¿En manos de quién estamos?

Nadie dejó de pisar el acelerador de una España incontrolada y al estallido de la burbuja inmobiliaria, que estaba cantado, siguió la crisis bancaria y la recesión del 2011. La factura final de la hecatombe no la conocerá nadie jamás, como no se conocerán las consecuencias del crecimiento de la desigualdad y la pobreza que la crisis nos ha traído


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CLEMENTE FLORES

A comienzos del 2007 tuve ocasión de dirigirme a los directivos de un importante grupo inmobiliario durante unas reuniones de trabajo, a las afueras de Madrid, y les conminé a que dejasen radicalmente de comprar nuevos terrenos para futuras promociones porque nos encontrábamos suspendidos de una inestable burbuja inmobiliaria a punto de estallar. No hacía falta saber mucho ni ser un experto economista para consultar el número de viviendas construidas en los tres últimos años, el crecimiento del número de licencias para nueva construcción y la evolución del índice de precios de viviendas. El mercado estaba dislocado y sin control.

El país entero parecía haberse vuelto loco, los ayuntamientos perseguían a los promotores ofreciendo suelo y buscando llevarse comisiones y los bancos prestaban dinero a espuertas, sin tope ni garantías, a promotores sin cualificación para compra de suelo, sin ninguna fiabilidad de que fuese 'urbanizable' en el futuro. Conozco un modesto promotor que, viendo cÓmo una entidad bancaria concedía un préstamo a un cliente suramericano para comprar la casa que él le vendía, se lo ampliaba para que comprase los muebles. Con el dinero de la ampliación del préstamo su cliente se compró una segunda casa en su país. El «olfato» del promotor le aconsejó cerrar su pequeña empresa y guardar el dinero que tenía bajo un ladrillo. El proceder de los bancos le puso sobre aviso.

Seis meses después, el 31 de junio de 2007, el máximo responsable estatal de Economía el ministro Pedro Solbes afirmó: «La burbuja inmobiliaria no va a pinchar». No voy a caer en la tentación de repetir la interminable cantidad de 'perlas' de este estilo que nos regalaron Zapatero, sus ministros de Economía y algunos altos funcionarios del país. Están en internet y en todas las hemerotecas.

Nadie dejó de pisar el acelerador de una España incontrolada y al estallido de la burbuja inmobiliaria, que estaba cantado, siguió la crisis bancaria y la recesión del 2011. La factura final de la hecatombe no la conocerá nadie jamás, como no se conocerán las consecuencias del crecimiento de la desigualdad y la pobreza que la crisis nos ha traído. La deuda pública que en el año 2004 suponía el 36% del PIB ha llegado a ser prácticamente del 100% y están el peligro el Estado de Bienestar, los puestos de trabajo y hasta el fondo de pensiones.

Hoy, diez años después, los diputados del Congreso de la Nación han organizado una comisión de investigación sobre la crisis. Por allí, como si fuera un desfile de modelos y no una pasarela de reconocimiento de malhechores y delincuentes, han empezado a circular una serie de conocidos personajes, ex altos cargos del Gobierno y de la Administración.Todos tienen los riñones cubiertos, unos en las empresas privadas, donde entraron fácilmente por «las puertas giratorias», y otros porque siguen cobrando del presupuesto de la nación y ocupando cargos de consejería y asesoramiento.

Casi todos los «entrevistados», mostrando un cinismo y desvergüenza, no exento en algunos casos de arrogancia, van explicando su papel durante la crisis. Todos tratan de exculparse y nadie reconoce haber tenido alguna responsabilidad desde los puestos que ocupaban.

Desprovistos del oropel protocolario de sus antiguos cargos y aparentemente más vulnerables, el elenco de personajes, (tres vicepresidentes del Gobierno, tres gobernadores del Banco de España y un largo etcétera de supuestos cargos de responsabilidad), de forma cínica e impúdica no han mostrado el mínimo pudor al afirmar que no hicieron nada para atajar la crisis alegando que no fueron conscientes de su existencia. Entre tanto farsante, cuentista y embustero, no ha faltado quien confiese que deliberadamente se mintió «por la cercanía de unas elecciones», y que incluso el debate en el gobierno sobre si pronunciar o no, públicamente, la palabra crisis duró dos meses. Durante años no se tomó ninguna medida anticrisis.

Inevitablemente me viene a la cabeza la frase de Joaquín Garrigues a la salida de un Consejo de Ministros: «Si los españoles conocieran el nivel humano del Consejo, se produciría tal estampida que mañana todas las salidas en los aeropuertos españoles estarían bloqueadas».