pero no tenemos ningún interés en leer o escuchar a los demás


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MARIO SANZ CRUZ

El lunes pasado, 23 de abril celebramos el día del libro. Para los escritores, los lectores y los enamorados de los libros, es una fecha emblemática, pero solo eso, nada de celebración, ya que estamos todos los días luchando porque el libro físico no se pierda definitivamente. En detrimento de nuestro clásico y querido libro de papel están el libro electrónico y los nuevos sistemas, que permiten leer sin comprar libros; también la falta de atención o el exceso de estimulación de los jóvenes, que les hace preferir leer cosas muy cortas y no contemplan sentarse ante un libro de cuatrocientas páginas.

Esta tierra es curiosa. España es uno de los países que más publican, en relación a su población, pero también es uno de los que menos libros compran. Parece ser que todos queremos contar cosas, hacernos oír, pero no tenemos ningún interés en leer o escuchar a los demás. Todos queremos ser protagonistas, pero hacen falta lectores. Además, si queremos ser buenos escritores tenemos que leer mucho. No basta con tener cosas que contar, hay que saber contarlas, y esa no es una cualidad genética, hay que aprender el oficio a fuerza de trabajo y de años.

Las grandes empresas editoriales nos venden los bestsellers del momento y, nosotros, los compramos mansamente, porque nos han bombardeado con su abrumadora publicidad, porque es difícil negarse a comprar un libro de 800 páginas que está amontonado, en un palé, frente a las puertas de las librerías, con muchos carteles de colores alrededor, anunciándolo a bombo y platillo. No importa si el libro es bueno o malo, solo importa que se venda.

En los últimos años, las mayores ventas suelen representarlas los libros de personajes mediáticos y políticos, sin ninguna calidad literaria ni interés en su contenido, y ni siquiera podemos estar seguros de que los hayan escrito ellos mimos, como se ha comprobado en multitud de ocasiones. Pero eso es otro tema, porque el comprador de este tipo de libros no suele ser cliente de los libros que tienen alguna calidad literaria.

Duele ver cómo en la ferias del libro de los últimos años, las colas kilométricas para firmar correspondían a libros de personajes tan poco relacionados con la literatura como Mario Vaquerizo, Carmen Martínez-Bordiú, Mila Ximénez, Jaime Peñafiel, etc.; mientras buenísimos autores esperaban, aburridos, que llegase alguien a su caseta.

Las pequeñas editoriales se matan por hacer libros de calidad, pero no pueden arriesgar mucho dinero y la distribución falla, porque no se puede hacer una buena distribución con una tirada corta. Si se hacen 500 ejemplares es imposible que haya presencia de un libro en las principales librerías del país y, por descontado, en las de barrio. Por mucho que tratemos de dar publicidad en medios y en Internet, las grandes mandan, y las pequeñas van a conseguir una representación residual. Así es la teoría del pez grande que se come al chico, y en este caso queda clarísimo, pero con el pez chico muere la cantera de escritores, muere gran parte de la calidad y la variedad.

Mientras las editoriales clásicas y las librerías pequeñas cierran, algunas editoriales de autoedición crecen como la espuma, porque el negocio está cautivo, el autor paga y la familia y amigos tiene que cargar con la tirada, les guste o no. No se arriesga nada. Este es otro factor de distorsión del mercado, que se ve invadido por innumerables publicaciones que sólo han pasado el filtro de su autor, que nadie ha seleccionado, corregido o calificado, al menos, de interesantes. No digo que entre la autoedición no haya obras de calidad, pero es difícil encontrarlas entre tanta mediocridad infumable.

Obviamente, los tiempos han cambiado y hay que adaptarse a las nuevas tecnologías y a las nuevas costumbres. Así que, no nos vamos a dejar vencer y seguiremos leyendo y escribiendo aunque desaparezca el olor del papel y la tinta, aunque haya que pasarse la mitad del tiempo cribando y eligiendo, para encontrar la pepita de oro en un inmenso arenal, para encontrar la buena literatura allá donde esté y en el formato que esté.

Por suerte, esta semana hemos tenido una alegría. El miércoles 25 se entregaron los Premios Argaria 2017, en la Feria del Libro de Almería, una muestra de que los libreros se mueven y apuestan por resistir en este complicado mundo. Gracias por estar ahí y por acordaros de nosotros.